PRESTO NON TROPPO

Septiembre, ayer. Septiembre, hoy.

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

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El ejercicio no ostentaba ningún rasgo de originalidad. Una tarea a cumplir, como todos los septiembres, a fin de llenar requisitos esperables en la asignatura de estudios sociales. Casi puedo oír la voz del profesor, fastidiosa y con entonación de oficio, “para el lunes de este en ocho, efectuar un trabajo de investigación sobre la independencia patria, a presentar en cartulinas que se colgarán en los corredores del colegio”.

Decidimos hacer equipo, un compañero de clase y yo. Violonchelista él también, copartícipe en la orquesta, en grabaciones musicales, en el equipo de voleibol, en triatlón escolar, en viajes, en pláticas filosóficas… Tendríamos unos catorce o quince años de edad en aquel momento. Pero, además, teníamos el deseo de expresar lo que percibíamos, pese a la burbuja en la que habíamos crecido y en la que nos mantenía nuestro ámbito familiar y estudiantil. A esa inquietud le agregué, entonces, la claridad de pensamiento de mi amigo y una de las aficiones que heredé de mi padre, la fotografía análoga en blanco y negro. Contrario a lo que nos aconsejaron, nos internamos en una de las colonias más menesterosas de la ciudad, captamos una serie de imágenes de las condiciones en que se desarrollaba la vida de sus habitantes, pegamos las fotos en la cartulina y redactamos un texto que, según nosotros, era un cuestionamiento válido de la miseria que todo mundo daba por normal. Nos llamó la atención que el trabajito no fuera bien recibido, aunque sí se incluyó en la exposición mural. Sin embargo, la verdadera sorpresa vino después, cuando lo vimos ya expuesto. Los maestros habían recortado el 90 por ciento de lo escrito; en la cartulina solo habían dejado la exhortación a reflexionar con la que finalizaba nuestro texto original.

Un par de años más tarde completamos la secundaria. Eso fue ayer, hace cuatro décadas. Hoy las formas han cambiado, pero el fondo permanece. El alumno aventajado sigue siendo el que repite y retiene una serie de fechas, cifras y datos durante el tiempo necesario para contestar un examen (aunque no le sirvan y luego los olvide). La mayoría ni siquiera ejercita mínimamente su memoria cuando transcribe a mano la información de una enciclopedia. Le basta darle “copy-paste” a una página de internet (sin enterarse de lo que dice). La discusión profunda, el debate, la evaluación inteligente y la facultad para formular una disensión de modo fundamentado, todo eso se encuentra cada vez más lejos del interés y de la capacidad de los educandos. Se enarbolará y se agitará la bandera nacional en apoyo o en repudio de lo institucional, se arropará el fanático igual que se cubrirá un féretro con ella, se le estamparán autógrafos y se usarán sus colores para uniformes y logotipos. No obstante, ¿se recapacitará sobre su origen, su simbología, su sentido y su sinsentido?

Así hemos llegado, en 2018, a la zozobra en la instrucción privada tanto como la pública, de un país convulso y sin rumbo. No es por una cacareada falta de valores que supuestamente tendrían que provenir de una instancia superior, dogmática e irrebatible. Es precisamente al revés, porque no se fomenta el pensamiento crítico ni se respeta el derecho –que toda persona posee– a crear sus propios significados. En gran medida el problema viene del hogar, como es natural; pero la formación académica siempre ha sido y será determinante para los pueblos, desde la infancia hasta la edad adulta. No únicamente para las generaciones actuales, sino para las anteriores y para las que vendrán. No únicamente para un puñado de privilegiados. No únicamente para cumplir con la presentación de un trabajo de “sociales” en septiembre…

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