SI ME PERMITE

Seamos artesanos de amabilidad en el tráfico

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“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”. Sigmund Freud

Hoy día no importa si uno camina a pie o maneja un vehículo, o bien trata de abordar un transporte público, pareciera que los que estamos viviendo fuéramos los únicos y el resto de los conciudadanos no cuentan, y con tal de que yo logre llegar no importa el resto.

Claro está que hay modales de amabilidad y cortesía que poco se manifiestan. Se entiende que estamos apurados en llegar y las urgencias que tengo justifican mi modalidad de hacer las cosas. Se entiende que alguna vez puedo atrasarme, pero esto ya culturalmente no es de alguna vez, sino el modo de ser.

Con razón he oído decir la frase “corriendo y llegando tarde”. Si esto fuera lógico, ¿para qué correr, si de todos modos voy tarde? Y si me interesa llegar a tiempo, ¿por qué no inicio con tiempo para no tener las penas?

Es de entenderse que la cortesía es asunto formativo, y si no se tiene es muy difícil asimilarlo. Por ello tengo toda clase de justificaciones y explicaciones de por qué soy como soy.

Si nos evaluamos para que integremos la cortesía en nuestro modo de vivir y hacer las cosas también tendríamos la ventaja de no sufrir los daños que derivan cuando se está apurado y cuando la preocupación es llegar y pasar sin importar lo demás.

Es interesante recordar que la amabilidad no pelea con las urgencias que tenemos que enfrentar en la vida; por el contrario, cuando la amabilidad se percibe, los que nos rodean están dispuestos con el mayor de los gustos a colaborar para que podamos llegar a nuestro destino.

A lo anterior debemos agregar el hecho innegable de que a medida que el tiempo pasa somos más en el mismo espacio geográfico y debemos compartirlo y negociarlo, para que todos podamos hacer lo que nos corresponde y lejos de obstaculizar debemos cooperar.

Solo en una simple ilustración, si tenemos que bajar de un medio de transporte público, debemos hacerlo uno a la vez y siguiendo las reglas generales de etiqueta y cortesía: primero los que están acompañados de niños, y luego las personas mayores y las damas, y finalmente los caballeros.

Esta actitud genera una atmósfera de una convivencia gratificante que permite seguir la vida con productividad y al mismo tiempo con celeridad.

Si de alguna manera pudiéramos planificar nuestros compromisos para cumplirlos con la debida puntualidad, es aconsejable que calculemos cuánto tiempo se requiere para que podamos cumplir con nuestras tareas.

A esto hay que añadirle el tiempo que se necesitaría en caso de algún imprevisto que pueda surgir, para que, si sucede, no nos dañe, porque está previsto. Y si no tuvimos ningún contratiempo, llegamos a nuestro destino a buena hora y con la necesaria calma para poder cumplir con la tarea que tenemos asignada.

Es común esperar que otros hagan esto, pero lo correcto y lo gratificante es ser iniciador de los logros sin tener que justificarlo con la frase tan usada: “A cualquiera le puede pasar”. Si esto tiene algún sentido, debo recordar que no soy cualquiera, soy alguien, y que se me tome en cuenta. Para ello tengo que hacer mi parte, y el tráfico y los compromisos se llevarán con armonía.

Una iniciativa de cambio no solo cambia nuestra vida, sino también puede cambiar a nuestra sociedad, para que las personas que nos visiten y nos lleguen a conocer se lleven la mejor de las impresiones de nosotros.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.