LA BUENA NOTICIA
¿Qué es?
El curioso nombre del “pan bajado del cielo” en la historia de caminar de Israel por el desierto es bien conocido: ese nombre fue la primera impresión de las gentes al verlo sufriendo hambruna en el páramo: “man” (qué) —es, como verbo tácito— “hu”: eso) o sea “maná”; es decir: ¿qué es eso?, expresión contenedora debida tanto al asombro por un elemento de vida encontrado en medio de la nada como a sus su características de sencillez y gratuidad capaces de salvar de la muerte segura por inanición. Signo de una respuesta generosa de Dios a un pueblo “rebelde y acostumbrado al bienestar nutricional de Egipto”, sin importarle que fuera el lugar de su esclavitud, de su “no ser pueblo de Dios”, sino servidores del tirano que vivía en la “casa grande” o palacio, llamado en egipcio “ferá” —de donde viene “faraón”—.
El don divino contrasta con la ingratitud de los beneficiarios, la bondad se muestra abundante para con la mezquindad de los “liberados” sociopolíticamente de la opresión idolátrica de Egipto, pero tendientes ellos mismos a “repetir en su tierra prometida” los mismos males de los que salieron para renacer en Canaán: injusticia, insolidaridad, avaricia desenfrenada como causa de todas las corrupciones imaginables y motor de la ruptura de la fraternidad entre los hijos de Abraham, Isaac y Jacob. “De donde se evidencia que aquella excelente dádiva no logró formar el espíritu, sino entorpecerlo y hacerlo simplemente dependiente” (E. Bianchi, 1988).
Del asombro de “¿qué es eso?” y del gusto de comerlo, pues contenía “todo deleite”, pasó tristemente Israel a olvidar al Dios que da la vida y hacerse algo así como una “economía que despersonaliza, disminuye el valor total de la persona y lo reduce a un consumidor, llegando a descartarlo cuando no sirve más” (Papa Francisco, 6 febrero 2017: Contra el individualismo, una economía de comunión). En su momento cometerían sus descendientes el mismo error ante quien, sintiendo misericordia ante las gentes cansadas y agobiadas, les dio panes abundantes: buscarán de nuevo y con afán “algo y no a alguien”.
La Buena Noticia de mañana quiere entonces “educar la conciencia en su paso del “algo” al “alguien” que contrasta tan fuertemente con la tendencia humana actual a “servirse de todo, como de objeto de prosperidad”, incluso del centro de la Fe, el “totalmente Otro”, Dios mismo, siempre insistente en abrir los ojos del creyente para que supere lo inmediato, aunque con hambre acuciante, y se abra a su misterio: “no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, es mi Padre quien da el Pan verdadero”. Educar no a “tenerlo, sino a pedirlo” como en el Padre nuestro: “Dánoslo hoy” pues es el “alimento de la Fe cotidiana” (S. Ambrosio). Ah sí, el pobre Moisés: tan requerido y reclamado durante todo el camino, al final apreciado en la historia de Israel hasta el día de hoy, pero en su momento confundido con un simple benefactor al que podía exigirse con fuertes reclamos: “¿para qué nos sacaste a morir de hambre en este desierto?”.
Quiere el mensaje divino centrar la atención no en un factor de milagros y satisfactor de exigencias, sino uno que se hace cercano, gratuito, disponible, al mismo tiempo que capaz de dar una “Vida” que no se agota en lo biológico consumista, sino llamada precisamente “eterna”. Tampoco por su duración atemporal, sino por su plenitud en todo sentido. Al punto de que, “al comerlo —comulgar sacramentalmente—, no solo lo recibimos, sino Él nos recibe” (San Juan Pablo II), “sacándonos del anonimato y llevándonos a la comunión con el otro” (Papa Francisco).
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