Vida sin resurrección
Iniciamos otra semana, la de “pascua”. Atrás quedaron las jornadas religiosas, para unos de cortejos procesionales y misas, para otros de cultos, y para muchos más, de ceremonias tradicionales. Cada uno se refugió en la fe que profesa, esperando milagros y mejores condiciones de vida, tanto material como espiritual.
Sería ideal que todas y todos resurjamos en una realidad distinta, donde la desigualdad no sea el signo que nos caracterice ante el mundo. Que el combate a la pobreza y a la miseria sean el principal objetivo, pero no de discurso, sino auténtico y verdadero, de quienes tienen el poder de cambiar. Esa vida en paz y sin violencia que todos ansiamos. Esa “resurrección a la vida” que aniquile a la muerte y destrucción que nos sigue acompañando.
Este pueblo no solo ansía, sino que merece primeros lugares en indicadores positivos, transformar la ignorancia que prevalece y los rezagos en educación, en oportunidades y accesos a oportunidades; la desnutrición, la falta de insumos en hospitales y la mortalidad materno infantil, en altos estándares de salud; la desigualdad en equidad; la violencia extrema, en una convivencia pacífica; la penuria y carencia que padecen, en prosperidad y buen vivir.
El prolongado preludio a este ansiado escenario es catastrófico. Hemos tenido un mal inicio de año. Las personas sienten que cada vez estamos peor, aunque así haya sucedido con cada gobierno que pasa y que desilusiona a quienes alguna esperanza cifraron en quienes anunciaron cambios. Uno tras otro es calificado como el “peor” gobernante de la historia, como el más corrupto, como el más incapaz. Y para quienes viven confinados en los rincones más apartados de la patria, el tiempo está estacionado. Las familias viven en un interminable laberinto sin salida y no tienen más esperanza que contemplar el horizonte.
La coyuntura actual es sumamente compleja. Enfrentados por una multiplicidad de conflictos. Cada grupo libra su propia batalla, adopta a sus víctimas, exalta a sus héroes y heroínas, construye sus alianzas nacionales y moviliza a las internacionales. Del campo a la ciudad hay problemas para todos. Para los primeros, la sobrevivencia, el contacto cotidiano con la muerte que acecha; enfrentando los efectos de un cambio climático provocado por otros, cuyas consecuencias tienen que asumir y sufrir.
Para los de la ciudad, y dependiendo de su estrato social, algunas de esas dificultades se replican, solo que entre el cemento. Para otros, el desempleo, la inseguridad, la ausencia de perspectiva los persigue. Para la minoría, la preocupación radica en la productividad, en la ganancia, en la competitividad, en garantizarse para siempre una buena vida.
Se resiente la falta de visión de futuro, de liderazgos capaces de conducir, de voluntades colectivas que prioricen ante todo a la Patria que algún día sea esa Nación de hijas e hijos del maíz que gozan de justicia social.
Merecemos disfrutar del buen vivir. Tenemos recursos y posibilidades para lograrlo. Hay que provocar que quienes han mantenido al país en la oscuridad despierten, que abran los ojos y vean el maremágnum de injusticia que su egoísmo ha provocado antes de que sea tarde.
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