PRESTO NON TROPPO

Rosalind Browning, a un cuarto de siglo

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

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Nació en 1926, en Glasgow, Escocia. Murió en 1993, en Long Island, Nueva York. A juzgar por sus efemérides, no parecería que pasó la mitad de su vida lejos de su tierra natal. Sin embargo, ya casada con Manuel Alvarado Coronado, decidió trasladarse en 1958 a Guatemala y en adelante vivió aquí. Un 30 de noviembre, hará un cuarto de siglo, emprendió el último de sus viajes. Había nacido en una isla, falleció en otra.

De carácter e inclinación racionalista, por herencia y por formación, fue pianista y docente por elección. Así, entre otras cosas, ocuparse de tareas domésticas nunca le impidió intervenir en numerosos recitales de música de cámara y música sinfónica, ya como solista, ya como acompañante, desde la primera temporada en su país de adopción. Cocinar, limpiar la casa, lavar la ropa, criar hijos, todo aquello que tan convenientemente se reduce al “rol” y a la “obligación” de la mujer, tampoco fue obstáculo para que durante muchos años impartiera clases de piano a una buena cantidad de jóvenes, varios de ellos muy talentosos y activos a la fecha. Esta profesora de piano, que naturalmente un día también había sido alumna, contó entre sus maestros a los virtuosos Iso Elinson y Frederic Lamond – a su vez herederos musicales de Franz Liszt, Anton Rubinstein y Aleksandr Glazunov, como quien no dice gran cosa. En su familia materna y, más adelante en su matrimonio tanto como en su familia descendiente, la música siempre fue factor común. En casa no sólo la escuchábamos; todos compartíamos y disfrutábamos haciendo música.

Estaban dadas, pues, las condiciones y las bases para que los hijos de doña Rosalind y don Meme recibiéramos una cultura artística y una educación musical de características excepcionales. Era muy frecuente que a fin de agasajar a amigos y familiares, el espacio principal de nuestra vivienda se transformara en un salón de conciertos. Muchos ensayos precedían el montaje de obras a cuales más diversas. El lugar igualmente funcionó como escuela de violín, viola y violonchelo; como sala para la proyección de películas en formato de 16 milímetros y fotografías diapositivas; como punto de reunión de parientes, vecinos y amistades; como amable hospicio de visitantes extranjeros; como centro, en fin, de una intensa vida cultural y social. Y todo esto se apoyó siempre en la fructífera combinación de entusiasmo y generosidad junto con el sentido práctico y la acusada serenidad que identificaron a Rosalind Browning durante su vida.

Pido licencia e indulgencia, entonces, a las lectoras y a los lectores. Agradezco la paciencia que me otorgan porque este aniversario es, sencillamente, ocasión de evocar la relevante presencia que en la vida de todas y todos puede tener alguien que, sin renunciar a sí misma –tal como desafortunadamente les ha sucedido a tantas madres a lo largo y ancho de la historia– define infinidad de rasgos afirmativos en sus hijas e hijos. Juicio crítico, autonomía, respeto irrestricto a la libertad, conciencia social en conjunto con la entrega, la pasión y la dedicación tesonera a los sueños individuales… es fácil salir con un discurso complaciente para pintar un retrato favorable de la madre. Pero estas virtudes no se encuentran reunidas en cualquier persona.

El próximo viernes se cumplen 25 años de la desaparición física de Rosalind Browning. A pesar de ello, la estela que dejó en sus hijos y en el considerable número de vidas que tocó con su cariño, su inteligencia, su alegría, su arte y su música, todo eso permanece y es sobrado motivo de una conmemoración que viene del corazón.

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