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“Quiero ir a estudiar”: Los sueños de los niños en Guatemala frente a los niveles de inversión social

En el Día del Niño, es oportuno recordar que hay anhelos que nacen en la niñez y que, sin importar el origen y condición de cada menor, son la mejor motivación para sus vidas.

Cada 1 de octubre se celebra el Día del Niño para enfatizar en el respeto de sus derechos, y que se les debe proveer de todo lo necesario para que alcancen sus sueños. (Foto Prensa Libre, Érick Ávila)

Cada 1 de octubre se celebra el Día del Niño para enfatizar en el respeto de sus derechos, y que se les debe proveer de todo lo necesario para que alcancen sus sueños. (Foto Prensa Libre, Érick Ávila)

Según el Banco Mundial (BM), las tasas de pobreza y desigualdad de Guatemala son las más altas de la región. Pero sin importar el origen y la familia, menores de diferentes estratos socioeconómicos solo piensan en disfrutar de su niñez, de acuerdo con sus posibilidades.

A nivel urbano, es en la capital donde se evidencian los contrastes de las condiciones de vida de los guatemaltecos. Aunque la tercera parte de la población que habita en áreas rurales es extremadamente pobre —35.3%—, en el área urbana, 11.2% de las personas están por debajo de la línea de pobreza extrema, según resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2014, los cuales se actualizarán este año.

Según datos del Censo 2018, 22% de la población está formado por niños de 0 a 9 años. Es importante destacar que la pobreza infantil registra una tasa mayor a la de la población en general (59%), lo cual pone de manifiesto la magnitud de privaciones a la que niños y adolescentes están expuestos, situación que compromete su pleno desarrollo, indica el informe Invertir en la infancia, de Unicef (2023).

En este texto se establece que para universalizar los servicios esenciales para la niñez y adolescencia —acceso a la salud, educación, agua, saneamiento e higiene—, protección social para apoyar a las familias en condición de pobreza y pobreza extrema, el presupuesto público de Guatemala dedicado a estos servicios deberá pasar de 3.5% del producto interno bruto (PIB), en el 2023, a 7.7%, en el 2030.

Se calcula que en el 2023, cerca de 2.7 millones de niños y adolescentes de 0 a 18 años en el país se encuentran fuera del sistema educativo. En la educación inicial —de 0 a 4 años— se estima la mayor cantidad de niñas y niños excluidos, con un total de 1.8 millones, mientras que en preprimaria son cerca de 115 mil. En términos financieros, se requiere que hacia el 2030 el presupuesto público orientado a educación alcance el 3.9% del PIB, para aumentar y garantizar el acceso universal y equitativo a la educación para la primera infancia, niñez y adolescencia.

Juan Pablo Pira, coordinador del Centro de Estudios de Opinión Pública de Asíes, refiere que en el área urbana casi no hay pobreza extrema, “pues la ciudad de Guatemala es grotescamente distinta al resto del país, donde hay personas que no consumen alimentos suficientes que les provean de las calorías mínimas” para crecer sanos. Acerca del nivel socioeconómico, no solo se trata de ingresos de la familia, sino de su nivel educativo, formas en la que hacen pagos, si tienen automóvil o si salen de viaje en las vacaciones.

El Índice de Capital Humano de 0.46, de acuerdo con el BM, indica que se esperaría que un niño nacido en Guatemala en el 2018 alcance solo el 46 por ciento de lo que habría sido su productividad de por vida, si hubiera disfrutado de una educación completa y plena salud.

Invertir en la niñez y adolescencia hoy es la mejor decisión estratégica que puede hacer el país. Las bajas tasas de cobertura de los servicios esenciales para la infancia y adolescencia imposibilitan garantizar su desarrollo integral, lo que trunca su proyecto de vida y sus sueños, señala Unicef.

En este espacio se presenta la historia de tres niñas de diferentes niveles socioeconómicos, clasificados en bajo, medio y alto, con quienes Prensa Libre pasó una tarde, a fin de exponer las diferencias de sus actividades y de su entorno. Las tres viven a poca distancia una de la otra, en vehículo, y todas disfrutan de la compañía de su familia, sonríen sin mesura, juegan con lo que sus padres pueden proveerles y tienen sueños que, sin importar las circunstancias, merecen hacerse realidad.

“Quiero ir a estudiar”

Cuando se le pregunta a Meilyn Pérez, de 8 años, qué quiere ser de grande, dice que sueña con trabajar “para ayudar a su mamá, tener su casa, sus muebles y su televisor”. Quiere ir a estudiar, leer y pintar, y su más grande deseo es tener crayones.

Vive en un asentamiento capitalino, y al entrar a su casa, nos recibe con una gran sonrisa. Su vivienda está hecha de láminas oxidadas, cartón y madera apolillada. Tiene un área de unos cuatro por seis metros, donde viven nueve personas. La mitad del piso es de tierra. Su madre, soltera, explica que tanto Meilyn como su otro hijo, Lambdar, de 7 años, nunca han estudiado. Apenas si puede reunir Q15 o Q20 para la comida del día, lavando ropa ajena o recolectando objetos del barranco cercano, que vende como chatarra. No le alcanzaría para comprarles uniforme ni útiles escolares, aún en escuela pública.

Pero a Meilyn, delgada y de menor estatura para su edad, le llaman mucho la atención los coloridos dibujos y las letras. Un cuaderno que encontró su madre, de algún niño de primaria, es una de las entretenciones de la pequeña. Observa detenidamente las figuras geométricas de unos patrones y los textos de una tarea. Sus únicos juguetes son dos muñecas de trapo, que abraza con gran cariño.

