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Estos son los clásicos picopitos, bien conservados

Un concurso reunió modelos Toyota que acumulan más de tres décadas de historias de familia, viajes y trabajo, y son una prueba andante de que la calidad nunca pasa de moda.

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Los picopitos Toyota que han pasado de generación en generación y permanecen nítidos. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

Los picopitos Toyota que han pasado de generación en generación y permanecen nítidos. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

Los tiempos que ya fueron pueden conocerse en el presente. La memoria y los recuerdos tienen la facultad de fusionarse en historias narradas, fotografías y, también, en automóviles que reflejan toda una época.

La distribuidora de vehículos Cofiño Stahl convocó a un concurso para encontrar modelos Toyota de hace 25 años o más, tanto para resaltar la calidad de su marca como para conocer los relatos de quienes están tras el volante de estos vehículos que sorprenden más conforme pasa el tiempo y siguen funcionando a la perfección, nítidos y bien cuidados.

Está claro que hay características mecánicas y estéticas que en su momento fueron innovadoras y hoy podrían quedar en desventaja respecto de modelos recientes. Sin embargo, no cualquier auto llega a ser “viejito pero nítido”, una joya sobre ruedas.

El Corona 1975

Lo delata su chasis lineal, las pronunciadas formas alrededor de los faros y su peculiar tamaño que contrasta con la dimensión de automóviles actuales. Sólida lámina y defensa cromada metálica: es el Toyota Corona 1975 que hoy es conducido por Julio Cifuentes. Antes de la pandemia de covid-19 no pasaba ocasión sin que algún curioso se acercara pidiendo permiso para tomar alguna fotografía del vehículo. Como si fuera una rutina, a las fotos le seguían una lluvia de preguntas sobre su “Toyotía”.

“Es algo diferente”, expresa Cifuentes, quien posee el auto desde hace 12 años, pero no recuerda su vida sin la presencia del Corona. Julio aún mantiene fresco en su memoria aquel día en que su abuelo fue a recoger el carro a la agencia de Cofiño Stahl, ubicada en la zona 5 capitalina.

Un tesoro de familia

“El Toyota” -como se refiere la familia Cifuentes al automóvil- llegó a su casa hace 46 años. Desde ese entonces ha recorrido ocho mil 800 km, según cuenta Julio. Además de ese kilometraje, el auto ha transitado historias y anécdotas que provocan a su actual propietario decir que “el carro tiene un valor sentimental para la familia”. El auto ha pasado de generación en generación hasta llegar a Cifuentes, quien planea heredarlo a su hijo de 4 años. Pretende mantener ese legado sobre ruedas.

“Es patrimonio familiar”, dice quien desde pequeño ha sido un amante de los carros deportivos antiguos.

Dicha inclinación fue alimentada en el taller de su abuelo, que era mecánico. Asegura que aprendió todo de él. Sin sus enseñanzas hoy no entendería por qué un auto japonés de antaño requiere de manos pequeñas para ser reparado. Tampoco sabría qué es una bomba auxiliar de clutch, una bomba de frenos y mucho menos un tambor.

El gusto de Cifuentes se ha evidenciado más allá del Toyota Corona que en algún momento fue de su abuelo y posteriormente de su mamá. Cifuentes cuenta que ha tenido varios automóviles “de colección”, pero ninguno como el que aún posee y que espera volver a conducir después de la cuarentena.

Julio tiene aún presente el viaje más largo que ha hecho con su reliquia. Fue hace unos meses con destino a El Salvador, “antes de que las fronteras se cerraran”, relata victorioso. Recuerda que la travesía requirió de un buen servicio para el vehículo.

Incluso así, añade, sin tener las comodidades que ofrece un auto moderno, “la experiencia de manejar un carro antiguo es única”. Ese cariño ha llevado a Julio a identificarse como un fanático de los automóviles de antaño.

E igual que muchos otros guatemaltecos, Julio espera pacientemente a que concluya el confinamiento. Protegido bajo una lona en el garaje, “el Toyota” también aguarda para transitar por las calles y pregonar su aspecto de otro tiempo.

 

El Toyota Corona 1975 reluce por su particular tamaño y formas. (Foto Prensa Libre: Cortesía Julio Cifuentes)

 

Recuerdos todoterreno

La historia de Aníbal Berreondo y su picop Toyota Land Cruiser FJ45 1983 guarda un paralelismo con el relato de Julio Cifuentes. La devoción hacia los carros en Berreondo también surgió cuando era pequeño y aprendió de mecánica automotriz con su abuelo materno, quien se dedicaba a ese oficio.

La pasión llegó específicamente cuando Aníbal era adolescente y pasaba las vacaciones en el taller del abuelo. Aprendió a hacer reparaciones, pero también a apreciar el valor de los automóviles. Hacia 1983 ese cariño automovilístico se reforzaría con la llegada del Land Cruiser FJ45 a su casa. Su abuelo paterno adquirió el carro de un cuñado, quien estaba vendiéndolo casi nuevo. “Esto sumó un valor sentimental. Estaba casi nuevo”, relata Aníbal, 37 años después.

Berreondo, hoy administrador en una cooperativa de Cobán, asegura que el automóvil estuvo presente en el hogar durante toda su vida. “Son tantas cosas importantes las que recuerdo”, manifiesta.

Una de las muchas anécdotas que Aníbal recuerda del picop está relacionada con las largas conversaciones con su abuelo en caminos de terracería cada vez que emprendían un viaje.

Otro recuerdo yace en una ocasión en la que muchos de sus familiares —incluidos los papás, abuelos y primos— viajaron desde Cobán hacia Esquipulas. “Pusimos colchonetas en la palangana. Fuimos y vinimos contentos”, cuenta con añoranza.

El Land Cruiser fue manejado durante mucho tiempo por el abuelo de Berreondo, después por su padre y ahora por Aníbal, quien obtuvo el carro hace siete años como resultado de una conversación con su abuelo, cuando le dijo que su difunta abuela quería que él tuviera el automóvil.

“Vas y lo manejás”, dijo el abuelo a Aníbal, quien asegura que en ese momento experimentó una emoción tan grande como cuando era niño.

Berreondo suele conducirlo en contadas ocasiones para mantener el picop nítido. Hasta la fecha, el auto ha recorrido menos de tres mil kilómetros, según su propietario. El cuidado del vehículo es importante para él. El año pasado fue desarmado y restaurado en su totalidad. Pieza por pieza, Aníbal intentó preservar la originalidad y funcionamiento de su Land Cruiser FJ45.

Berreondo espera manejar el poderoso todoterreno de seis cilindros cuando termine la cuarentena. Pero sus sueños van más allá: anhela el día en que su hija, hoy de dos meses, aprenda a conducir en él hacia nuevos destinos.

 

Un picop como pocos: el Toyota Land Cruiser FJ45. (Foto Prensa Libre: Cortesía Aníbal Berreondo)

 

Picopito japonés

Para el médico Alejandro Saravia, la importancia de estos automóviles clásicos tiene que ver con la longevidad y el estilo. Saravia se considera un amante de los carros a partir de su juventud.

Aunque de niño no vio nacer esa afición, recuerda que fue en la década de 1980, cuando se empezaban a popularizar distintos modelos clásicos, que comenzó a soñar con el día en que pudiera manejar uno de esos automóviles.

Hoy, a sus 54 años, ha podido realizar el anhelo de aquel joven que se fascinaba con las joyas rodantes que veía en la calle. Tuvo distintos carros clásicos que fueron ensamblados en Norteamérica, pero a la fecha conserva un Toyota 1000 que preserva ese sentimiento nostálgico.

Obtuvo el carro después de comprarlo al papá de un amigo suyo, pero antes de hacerlo no estaba tan convencido, ya que pocas veces había querido un auto ensamblado en Japón. “Me dije que iba a probarlo… A la fecha no me arrepiento de haberlo adquirido y tampoco creo que lo vaya a poder heredar”, expresa Saravia.

Recuerda que desde que obtuvo el auto, los elogios y las preguntas de otras personas alrededor del vehículo no cesaron. Alejandro explica que esto se debe a que las personas tienden a volcarse hacia autos como el suyo por el “hecho de ser un clásico”.

