ALEPH
Somos agua
Así han venido funcionando históricamente las cosas en este país de castas: hay personas a las que les basta hacer una llamada para torcer los destinos del país, mientras que muchísimas otras pasan por la vida sin siquiera ser escuchadas. Todo depende del lugar que se ocupe en el marco de las relaciones de poder que se viven en Guatemala. Y esto no tiene que ver únicamente con dinero, sino con cuotas reales de poder y con una arquitectura jurídico-agraria-económico-cultural-social que tiene oídos para unos y no para todos.
Si bien Guatemala da cuenta de históricas resistencias, hay personas que creen que antes del 2015 nunca habíamos vivido movilizaciones sociales en el país. Para algunos solo cuentan aquellas manifestaciones ciudadanas encabezadas por quienes supuestamente saben mejor lo que le conviene al resto; todas las demás son expresiones de revoltosos y manipulados que no saben bien lo que quieren. Visión de patrón. Como las manifestaciones del 2015 fueron, al inicio, activadas desde la capital y la centralidad, otras como la Marcha del Agua, que nació en la ruralidad y tuvo connotación de periferia un año después, no han sido vistas como manifestaciones, sino como revuelta.
Lo traigo a colación porque escuché a un descendiente directo del fustán de picos llamar revoltosas a las más de 15 mil personas que caminaron casi dos semanas desde distintos puntos del país expresando su clamor por el agua, hasta llegar a la capital. Claro que creía en el Día de la Tierra y que el agua era un problema vital, dijo, pero recalcó que no iba a acuerpar esa marcha, porque era de revoltosos. Con ello evidenció sus miedos, su ignorancia y su nivel de consciencia. Para comenzar, en ningún trecho del camino, ninguna de esas personas provocó disturbios. Por otra parte, ellos no traían la demanda de una ley de aguas que se ha empujado principalmente en la capital, sino el problema del agua en sí mismo, que es profundo, porque tiene que ver con su sobrevivencia. ¿Qué haríamos quienes estamos acostumbrados a ocho vasos de agua diarios, a uno o dos baños al día con agua tibia para nosotros y nuestros hijos, a tener las manos, los dientes y las casas limpias, si la amenaza de no tener agua fuera real?
Las cifras dicen que aquí se usa más agua para la industria que para las personas. ¿Qué lenguaje queda, entonces, para quienes, históricamente, han permanecido fuera de las relaciones de poder, que han sido sentadas en mesas que no han dado resultados y necesitan ser escuchadas? Su demanda es honda: no morir ni ver morir a los suyos. Es de agua y territorio. Cada hora perdemos en bosques el equivalente a 19 campos de fútbol (según Inab, Conap, UVG y URL), y eso no lo puede hacer mano humana a tal velocidad. Los cuatro lagos más importantes del país están contaminados. Los principales ríos han sido desviados en todo el territorio nacional, para nutrir los grandes monocultivos como la palma africana y el azúcar, en detrimento de miles de familias; hay agua entubada pero no potable, sobre todo en el área rural; y la mortalidad infantil por causas como diarrea y enfermedades intestinales sigue siendo alta. Entre mucho más.
Provoca pena que grupos reaccionarios que dicen defender el medioambiente digan que todo lo malo que sucede en Guatemala, en ríos y territorios, es porque lo provocan los comunitarios. En todos los siglos que esos comunitarios llevan de vivir en el área rural, nunca se habían secado tanto los ríos como en los últimos 25 años, cuando empezó en serio la estrategia de desviarlos hacia las grandes plantaciones de monocultivos. Ver los manglares del Río Madre Vieja, por ejemplo, meter las raíces en arena cuando antes las hundía en agua poblada de abundantes especies, seca los ojos. Y claro que la gente de las comunidades lava en los ríos y usa madera para fuego y para sus casas, pero tenemos ejemplos históricos de buen manejo forestal, como el del bosque que han cuidado los 48 cantones de Totonicapán. El agua no nace en el chorro ni es para pocos, es nuestra, es la vida de todos nosotros.
cescobarsarti@gmail.com