PERSISTENCIA

Psicología sin alma

Margarita Carrera

|

El siglo XIX, afirma Jung —al separarse de Freud—, “asiste al nacimiento de una ‘psicología sin alma’, bajo la influencia del materialismo científico…” —capítulo Facetas del alma contemporánea, en su obra Los Complejos y el Inconsciente—.

De este modo arremete, de manera socrática y con un trasfondo religioso doctrinario, en contra de los hallazgos científicos descubiertos por Darwin y Freud en el mencionado siglo.

Después de haber estado tan cerca de las temibles verdades de Sigmund Freud, quien acudía constantemente a la ciencia darwiniana, Jung emprende una violenta retirada de su “maestro”, que lo conduce a restablecer —válgase la redundancia— lo ya establecido a partir de Sócrates. Esto es, nada nuevo. La filosofía, la moral y la religión occidental, basada en los siguientes principios teológicos: a) separación del alma y cuerpo; b) exaltación del alma en detrimento y menosprecio del cuerpo; c) inmortalidad del alma y mortalidad del cuerpo; d) rechazo de la “physis”, considerada como “la materia”, y revaloración de la “meta-physis”); e) negación de la descendencia animal del hombre; f) rechazo de “los instintos” y exaltación de la conciencia; g) establecimiento del alma como “una entidad que existe por sí misma”; h) filosofía y psicología subordinadas, no a la ciencia, sino a la religión monoteísta; i) gobierno de la moral impuesta por creencias de índole religiosa; j) afirmación de lo divino del alma, enlazada con Dios, “que se convirtió así en la quintaesencia de toda la realidad”.

Total: un recordatorio de El Banquete, de Platón, pero sin la poesía de este. Nada diferente de lo ya establecido; hasta “el inconsciente colectivo”, que también resulta ser una resurrección del “alma universal”, instituida por filósofos y religiosos tradicionalistas.

Sin duda alguna, al hablarnos del “nacimiento de una psicología sin alma”, se está refiriendo al psicoanálisis freudiano, que desciende al tenebroso mundo instintivo, llegando a establecer que este maneja “la conciencia” del ser humano.

Y la mejor manera de atacarlo es recurriendo a la tradición filosófica y religiosa del mundo occidental. También la manera más fácil. Recae, en lugares comunes, o en ideas que se han venido repitiendo desde la era socrática. La primera en atacar el tan mal entendido “materialismo”, con los reiterados argumentos teológicos. Citémosle: desde los descubrimientos de Darwin y Freud —es fácil imaginar por qué razón no incluye también a Einstein—, el mundo ha caído, desgraciadamente, bajo el influjo del “materialismo científico”, que según Jung, niega “todo lo que no puede verse con los ojos ni aprehenderse con las manos…”, de acuerdo a ello, “solo es ‘científico’ y, por consiguiente admisible, lo que es manifiestamente material o lo que puede ser deducido de causas accesibles para los sentidos…” Se sale, de esta manera, del plano científico, para caer de inmediato en el plano, más que filosófico, teológico: “La creencia en la sustancialidad del espíritu cedió, poco a poco, ante una afirmación cada vez más intransigente de la sustancialidad del mundo físico, hasta que, al fin —tras de una agonomia de casi cuatro siglos—, los pensadores y los sabios, consideraron al espíritu como totalmente de la materia y de las causas materiales.

Su postura ética en contra de la ciencia del siglo XIX expone: “La metafísica del espíritu, a lo largo del siglo XIX, tuvo que ceder el puesto a una metafísica de la materia; intelectualmente hablando y desde el punto de vista psicológico significa una revolución inaudita en la visión del mundo.

margaritacarrera1@gmail.com

ESCRITO POR: