PERSISTENCIA
Sarduy el Mago
La literatura —pensaba hace poco— ha de estar íntimamente enlazada con el sufrimiento y la enfermedad. Y agregaba: no hay escritor feliz. Como paradigmas, los excelsos atormentados: Kafka, Dostoievski, Proust.
El cubano Severo Sarduy contradice con su vida y su obra tal aseveración. Además del escritor hispanoamericano más traducido, ¿será el más alegre? El baile es la máxima expresión de la alegría y Sarduy baila mucho: “…mi cuerpo disfruta plenamente de nuestra música, que es la del Caribe… bailo hasta cuando escribo.
Mi escritura engloba la totalidad del cuerpo: sobre todo erotismo. Intento establecer con el lector una relación puramente erótica. Darle un placer muy parecido al que tiene cuando hace el amor. No me interesa tanto darle una historia o convencerle de algo”.
Hace 22 años vive en Francia. No ha regresado a Cuba. En París dirige el Comité de Lectura de la prestigiosa editorial “Le Seuil”, de modo que pasan por sus manos centenares de manuscritos.
Nació en Camagüey (Cuba), el 25 de febrero de 1937. Ha escrito cuatro novelas: “Gestos”, “De dónde son los cantantes”, “Cobra”, “Maitreya”; tres libros de ensayo: “Escrito sobre un cuerpo”, “Barroco” y “La Simulación”; un libro de piezas para teatro o radio: “Para la voz”; y un libro de poemas: “Big bang”. Su obra ha sido traducida a 24 idiomas.
La ponencia que presentó en el II Congreso de Escritores de Lengua Española, celebrado en Caracas en octubre de 1981, se intituló: “Barroco furioso”. Y él mismo es la personificación del barroco. Como tal, le gusta vestir a la moda —acaba de hacer una historia de la moda para la revista Vogue—. Le gusta, además, el travestismo: “Me gusta vestirme en la noche. Y cuando trabajo con mis amigos cineastas del underground francés, me disfrazo, me maquillo. Me siento muy bien estando enmascarado”.
Su identidad la encuentra en la máscara: “…yo no soy natural y no me siento bien ni a gusto más que cuando estoy delante de tres cámaras de televisión, mientras más maquillado, mejor; es decir, mientras más artificios recubran lo que me rodea, mejor yo me siento. Sin embargo, solo, soy muy tímido… Yo soy un gran simulador”.
Por ello, Sarduy el Mago. El escritor y el hombre que busca el artificio en la vida y en la obra para sentirse más feliz y hacer más felices a los seres humanos.
Pero esa confesión de “ser tímido”, yo no se la creo. Todo lo contrario: irradia vitalidad y seguridad en sí mismo. El ser tímido, me parece, es otra mascara más con la que le gusta jugar, divertirse.
Su gran maestro es Lezama Lima. Cuando se le preguntó cuáles eran las tres obras básicas contemporáneas, contestó: “primero Paradiso, de Lezama Lima; segundo Paradiso, de Lezama Lima; y tercero Paradiso, de Lezama Lima. Esto es, Lezama Lima lanzado a la tercera potencia”.
Cree en el barroco, ama el barroco, es barroco, escribe en barroco y sobre el barroco. Es barroquísimo. Le gusta viajar al Extremo Oriente. Allí reencuentra a Cuba, se siente en Cuba. Además, no cree en el pecado de manera cristiana. El único pecado que existe y del que trata de huir, según sus palabras, es “la tristeza”.
Es feliz cuando vive, cuando escribe, cuando habla, cuando baila… ¡Ah! También ama la pintura, a tal punto que dice: “Soy un pintor que pinta con palabras”. Y va mucho más allá cuando confiesa: “Me gusta aún más la pintura que la literatura. Yo no soy un verdadero escritor en el sentido técnico de la palabra; soy un pintor que en lugar de utilizar el acrílico, el lienzo, los pinceles o el creyón, utiliza la palabra. Pinto con palabras”.
Sarduy el Mago, que es él mismo siendo “los otros”, cuando se disfraza —lo que hace a menudo—, no solo es el escritor más traducido, sino el más feliz.