EDITORIAL
Un mal crónico
La corrupción ni es normal ni debe tolerarse, por más que sea una práctica demasiado extendida en el mundo, pero sobre todo en Estados con instituciones débiles, en los cuales son acentuadas las desigualdades y donde el liderazgo político lo ejercen personajes mesiánicos, populistas o sin la debida preparación para responder a los requerimientos de esos altos cargos.
Esa debilidad institucional se ve reforzada por la apatía ciudadana, poco informada y menos exigente, que permite el abuso y la prepotencia de quienes en el poder se divorcian de las promesas y vuelcan su atención a quienes les pintan paraísos ideales, tal y como ha sucedido demasiadas veces en Guatemala, cuyos gobernantes han tolerado ese flagelo y se han unido a la rapiña.
El último informe sobre el índice de percepción de la corrupción, 2016, de Transparencia Internacional, reporta que ningún país está libre de esa práctica, aunque hay varios que se acercan a un estándar aceptable en la percepción de sus ciudadanos y entre ellos siempre prevalecen en las primeras posiciones los nórdicos, cuyos puntajes oscilan entre los 85 y los 90 puntos, en una escala de cien puntos.
En el lado de los más corruptos se encuentran países de África, Asia y América, que no superan los 20 puntos y en los cuales se viven conflictos o cuya población está sometida al abuso de gobiernos tiránicos como Corea del Norte, Siria, Somalia, Sudán y Venezuela, donde la debilidad institucional y la desigualdad causan enormes brechas sociales.
En ese ranquin de Transparencia Internacional, que mide a 176 países, Guatemala se coloca en la posición 136, con 28 puntos, penosa ubicación que se ratifica con las frecuentes noticias sobre la desarticulación de bandas de cuello blanco coludidas con políticos para saquear al Estado.
Esa posición del país en esas mediciones se ha mantenido, además, prácticamente invariable durante los últimos cinco años o las variaciones han sido para empeorar. En el 2012, el país aparecía con 33 puntos; en 2013, con 29; en 2014, con 32; y en 2015, con 28. Pero además, Guatemala sigue ubicándose entre los seis países percibidos como más corruptos del continente, junto a Venezuela, Haití, Nicaragua, Paraguay y México.
Estos son datos desalentadores y lo más frustrante es que lejos de encontrar un fuerte apoyo a la lucha contra la corrupción por parte de las autoridades se percibe una lamentable indiferencia y hasta cierta tolerancia para arremeter contra prácticas que deben ser rechazadas, por el enorme daño que el robo de los recursos públicos le causa a la sociedad.
Guatemala es el único país del mundo donde se lleva a cabo un experimento por combatir la corrupción de manera significativa, y es el establecimiento de una oficina de Naciones Unidas en 2007, pero el entusiasmo con que varias naciones amigas respaldan ese esfuerzo con aportes económicos no es el mismo en el país, y más bien hay un flujo millonario de recursos para desbaratar esa lucha, lo cual es un disparate que podría costarle mucho más caro a los guatemaltecos.