Verdad, saber y vida
¿Cuál sería la responsabilidad del rector de una universidad cuyos estudiantes fallecen en esas circunstancias en una actividad diseñada por la misma casa de estudios? Cualquiera diría: hacerse presente en el lugar de los hechos al momento de enterarse, y ponerse a las órdenes para cualquier proceso de investigación que fuese necesario. ¿Y cuál sería la responsabilidad de la empresa en cuyo territorio fallecieron estos jóvenes? Lo mismo, sobre todo si, como en este hecho en particular, la persona que iba en la lancha con los jóvenes era un empleado de la Compañía Guatemalteca de Níquel, que no contribuyó en la búsqueda de los cadáveres y luego dio declaraciones confusas sobre su participación en los hechos. Hoy, tanto la UVG como la Compañía de Níquel serían instituciones más sólidas y tendrían mejor prestigio si hubieran enfrentado el caso de otra manera.
Hay muchas cosas que no cuadran en lo sucedido aquel día y después; el proceso legal está lleno de mañas y vicios, lleno de dilaciones y retorcimientos que pretenden que el tiempo de investigar y resolver se terminen sin haber resuelto nada. Nadie culpa a nadie, y es únicamente que todos tenemos derecho a la verdad, porque el Derecho no es más que la razón escrita. Preocupa que quienes están éticamente obligados a responder por lo sucedido han obrado en sentido contrario, al punto de que la Universidad les ofreciera —en su momento— a los padres y madres de los fallecidos pagarles un seguro de Q20 mil por la muerte de cada uno de sus hijos, si liberaban a la UVG de toda responsabilidad. Sin comentarios.
Por otra parte, se dijo que los jóvenes iban alcoholizados y por eso el “accidente”. Los tres peritajes toxicológicos dieron negativo en alcohol, canaboides y drogas de abuso en sangre. Así que no se vale haber ensuciado el nombre de tres patojos sanos y haberles sumado dolor a esas madres y esos padres, todo en aras de proteger un prestigio institucional o de preservar un cierto orden que se levanta sobre el silencio, la complicidad y la impunidad. Alrededor de este caso hay muchas preguntas: ¿por qué una lancha tan pequeña?, ¿por qué unos nadadores expertos no pudieron salvarse a seis metros de la orilla donde supuestamente fue el accidente y luego los cadáveres aparecieron a 75 metros de allí?, ¿por qué el biólogo de la empresa no contribuyó a buscar los cadáveres y avisó tarde?, ¿por qué si fue un accidente hay tantas oscuridades tendidas alrededor del caso?, entre otras muchas.
Para mí, la Universitas —por su acepción en latín— tiene todo el potencial de ser un espacio generador del saber, donde las personas se forman y transforman por medio del conocimiento y la búsqueda de la verdad. Es el lugar ideal para que la ciencia y el saber desplieguen su función social. Es donde se pueden definir destinos humanos o retorcerlos; donde la especie humana podría trascender a través de legados basados en los principios que fundan a una persona, a una comunidad, un pueblo, una nación o una civilización.
Las universidades tienen en sus manos a la juventud de un país, y eso no es poca cosa. Así que el compromiso primero es con la verdad, con el saber y con la vida.
Si fueran centros del saber y la búsqueda de verdad habría menos impulso a la ciega obediencia y mucho más desarrollo de la conciencia; habría menos doctrina y más libertad. Hoy, cada estudiante que está en o entra a la UVG, así como cada persona que allí trabaja, debe firmar un Código de Ética fundado en cinco valores: ética, responsabilidad, excelencia, respeto y pensamiento crítico. Toca ahora que ese Código deje de ser letra muerta.