Durante muchos años Saravia manejó esa reliquia automovilista a diario para trabajar. Sin embargo, con el tiempo prefirió reservarlo para paseos y viajes específicos como el que planea realizar cuando la cuarentena concluya en el país.

Aunque admite que a veces ha temido que su preciado auto tenga algún desperfecto, ya que las piezas de reposición son difíciles de encontrar, cada vez que lo maneja revive la emoción que nació cuando era joven. Asegura que a pesar de que el carro no pueda transitar en estos tiempos, se trata de una pieza de museo que brilla en el garaje de su casa.

 

Alejandro Saravia posee un Toyota 1000, un vehículo clásico. (Foto Prensa Libre: cortesía Alejandro Saravia)

 

Espíritu deportivo, Efecto Celica

En estas historias de pasión y nostalgia por los autos de antaño se engloban recuerdos y emociones que los distintos propietarios han heredado a sus sucesores. Así ocurrió con Pluvio Mejicanos cuando durante sus años de universidad heredó el clásico Toyota Celica 1976 de su mamá.

El auto llegó en 1978 al hogar cuando la madre de Mejicanos lo adquirió. Fue manejado por ella durante 20 años.

En 2004 Pluvio comenzaba sus estudios de Arquitectura y, por ende, necesitaba transportarse hasta la universidad. La opción para hacerlo era aquel carrito antiguo y familiar que habían conducido por años su mamá y también su hermano.

Al inicio, cuenta Mejicanos, no se planteaba tanto el valor del automóvil, ya que era una persona joven y sus intereses estaban situados en otras cosas. Sin embargo, el paradigma fue cambiando con los años cuando reconoció que conducía una verdadera joya clásica.

El Toyota Celica ha sido manejado por Pluvio durante 13 años. Ese tiempo lo ha hecho encariñarse más con la reliquia andante, por lo que ha ingresado a grupos de WhatsApp donde otros aficionados comparten información acerca de los carros de ese estilo.

A este cariño se ha sumado la seriedad por parte de Pluvio para mantener el Celica funcional. Asegura que “tener un carro clásico conlleva empeño, sacrificio y dedicación constante, porque no es lo mismo que reparar un automóvil moderno”.

Con los años, Pluvio ha tenido que buscar repuestos más allá de las agencias. Se ha sumergido en internet y “deshuesaderos” de piezas automovilísticas cuando ha necesitado reparar su reliquia. Aunque en ocasiones se ha planteado sustituir el carro por uno más actual, el valor sentimental que tiene el Toyota en la familia lo ha hecho desistir.

Julio relata que el auto “ha estado en momentos muy importantes”. Al rememorar episodios con él durante su infancia y juventud, sale a la luz el recuerdo de cuando sus padres hacían paseos en el automóvil, o cuando hizo sus prácticas universitarias en Rabinal, Baja Verapaz, y manejó desde la capital hasta allá durante 24 semanas seguidas.

“Ya no se vuelve un artículo tan fácil de intercambiar como si fuera una prenda. Cuando se logra un vínculo con algo tan representativo, es difícil plantearse cambiarlo. He vivido distintas situaciones con el carro, por lo que sería difícil pensar que pudiéramos cambiarlo por otro, aunque utilizamos algunos modernos”, expresa el arquitecto.

El gusto de Pluvio por los automóviles proviene de su madre, quien se ha caracterizado por su afición a los carros deportivos. Además, cuenta, su pasión responde a un carácter personal, pues le gusta “conocer y desarmar” las cosas. Al igual que en la arquitectura, Pluvio ve en los carros oportunidades para instalar, restaurar y conocer sus componentes.

Después de 13 años, todavía no tiene candidatos para heredarles el Celica 1976. No descarta que al tener una familia pueda regalarlo. Asegura que la herencia dependerá, eso sí, del interés que suscite esa reliquia.

 

: El Toyota Celica 1976 se caracteriza por su aspecto deportivo. (Foto Prensa Libre: Cortesía Pluvio Mejicanos)