Ella dice que le gusta pintar, pero la madre afirma que no es cierto, porque no tiene crayones. Le gusta ver caricaturas en la televisión que una “señora de gran corazón” les regaló. Además de dormir, come, ve televisión y juega en su cama. Sobre esta, un paral quebrado, amarrado con una soga, sostiene la lámina que amenaza con caerse en cualquier momento. Cuando se levanta, la niña dice que le “da gracias a Dios por un día más de vida”.

El almuerzo consistió en una sopa instantánea de fideos de Q2.50. Ese día no alcanzó para comprar tortillas. Desayuna un pan dulce con café. En la cena come frijoles y, a veces, un huevo, fiado de la tienda. Su madre dice que, si le va bien, les compra una libra de pollo. Las verduras y frutas quedan exentas de su dieta. Al terminar Prensa Libre de entrevistarla, sonriente, se despide, al decir: “Que Dios los acompañe”. Para poder cenar, la madre saldrá a buscar leña en el barranco para venderla.

“Quiero ser diseñadora”

El pasatiempo preferido de Mía Estrada Vásquez, de 10 años, es pintar con pinturas acrílicas, pequeños lienzos. Muestra, con gran orgullo, los mejores. De ahí que su sueño más grande sea convertirse en diseñadora gráfica, pues “quiere hacer realidad cosas con la creatividad”. Vive en un residencial, con sus abuelos maternos, tía, prima —de 8 meses— y una empleada doméstica. Su madre, quien formó otra familia, la visita esporádicamente, pero se hablan con frecuencia por teléfono.

Cursa el cuarto grado de primaria en un colegio para señoritas de la zona 1. Se levanta a las 5 horas. Un bus pasa por ella a las 5.30. Sus materias favoritas son artes plásticas y francés. Al regresar a casa, se baña y almuerza. En el día de nuestra visita, comió pollo rostizado y coditos con mayonesa. Desayuna huevo con jamón. Refacciona un muffin con huevo, pizzetas o galletas. Ese día llegó contenta porque el equipo de futbol de su grado obtuvo el segundo lugar en su colegio, al haber ganado 3-0. Juega de portera.

Después de almorzar, hace las tareas, que no son muchas, y que solo le lleva unos 45 minutos en terminar. Luego, en su computadora ve videos de Tik Tok, tutoriales o figuras de personajes femeninos en Pinterest, y dibuja su versión en su cuaderno. Mientras lo hace, refacciona un helado de paleta de yogur. Actualmente, está leyendo un libro sobre cómo alcanzar la felicidad.

Su comida favorita son los fideos, de todo tipo, con queso. Al final de la tarde, saca su bicicleta para pasear en un pequeño camino de su residencial, rodeado de árboles y juegos infantiles. Su principal preocupación es que sus maestras o compañeras contraigan dengue. Le dan miedo los zancudos. Los domingos acude a la iglesia evangélica.

“Me gusta vivir en Guatemala. Es un país colorido, lleno de naturaleza. Me gustan los güipiles y las artesanías, porque representan la belleza del país”, dice la niña, que se expresa muy bien. “Ella es mi motor. Es una niña inteligente, dulce, noble, empática y platicadora”, dice su abuela, quien explica que una compañera no pudo celebrar su cumpleaños por falta de recursos, por lo que Mía le hizo una refacción. Para Navidad, pidió a Santa Claus otra bicicleta, ropa, mascarillas faciales y patines.

“Quiero ser doctora”

Sofía Sosa, de 9 años, tiene un desempeño escolar excelente, con un promedio de 98. Le gusta estudiar y cuando sea grande, quiere ser doctora. También quiere participar en obras teatrales. Vive con sus padres, hermano mayor y una empleada doméstica en una residencia de un sector exclusivo. Cursa tercer grado de primaria y su colegio está a pocos minutos de distancia, por lo que la va a dejar y a traer su mamá. Poco después de llegar, a las 13.30 horas, almuerza.

El día de la visita de Prensa Libre, almorzó pollo en jocón, en uno de los dos comedores de su casa, pero no se comió el pollo, pues no le gusta comer carne de cualquier tipo. En el desayuno, come cereal con leche con chocolate o panqueques. Lleva de refacción pan con queso, pues no le gusta el jamón.

Luego de almorzar, sube inmediatamente al segundo nivel, donde la niña tiene su habitación, baño y cuarto de estudio, equipado, solo para ella, donde hace las tareas, supervisada por su mamá, quien lleva control estricto de estas y de los trabajos realizados en clase. Si detecta que algún tema visto en el colegio no lo entendió completamente, lo repasa con ella. Las materias que más le gustan son inglés, robótica y matemáticas.

Es una niña alegre y uno de los lugares favoritos de su casa es la sala familiar, donde se entretiene jugando en su tableta electrónica, de la que no se despega, después de hacer las tareas. Durante la tarde, refacciona un trozo de chocolate blanco y leche con chocolate. Su comida favorita es el sushi. Uno de sus juguetes preferidos es un personaje de manga japonés. Le gusta dibujarlos y reproducirlos en paper craft. No sale a jugar fuera de casa, y sus amigas la visitan de vez en cuando. No le gustan las compañeras que no son amables y le gusta ayudar a sus amigas “y defenderlas”.

A veces acompaña a su madre a sacar a pasear a sus dos perras, Lea y Ágatha, por las áreas verdes del lugar. Tres veces a la semana tiene tutorías de inglés y clases de natación. “Es un deporte muy completo, que practica desde pequeña, y que puede salvarle la vida”, dice su madre. En las próximas vacaciones asistirá a un curso de artes escénicas. La familia viaja con frecuencia al extranjero, especialmente, a Disneylandia.

  • Para elaborar este reportaje, tanto los familiares de las niñas, como ellas mismas, accedieron a contar sus vivencias y a ser fotografiadas de la forma en que aparecen en el mismo.

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.