La violencia al centro
Sin embargo, hay casos que iniciaron como un sueño de amor, pero terminan como una violenta realidad: el hombre que juró amarnos y respetarnos se convierte en la principal amenaza a la existencia. La Organización Mundial de la Salud señala que, a nivel global, entre el 16% y el 52% de las mujeres ha sufrido por lo menos un episodio de violencia por parte de su compañero íntimo. Es decir, una mujer tiene mayor probabilidad de ser lastimada, violada o asesinada por su compañero actual o anterior, que por cualquier otra persona.
Para algunas mujeres, salir viva de esa experiencia es imposible, como parece haber sido para Cristina Siekavizza. Hay otras como Mónica Casco, que más bien terminan cegando la vida del marido para defender la propia, cayendo con ello en una nueva e interminable vorágine de destrucción personal. Ellas ejemplifican los extremos más abyectos a los que puede llegar el ejercicio de la violencia contra las mujeres en el seno de los hogares guatemaltecos.
En el medio está la mayoría que sufre violencia por parte de su pareja, pero que lleva su penar en silencio y disfrazado con maquillaje. No las matan, pero viven años de golpizas y humillaciones que equivalen a una lenta muerte cotidiana; además del dolor físico, de las marcas en el cuerpo, están las huellas que quedan impresas en su psiquis y que debilitan la capacidad de la mujer para escapar de esa situación.
Una vez instalados, salir de esos círculos de violencia y abuso no solo es muy difícil, sino tiene consecuencias intergeneracionales: los niños que miran a su padre golpear a su madre tienen mayores probabilidades de repetir ese patrón en la edad adulta con sus propias parejas.
Más allá del atontamiento personal, lo que persiste detrás de la violencia contra la mujer es la convicción de que su deber es “aguantar” al conviviente, no importa lo violento y abusivo que sea. Todo, con tal de no sufrir la sanción moral y financiera de no ser “exitosas” en salvaguardar el vínculo matrimonial y el modelo de familia que nos venden como el único perfecto y admisible, aún y cuando cada día es más evidente que es justamente en el seno de los hogares donde están ocurriendo varios de los problemas de desarrollo que más repudio nos causan: la violencia contra las mujeres, violencia intrafamiliar, abuso sexual, violación de menores e incesto. Desde esta perspectiva, la familia puede llegar a convertirse en un factor de riesgo.
Estimada lectora: no tener la familia “modelo” no le quitará la vida; permanecer al lado de un compañero violento, ¡sí! Parafraseando un mensaje público de Mónica Casco emitido hace unos días, les suplico que piensen que “el único delito que se puede imputar a una mujer es consentir el primer golpe”. Si usted o alguien que usted conoce están pasando por esta odisea, busque ayuda. No permita nunca más que sea la violencia la que reine en el centro de su hogar. Recuerde que más vale que esté sola, que mal acompañada.