EDITORIAL

Un modelo político que resulta inviable

Las denuncias de corrupción parecen no hacer mella en las altas figuras de la política guatemalteca y, por el contrario, a pesar de las capturas y los señalamientos contra figuras de renombre, que debieran llevarlos a un serio proceso de reflexión y replanteamiento del caduco sistema político, ocurre lo contrario: los líderes partidarios ni se inmutan, permanecen ocultos a la sombra de sus privilegios. Incluso, entre los que reclaman ser recientes y nuevas propuestas, tampoco se pronuncian por las reformas a la Ley Electoral.

Ni siquiera el mismo Gobierno, con todo y su candidato oficial, han hecho un esfuerzo genuino por repudiar ese cáncer que ha dado evidencias de haber hecho metástasis en lo más hondo de la administración pública.

Lejos de haber declaraciones decididas del presidente, en rechazo a las malas prácticas, patina en una especie de autoconmiseración que en determinados puntos intenta llegar a la explicación e incluso a la ira en contra de quienes han desnudado los desmanes cuya pestilencia inunda el ambiente pero que muchos pretenden que se quede enterrada.

El Congreso dio hace apenas dos semanas un pernicioso ejemplo de la resistencia que priva en las fuerzas oscuras, cuando se elige a un magistrado a la Corte de Constitucionalidad cuyos méritos para tan alto cargo pueden ser cuestionados, pero más cuestionable, y que de hecho lo descalifica, es que su designación fue producto de un acuerdo entre los partidos Patriota y Líder.

La descomposición del sistema y cuanto de él emana se evidencia en que los políticos han perdido todo rasgo de decencia, como se ratifica con las listas de aspirantes a puestos de elección que Prensa Libre dio a conocer el recién pasado miércoles, donde los caciques de la política tutelan el empuje de sus hijos, cónyuges o hermanos, en una vergonzosa práctica nepotista que de ninguna manera busca el bienestar de la Nación, sino de los clanes familiares.

Ante semejante engendro legalista queda claro que el actual modelo político ha sido pervertido hasta el punto de necesitar cambios profundos, tanto en el acceso al poder como en la apertura de espacios a sectores excluidos, además de la instalación de candados que eviten el paso de dinero ilegal a las campañas. No obstante, la marabunta de politiqueros, lejos de escuchar el clamor en contra de la corrupción, en lugar de entrar en un proceso de contrición y depuración, acentúan el descaro de sus maniobras para desbaratar los esfuerzos de reforma.

Un modelo repudiable en el que no se están privilegiando las cualidades o idoneidad de los aspirantes, sino solo se busca la conservación del poder, por la simple potestad de que los caciques de la política se resisten a la oxigenación del sistema y a la búsqueda de valores que contribuyan a una renovación de las instituciones.

Es claro que eso es lo que menos les importa, que la corrupción, a través del manejo de millones de quetzales de recursos públicos, continúa siendo un negocio apetecible, aunque solo beneficie a unos cuantos inmorales, los mismos que se resisten a escuchar el clamor de una población hastiada.

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