EDITORIAL

Preocupan presente y futuro citadinos

Resulta sorprendente encontrarse con datos históricos acerca de la planificación visionaria hecha en la Ciudad de Guatemala, primero a finales del siglo XIX, cuando se trazaron bulevares como el 30 de Junio, hoy Avenida de La Reforma, o entre las décadas de 1950 y 1970, cuando se abrieron vías hacia zonas entonces despobladas y que hoy son arterias clave como las calzadas Roosevelt, Aguilar Batres, Milla y Vidaurre o una parte importante del Anillo Periférico. Se emprendieron planes aparentemente onerosos, como el de los grandes colectores de drenaje, hasta hoy no equiparados.

Si bien es imposible predecir el futuro, sí existe la disciplina de la prospectiva que resulta de uso común en los mercados económicos al tomar en cuenta diversos factores medibles. En el urbanismo es necesario tener una visión futurista de la posible evolución de los conglomerados humanos para atajar las dificultades resultantes de fenómenos como la migración interna, las dinámicas laborales y hasta los desastres naturales.

Obviamente, para emprender cualquier tipo de proyección urbana hacia el futuro, y no se diga para entrar a la administración de una ciudad, se necesita contar con una visión integral, un plan incluyente en lo político y lo social. Por infortunio, muchos de los problemas actuales citadinos son el resultado de que hace décadas, y por motivaciones ideológicas absurdas, el gobierno central no quiso colaborar con planes municipales adecuados. El nefasto resultado lo sufren ahora todos los habitantes del área metropolitana.

La ciudad, trazada en 1776, fue rebasada hace ya unos cien años, pero fue hace solo 50 que se produjo el auge expansivo que ha llevado los límites capitalinos a conectarse con las áreas pobladas de municipios vecinos. Muchos desafíos se han vuelto comunes, como el tránsito, el aprovisionamiento de agua entubada, el manejo de aguas servidas y desechos sólidos o el ordenamiento en el uso del suelo. Para colmo, las autoridades municipales actuales, por soberbia, no consideran las justificadas críticas como una fuente de sugerencias, sino de inaceptable rechazo porque las decisiones son calificadas de perfectas y por ello incuestionables.

El devastador terremoto de 1976, hace ya 40 años, no solamente estremeció los cimientos del país, sino que alteró el flujo migratorio sobre la zona central, invadida por miles de guatemaltecos que abandonaron sus viviendas para ubicarse en otros lugares. También desnudó una estructura de producción concentrada en el centro político del país, con muy pocas ramificaciones hacia la provincia.

La visión de ciudad que ha predominado en los últimos lustros ha quedado en deuda con las futuras generaciones, sobre todo porque a pesar de los ingentes recursos que recibe, poco ha hecho para asumir su papel rector en la solución del problema del transporte, para implementar soluciones sostenibles, económica y ambientalmente, respecto de la basura y en relación con el tratamiento de las aguas servidas.

Fuera de la fiesta popular de la Nueva Guatemala de la Asunción por sus 240 años de vida, hay pocos motivos para alegrarse y bastantes para sentir preocupación, porque las actuales autoridades municipales solo se concentran en el constante autoelogio y la jardinización.

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