Remembranzas

Ricardo Roesch Dávila

Probablemente no todos los seres humanos aprovechan su paso por la vida para dejar huella como lo hizo Ricardo Roesch Dávila, a quien su profesión de ingeniero civil le permitió erigir obras monumentales.

Su muerte, la semana pasada, se atribuye a causas naturales, cuando ya sobrepasaba los 90 años de vida.

Se graduó de ingeniero civil en la Universidad de San Carlos de Guatemala, un espacio que le permitió defender sus ideales al formar parte de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), junto con Emilio Zea González, Celso Cerezo, Guillermo Reiche y Edmundo Guerra, quienes se involucraron en el movimiento libertador del 20 de Octubre de 1944.

La esencia revolucionaria nunca se apartó de él y la expresaba a través de cartas que enviaba a las secciones de opinión de los medios de comunicación, en las cuales manifestaba su oposición a las medidas arbitrarias de los gobiernos de turno.

El profesional

“Como jefe era una persona muy capacitada, sabía corregir al personal en aquello que pudiera incurrir en el desarrollo del trabajo”, dice el ingeniero Javier Morales, quien laboró para él y con quien mantuvo una estrecha relación de amistad.

Según Ricardo, su hijo, “siempre mantuvo ética en todo lo que hacía, y eso le permitió que como empresario tuviera una posición importante en el país”.

Aunque una carrera tan amplia no se puede resumir a solo unas obras, el ingeniero Ricardo Roesch siempre manifestó su satisfacción por tres en particular, en las cuales participó. La ampliación que diseñó del puerto Matías de Gálvez, en Puerto Barrios, en la década de 1960; el puente del Río Dulce, obra realizada en la década de 1970; y el acueducto Xayá-Pixcayá, que abastece a la planta de tratamiento Lo de Coy, Mixco, finalizado en 1978.

Amigo de las letras

Su escritorio fue la cueva a la que nadie podía llegar. Hasta ahora, después de su fallecimiento han podido escudriñar. “Encontramos 14 libretas donde tenía apuntado todo lo que hacía diariamente, era como la bitácora del capitán de un barco”, cuenta su hija Rita María.

Aunque nunca publicó ningún libro, las letras fueron su medio de expresar sus sentimientos a quienes le rodeaban. Sus versos siempre estaban presentes en las reuniones familiares y se tomaba el tiempo de leerlos. “Aunque no me estuviera expresando su cariño y amor verbalmente, yo lo sentía a través de sus poemas”, añade Rita.

A su esposa Rita Gálvez, con quien compartió 60 años de matrimonio, le dedicó versos como: Por eso quiero repetir/ que seguirá dando vueltas la tierra/ apareciendo la luna/ y floreciendo la rosa/ y tú seguirás siendo esposa/ y madre como ninguna.

La vida familiar

La unidad familiar era uno de los valores que promovía Ricardo Roesch. Todos los lunes se reunía la familia para compartir el momento del almuerzo; esa tradición continúa. Los partidos de futbol también eran otro pretexto para reunirnos en casa y compartir con él, dice su hijo Ricardo. Además, disfrutaba las actividades al aire libre, y “a los 80 años, todavía se tiraba de clavado del muelle de nuestra casita en Atitlán”, recuerda Rita María.

Sin duda es en ese seno familiar donde radican las obras más grandes que Ricardo Roesch Dávila construyó: enseñarles con el ejemplo a amar su trabajo, realizarlo con excelencia y también a valerse por sí mismos, agrega Rita.

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