CABLE A TIERRA

¡Y Mujica habló!

Hay interesantes debates abiertos en redes sociales, con ocasión de la visita a Guatemala del expresidente del Uruguay José Mujica. ¿En qué medida tenemos capacidad individual y social para escuchar críticamente lo que nos comparten estos conferencistas? Y cuando uso el término “críticamente” aquí, no me refiero a esa actitud centrada en despedazar al interlocutor por el puro e intenso placer sádico que ello provoca en mucha gente, sino a esa capacidad de mantener una actitud de “escucha activa”, de examen intelectual de lo que se oye, proceso que, como mínimo, debería comprender el básico ejercicio de comparar y contrastar las ideas que nos aportan frente a nuestra realidad y, sobre todo, frente a nuestro propio pensamiento.

¿Cuestionamos nuestros propios posicionamientos, nuestras ideas luego de una conferencia de estas? ¿Derivamos reflexiones aplicables al país?, o como bien decía una cibernauta: ¿nos entra por una oreja y nos sale por la otra? O peor aún: ¿endiosamos la figura y pedimos mejor que nos manden un clon a vuelta de correo?

Me parece importante que una persona como el expresidente Mujica o el canciller Patiño vengan a la doliente Guatemala, en un momento como el que vivimos. Nadie espera que de una conferencia magistral se derrote por arte de magia a la casta corrupta; pero de una idea salió lo que ahora es la Cicig, y ¡miren hasta dónde nos ha traído! El día que renunciemos a nuestro derecho a pensar, a proponer, a imaginar soluciones, nos habrán vencido.

En ese marco, el discurso de Mujica me deja de inmediato tres mensajes relevantes para nuestra realidad actual y que no necesariamente hemos discutido a fondo:

Uno, el nudo gordiano de nuestro problema coyuntural es la manera en que se configuró en estos últimos 30 años la relación entre ética y política; a diferencia de lo que escuchamos acá, Mujica no propone abordar esta reflexión desde la moral individualista, menos aún con la tonada de retorno a los “valores de antes.” Ubica la discusión en la esfera de la economía política y cómo esta modela la ética social e individual con determinados contenidos: el valor supremo al dinero frente a la vida; el consumir frente al ser, por ejemplo.

Dos, el problema ético no es solo de la casta política; es de la sociedad en su conjunto, de la “cultura”. Yo diría más bien que es al ethos dominante y sus valores, forjados poco a poco, la que está urgida de un recambio. Eso toca el hogar, la escuela, las iglesias y los medios de comunicación. Exclama por un relevo generacional y sobre todo, por la renovación del pensamiento sobre la sociedad y sus fines, así como la recuperación del papel del Estado como articulador del bien común y mediador de las diferencias y asimetrías de poder. Hacia esas esferas deberían enfocarse entonces, en el mediano plazo, las demandas del movimiento ciudadano.

Tres, ¿para qué queremos el cambio en el sistema político? El discurso de Mujica es eminentemente humanista pero no antropocéntrico; claramente señaló la afrenta civilizatoria que nos impone el modelo económico global, y cómo este amenaza la sobrevivencia de la especie y la del planeta. En Guatemala lo sabemos muy bien: la canícula prolongada, la pérdida de las cosechas, las crisis de hambre de miles de familias; los conflictos territoriales por los recursos naturales y el uso de la fuerza estatal en contra de la población local, son las expresiones nacionales más claras de este fenómeno global.

Frente a esto, su propuesta: el desarrollo como felicidad. Tema que abordaré en otra columna.

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