Remembranzas

El más humilde aristócrata

Murió uno de los hombres más cultos de América. El doctor en Letras, dramaturgo, ensayista y arquitecto Carlos Solórzano fue el existencialista guatemalteco del siglo XX.

escritor Carlos Solórzano

escritor Carlos Solórzano

Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre de porte y de conducta aristocrática, pero dotado de una profunda y sincera sencillez. Y quienes lo han estudiado saben de sus valiosos aportes para el enriquecimiento de las vanguardias literarias latinoamericanas.

Sus obras de teatro fueron montadas por directores como Max Aub, Alejandro Jodorowsky y Allan Lewis. En una ocasión recibió estas palabras de Albert Camus: “Usted tiene un talento dramático verdadero y original. Usted tiene todos los dones necesarios para lograr esa transposición de la realidad”.

Cuando publicó uno de sus más famosos dramas, el escritor mexicano Alfonso Reyes le escribió: “Mi querido buen amigo: admiro Las manos de Dios y lo felicito cordialmente por esta obra. Gracias por el rico precedente. Siga usted su magnífica ascensión”.

En una entrevista que le hiciera quien esto escribe, para los lectores de Prensa Libre, el 8 de junio del 2003, Carlos Solórzano dijo: “Me pregunta usted que cómo es mi vida. Pues debo decirle que mi vida privada ha sido sumamente afortunada. Me casé con una mujer excepcional, Beatriz Caso, que es una excelente escultora y una compañera ejemplar. Tengo dos hijas. Tuve también el horrible dolor de perder a mi único hijo varón”.

Carlos Solórzano falleció el 30 de marzo recién pasado, en México, víctima de un cáncer. Vivió 91 años. Tuvo dos hijas que lo amaron profundamente, Inés y Beatriz.

Era un hombre amable, poseedor de una bondad que no siempre mantienen quienes ganan tantos honores a lo largo de una vida tan fructífera. México lo amaba. En ese país le otorgaron importantes premios, reconocimientos y títulos académicos, y allí radicaba cuando fue derrocado Jorge Ubico, bajo cuyo mandato transcurrieron los años de su adolescencia.

Cuando Juan José Arévalo se instaló en el poder, Solórzano era uno de los mejores candidatos intelectuales que hubieran podido retornar al país para tomar puestos o desarrollarse dentro de los nuevos espacios de la Revolución guatemalteca, pero el doctor es un caso excepcional; optó por la ciencia y el estudio, quiso evolucionar antes que acomodarse, prefirió continuar con su formación en Francia, donde estudió Arte Dramático. Eso le permitió vivir de cerca la Edad de Oro del teatro francés de posguerra y conocer personalmente a varias personas importantes dentro de la literatura mundial. A su retorno a México fue nombrado inmediatamente director del Teatro Universitario.

Toda esa formación jamás incitó al académico a instalarse en una torre de marfil. Al contrario, fue un hombre tan sencillo como íntegro y tan humilde como científico.

Uno de sus alumnos fue Hugo Carrillo, y una de las académicas que lo dio a conocer en el país es la doctora Lucrecia Méndez de Penedo. El director de la Universidad Popular, actor y director René Molina, recuerda de él “su amor por el teatro, al que dedicó toda su vida. Era una persona muy sencilla, amigable y colaboradora”.

Carlos Solórzano fue un hombre que vino a la Tierra para quedarse. Es un ejemplo de que es posible combinar en la vida la prestancia de un aristócrata, el tino de un científico y la humildad de un hombre sin egoísmo.

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