CABLE A TIERRA
Vientos de cambio
Ayer muy temprano soplaba un viento fuerte mientras escribía. Traía un terrible olor a putrefacto. No sabría decir si el hedor provenía del reino municipal de la zona 3 o si escapaba de los tribunales de justicia donde se ventilan los casos de corrupción y cooptación del Estado. Lo que sé es que luego del tufo me quedaron ganas de leer sobre los vientos. Mientras más leía, más metáforas se me ocurrían sobre nuestra sociedad. Aquí les comparto algunas:
Para comenzar, el viento es un fenómeno planetario que en su movimiento por la faz de la tierra no reconoce soberanías, ni se le pide pasaporte; simplemente va, pasa y toma la forma que le corresponde conforme a las condiciones climáticas y topográficas específicas. Eso no se puede controlar. Los cambios que se intenta impulsar en Guatemala son así: provienen de aquí y de allá; soplan de norte para el sur, y traen bueno y malo en su haber. Aún no sabemos dónde terminarán. Eso sí, es difícil pensar que se detendrán solo porque a algunos les cayó el aguacero antes de poder sacar la sombrilla.
Cuando los vientos del norte (más fríos) se encuentran con los del sur (más calientes) se pueden formar tornados en terrenos de planicie, pero si son zonas montañosas se convierten en profusas tormentas. También están los vientos ciclónicos: lluvias torrenciales con viento fuerte que pueden llegar a arrasar todo a su derredor. Además, en el hemisferio norte, son contracíclicos; es decir, giran en sentido contrario a las agujas del reloj. Van contra lo esperado, y por eso han sacado a tantos de su zona de confort. La fuerza y alcance destructivo de una tormenta depende en mucho de la topografía y de las condiciones previas de vulnerabilidad que hemos acumulado, luego de tantos años que han campeado la corrupción, la impunidad, la desigualdad y la injusticia.
Cuando hace un año y meses se destapó el caso La Línea, los primeros que no anticiparon la fuerza que tomarían los vientos fueron los propios gobernantes de ese entonces. Se les olvidó consultar con don Eddy, en el Insivumeh. Nunca imaginaron lo que se venía encima con la designación de Thelma Aldana para el MP. ¿Qué hizo que doña Thelma no resultara ser el suave viento estival que algunos anticipaban que solo abanicaría los calores demenciales de Pérez Molina y Baldetti, y se transformara en esta poderosa tormenta tropical que está arrasando con tanta estatua de sal que siempre ha gozado de privilegios e impunidad?
Tal vez un día nos lo cuente. El caso es que “Thelma” es ahora un huracán Saffir-Simpson 4. Por eso hay mucha gente incómoda; las cloacas se les rebalsaron y les salpicaron la cara. Salió a flote la putrefacción. Porque por primera vez no solo se toca a los pobres, sino se alcanza hasta los hogares más emperifollados de esta sociedad.
Es por eso que vemos ahora asomar entre las aguas cenagosas a tantos detractores; sembradores de odio empecinados en revertir a punta de lanza el deslave de sus riquezas y poder. Nos quieren convencer con cuentos de terror que hemos oído ya muchas veces.
Doña Thelma no es mi amiga; ni siquiera la conozco. Es más, no me gustó cuando la nombraron Fiscal General. Si algo debe, también se sabrá. Yo lo que veo ahora es lo que ella hace por mi país, lo que ha logrado, y cómo lidera una nueva generación de fiscales que trabajan por la justicia, y eso es lo que me importa. La apoyo porque sé que luego del huracán volverá a salir el sol y tendremos oportunidad de comenzar de nuevo, pero en otros términos.
Aguantemos el vendaval; no permitamos que nos conviertan en convenientes pararrayos del odio y la impunidad.
karin.slowing@gmail.com