Remolinos permanentes
estamos conscientes de que poco hará cambiar nuestra realidad. Persiste la sensación a la repetición de más o menos lo mismo que ha transcurrido en el año que finaliza. La esperanza, aunque es lo último que muere, se muestra lejana, imprecisa y con múltiples tonalidades.
Viene a mi cabeza la imagen de los remolinos, esa mezcla de vientos con agitación de las aguas que toma velocidad y con sus movimientos circulares ahoga todo lo que tenga por delante. Los remolinos son implacables y tempestuosos; a pesar de los intentos por salir de sus garras, al final se termina cediendo a su fuerza. Ese imaginario lo relaciono con la dinámica político-social de Guatemala, donde las agitaciones por doquier son nuestro signo más representativo, pero cuyos movimientos solo transcurren en la superficie y no alteran las corrientes ni la fauna de las profundidades.
Iniciamos y terminamos 2013 con la misma recurrencia de hechos: permanente ambiente de confrontaciones e inconformidades entre sectores sociales y tomadores de decisión, acumulación de buenas intenciones convertidas en banderas inútiles para levantar el perfil de los políticos agiotistas, un gobierno que aviva la continuidad de coyunturas como excusa para no hacer nada que comprometa sus alianzas y juegos de intereses, sectores como el empresariado que transita como miopes en la neblina, viendo a ver qué sale de las oportunidades que aparecen mientras el país sigue convirtiéndose en un permanente polvorín en manos de gánsters disfrazados.
A esas manifestaciones debemos agregar la marcada inconformidad sobre la gestión del Gobierno y la percepción generalizada que llevan mucho más de dos años en los cargos, los movimientos preelectorales, el uso de la institucionalidad como carne de cañón con cartuchos que se usan bajo formas discrecionales.
Bajo tal vorágine no nos queda más que repetir esas frases desgastadas y simbólicas donde pronunciamos mensajes que de antemano reconocemos su poca consistencia como expresiones que nos ayudan a seguir haciendo catarsis colectiva, producto del agotamiento social que experimentamos.
Los últimos días del año viejo delatan dos rasgos que nos retratan de cuerpo entero: las ansias consumistas expresan apego al corto plazo, el valor de lo circunstancial. Mientras el motor que nos mueva sea la inquietante búsqueda por saciar gulas, ostentaciones, competencias por tener y hacernos ver lo que no somos, los rasgos indicados se mantendrán constantes e imposibilitarán ver más lejos de las narices.
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