EDITORIAL

Una protesta que todavía no se agota

Hoy se cumple el primer aniversario de una de las protestas más significativas para la historia de Guatemala. Fue la más concurrida y culminaban 20 semanas de manifestaciones en contra de uno de los gobiernos más corruptos que ha tenido Guatemala y esas expresiones de repudio fueron fundamentales para respaldar las acciones que había emprendido la justicia en contra de altas autoridades del gobierno del Partido Patriota.

Esas multitudinarias expresiones de repudio se habían acrecentado y se elevaron miles de voces en contra de los excesos de una administración que había extendido sus tentáculos sobre casi cualquier oficina donde se pudiera echar mano a los recursos.

El rechazo a la corrupción y a la clase política gobernante también permitió configurar un escenario diferente, a las puertas de un proceso electoral, al punto de que se había incrementado el rechazo a la política tradicional, y esto permitió lo que muy pocos creían posible, la desaparición de las primeras posiciones en las preferencias de los electores del partido Líder, que había orquestado una de las campañas más millonarias.

Algo que se materializaría el 6 de septiembre, cuando en la primera vuelta electoral el liderismo se convirtió en el gran perdedor de los comicios, al ocupar la tercera posición y perder la oportunidad de disputar la segunda ronda frente a una desconocida agrupación que había resultado vencedora y cuyo candidato era Jimmy Morales.

Esa tendencia se mantuvo y consolidó el rechazo hacia una clase política obsoleta y escasa de nuevas ideas y figuras, lo que volcó a los votantes en la búsqueda de un cambio en las elecciones que se celebrarían el 25 de octubre del 2015, cuando el hoy presidente obtuvo un triunfo abrumador sobre su contrincante de la Unidad Nacional de la Esperanza, Sandra Torres.

Hoy, a un año de aquellos eventos, las expectativas se mantienen. Quienes esperaban que con las protestas y a fuerza de votos se promoviera un cambio en la clase política se muestran decepcionados, pues poco cambió y más bien los síntomas de la vieja política están más presentes que nunca.

La actual es una presidencia que claramente ha defraudado a quienes esperaban mucho más de un gobierno que se había vendido con el eslogan de “ni corrupto ni ladrón”, pero que muy rápidamente incurrió en los mismos vicios de administraciones anteriores, como nombramientos a escondidas, escasa vocación por la cuentadancia y con figuras polémicas que rodean al mandatario.

A ocho meses de un cambio en el sistema político, muchos vicios del pasado persisten y la frustración es más patente, como se evidenció con la recién frustrada reforma fiscal, que recibió muchas críticas, lo que probablemente pudo haber incidido en que el Ejecutivo retirara la propuesta que había enviado al Congreso.

Quizá por ello es que muchos otros coinciden en que las protestas dejaron algo inconcluso y por ello se insiste en que los reclamos por los cambios y el fortalecimiento institucional deben continuar, en la búsqueda de una transformación más profunda del sistema.

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