CATALEJO
Trump y los niños
COMO TODOS LOS RECIPIENDARIOS de mensajes por los medios electrónicos, las últimas tres semanas he leído docenas de artículos y comentarios relacionados a Donald Trump. Se refieren a hechos ya sabidos, como su malacrianza, prepotencia, racismo, etcétera, y uno de los más recientes es su conversación con la presidenta de Taiwán, con el resultado de una airada reacción de China Comunista, ese extraño aliado del gobierno y del empresariado estadounidense. Pero hubo un artículo de hace dos o tres días, escrito por la periodista Pilar Marrero, cuyo contenido me hizo pensar en una faceta: el temor de los niños a causa de la amenaza contra los inmigrantes.
DESPUÉS DE LA VICTORIA trumpista, indica el artículo, han aumentado las consultas de familias inmigrantes. La Asociación Americana de Pediatras tiene desde el 2012 en Carolina del Norte un “grupo de salud del inmigrante” porque lo es uno de cada cuatro de los niños del país. Niños y adolescentes temen ser separados de sus padres mientras ellos están en la escuela, o perder a sus amigos porque fueron deportados o sus familias separadas. Los padres temen ir a los hospitales a recibir tratamientos y no los están enviando a las escuelas. En los casos conocidos en los hospitales y las escuelas, se manifiestan ansiedad, temor, daños de salud física y mental en cantidades crecientes.
A MI MODO DE VER, UN factor adicional está en el temor del cumplimiento de las leyes por las autoridades policiales de cualquier tipo, pero por otro los abusos. Los latinos, los negros, deben aceptar la realidad de un tratamiento muchas veces grosero por su acento español al hablar inglés o por su piel. La elección estadounidense demostró el sustrato racista de esa sociedad, no solo de blancos a los “no blancos” sino de estos contra ellos. Es importante conocer criterios de asuntos no tan evidentes pero igualmente terribles para quienes han nacido allí. Esto se comprobará desde el inicio de un presidente ganador aunque haya tenido dos millones de votos menos.
LA SEMANA PASADA SE celebró el día mundial de los discapacitados, uno de los grupos humanos más olvidados de Guatemala. Se trata de personas cuyos problemas físicos se complican a causa de verse obligados a enfrentar un ambiente hostil. Esto ocurre en edificios tanto públicos como privados, autobuses, restaurantes, cines, etcétera. Pero esta vez deseo referirme al caso de las aceras, y en especial a las de la capital, cuyo alcalde, tan interesado en adornitos citadinos en vez de solucionar problemas serios, si bien ciertamente en algunos lugares ha mandado a su gente a construir rampas, no ha pensado en las aceras como fuente de accidentes y de discapacidad.
LA ZONA UNO Y EL Centro Histórico son un buen ejemplo. Caminar en esas aceras durante el día constituye un ejercicio de evitar gradas de distintas alturas, roturas en el cemento y en los bordillos de las banquetas, pero sobre todo en las ausentes tapaderas del servicio de agua. Caminar de noche y no sufrir caídas, o fracturas, resulta un milagro. Los peatones, para las autoridades municipales, de hecho son tan inexistentes como las personas discapacitadas. No es un asunto exclusivo de decoración, ni de que se vea bonito, sino de seguridad peatonal. Las ciclovías en áreas residenciales son valiosas, pero la prioridad de gastos debe ser otra. Es simple de entender.
LA COMUNA, ADEMÁS de la Policía Municipal de Tránsito y el pingüe negocio de las multas, podría tener un equipo especial de reparación de aceras, sobre todo las de aparente buen estado. Su trabajo podría comenzar por zonas céntricas y luego avanzar según la cantidad de peatones. Muchas veces es trabajo en áreas pequeñas, delicado, y tiene la ventaja para la vanidad arzuísta de ser visible y de poder anunciarse en los canales de su cercano amigo Ángel González, a quien beneficia con la publicidad edil. Ya con eso terminado, puede comenzar las necesarias reparaciones del pavimento y asfalto de las calles. Pero por desgracia, es un sueño de opio.