LA BUENA NOTICIA
¡Somos Diócesis!, al fin
Después de más de 10 años de espera y de haber cumplido, hace rato, con unas condiciones que no fueron puestas en la creación de otras diócesis, finalmente el departamento de Jutiapa, al desmembrarlo de la Diócesis de Jalapa, se convierte en la Diócesis de Jutiapa, con cerca de medio millón de habitantes y un territorio de más de tres mil 200 kilómetros cuadrados; con una treintena de presbíteros originarios de las múltiples comunidades cristianas, agrupadas en 15 parroquias y otras más que se pueden crear; además, la vida consagrada está presente en 11 de los 17 municipios del departamento, que por 60 años fue evangelizado por la Orden de los Frailes Menores.
La presencia laical es fuerte, dinámica y con deseos de crecer y madurar. Van surgiendo en los contextos urbanos y rurales comunidades cristianas vivas, fieles y creíbles, con hondo sentido de Iglesia y fuerte incidencia en la vida de la sociedad. La aplicación de las orientaciones pastorales de Aparecida, mediante las Santas Misiones Populares, generaron una fuerte conmoción pastoral que hicieron más evidente la urgencia de fundar una Iglesia particular; además, ese proceso pastoral puso a estos pueblos en sintonía con el pontificado del papa Francisco, que avanza, con no pocas resistencias, en la transformación misionera de la Iglesia, según Evangelii Gaudium, y en la escucha del clamor del planeta Tierra y los gritos de los pobres, según Laudato Si.
También están los desafíos de una sociedad jutiapaneca empobrecida y abandonada de políticas públicas serias y duraderas, golpeada por la violencia y la inseguridad, diezmada por la migración y su irreversible impacto en la familia y en la transformación cultural; además, una población campesina noble y digna, pero desorganizada e individualista; una presencia juvenil con deseos de progresar, pero vulnerable ante las mafias criminales; la situación de la mujer trabajadora y honesta, pero sometida a estructuras machistas excluyentes y misóginas. A este cuadro se suman caciques locales sin escrúpulos que se sostienen a base de corrupción y del viejo modo de hacer política: clientelar, marrullera y tránsfuga.
Frente a esos desafíos eclesiales y sociales, con frecuencia los líderes de las comunidades cristianas quedaban desconcertados porque la anhelada noticia no llegaba. Cuando se preguntaba sobre la demora en crear diócesis el decanato de Jutiapa, se argumentaba en altas esferas eclesiásticas que no encontraban presbíteros idóneos para el episcopado, dando a entender con tan peregrina idea que cuando los designaron a ellos, sí estaban dignamente preparados. Tal explicación se convertía en una clara ofensa a esta iglesia local de más de 500 años de fundación y en un evidente rechazo al interés por forjar el rostro autóctono de esta iglesia pobre y de mártires; al mismo tiempo era una tremenda desconfianza hacia sus mismos centros de formación presbiteral y a los procesos pastorales que se van impulsando en las diócesis, los cuales nada tienen que envidiar a las iglesias del primer mundo, ya cansadas, carentes de iniciativa y con creciente pérdida de credibilidad. Por eso nos alegramos vivamente con el Pbro. Antonio Calderón Cruz, a quien el Papa designó primer obispo. Lo esperamos con los brazos y el corazón abiertos.