Q’A NO’JB’AL
Por nuestra casa
Genocidio, etnocidio, femicidio, ecocidio, corrupción, impunidad, estos y otros más son prácticas del capitalismo. Son enfermedades que este sistema salvaje nos ha traído e infunde esto terror y miedo y desarrolla la pobreza y extrema pobreza, las desigualdades y la discriminación.
En medio de la vorágine guatemalteca, producto de las ambiciones humanas, que desde hace mucho tiempo no ha descansado en acumular riquezas para unos pocos, mientras a la gran mayoría la colocan en un plano de indefensión. Salta a la luz pública la contaminación del río La Pasión y el río Usumacinta, por Repsa, que también tiene su origen en la corrupción y el compadrazgo que impera en todas las dependencias del Estado.
Este no es el primer caso de contaminación en Guatemala: Lago de Amatitlán, por la empresa Bayer; laguna Chichoj, por la Fábrica de calzado Cobán; Semuc Champey, por la construcción de hidroeléctricas sobre el río Cahabón; lago Petén Itzá, por la cadena de hoteles, etcétera, y nuestro gran problema siempre ha sido la ausencia del Estado para proteger derechos ambientales, porque ni siquiera los derechos civiles, políticos, sociales y culturales tiene la capacidad de proteger.
El ecocidio es una violación a los derechos fundamentales de la Sagrada Tierra y puede catalogarse como un crimen de Estado. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería, dice el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’, en la que también afirma que no es bueno “que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados”. Este es “un crimen contra la naturaleza, es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios”.
“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.
Para proteger nuestra casa requiere de la participación de todos y todas. Implica “tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar”.
Así como hemos salido a las calles o a las plazas para gritar por la corrupción, el fraude y la impunidad, ahora también hay que gritar que basta ya de contaminación. Gritar que hay que detener la destrucción de la “Sagrada Tierra”, porque al fin y al cabo es la única casa que tenemos.
No vale construir un modelo de desarrollo con niveles altos de industrialización, si para eso tenemos que destruirnos. El ser humano no debe estar al servicio del desarrollo, sino el desarrollo al servicio del ser humano y peor si este destruye nuestra casa, hay que detenerlo.