RERUM NOVARUM

Seamos responsables

GONZALO DE VILLA

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Me circunscribo a realidades co- tidianas que ocurren en Guatemala. El título del artículo es evidentemente una invitación a que fomentemos una cultura de la responsabilidad dentro de nuestra sociedad. Hace poco escuchaba un viejo dicho que afirma que el mandado no es culpable. El dicho es claro, pero eximirse de responsabilidades o achacar a otros la responsabilidad por hechos negativos ocurridos es un fenómeno harto frecuente entre nosotros.

Lo podemos ver en el tráfico, por ejemplo. En Sololá, donde vivo, conozco a no pocas personas que tienen licencia de conducir sin saber manejar y a no pocos que saben manejar —más o menos— y que manejan sin tener licencia. Nuestras carreteras son peligrosas por muchos motivos: pavimentación en mal estado, baches por doquier, túmulos que proliferan. Pero también son peligrosas porque muchos choferes son irresponsables a la hora de conducir sus vehículos, porque es posible que choferes manejen en estado de ebriedad y porque muchos nunca aprendieron a manejar de manera adecuada. Para remate son peligrosas porque muchos peatones y viandantes se cruzan las carreteras sin mirar, a veces también bajo efecto del alcohol.

Frente a este panorama hay una primera reacción de muchos choferes de agresividad, de manejar estresados, de hacer malas maniobras, practicar adelantamientos indebidos y encontramos también el complejo de inglés que tienen muchos que les encanta en carreteras de más de dos carriles circular despacio por la izquierda. Por parte de los peatones y de las poblaciones que viven a orilla de carretera hay también una agresividad fuerte que puede bordear el linchamiento del chofer ante un accidente. Ello termina fomentando que los choferes tiendan cada vez más a darse a la fuga ante un atropello, desgraciadamente muchas veces mortal. En este círculo vicioso se buscan culpas ajenas, se establecen decisiones de obstaculizar el que los vehículos puedan circular con velocidad y se cultiva el sentido de supervivencia entre choferes huyendo, si pueden, de la escena del accidente.

Lo que es más débil en todo el proceso es apostar por la educación vial, tanto para choferes como para peatones, especialmente si son niños o ancianos. No tengo en este momento el dato de cuántas personas fallecen o quedan gravemente heridas en accidentes de tránsito, pero sí es claro que debemos educar a los niños, en las familias y en las escuelas, a no cometer imprudencias cuando cruzan las calles o las carreteras, que se debe exigir más a la hora de dar licencia no por la vía de la burocratización, sino de la comprobación de si sabe manejar con habilidad y con responsabilidad una persona antes de que adquiera su licencia de manejo, que se debe penalizar con severidad —retirando licencias por tiempos significativos— a quien conduzca en estado de ebriedad. Hay muchos otros ámbitos en que ocurre violencia en Guatemala, pero disminuir drásticamente el número de fallecidos en el tránsito es algo que nos compromete a todos y en lo que podemos promover la cultura de la vida.

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