Remembranzas

Remembranza: Mario Vargas Cordón

Setenta y cuatro años que se caracterizaron por la vocación a la docencia y al servicio llegaron a su término el 28 de diciembre último, cuando el médico Mario Vargas Cordón falleció, como consecuencia de cáncer.

Lucy Pérez, fan del futbol, conoció a Vargas cuando él formaba parte del plantel de Municipal, en la década de 1950. Después de un largo noviazgo, se casaron y vivieron juntos durante 48 años, tiempo suficiente para saber que la “enseñanza y el servicio eran las áreas que más le apasionaban”. Pérez afirma que Vargas fue un hombre ético, responsable y trabajador, muy dedicado a su hogar y a sus hijos.

Seymour, hijo de la pareja, cuenta que su padre practicaba las tres virtudes fundamentales: fe, esperanza y caridad.

Sus hijas también enfatizan que fue un hombre prudente, y en ambientes informales animaba las fiestas con sus chistes y bromas.

Trayectoria

Después de varios años de docencia en diferentes universidades locales, en el 2000 concluyó la práctica médica para integrarse al laboratorio Laprin, en donde, además de investigador, fue el mentor de los visitadores médicos durante una década.

“Constantemente estaba pensando cómo ayudar a la humanidad, qué aportar a su Guatemala. Con esa motivación estudiaba las moléculas, fórmulas y composiciones para que los medicamentos fueran lo menos dañinos posibles. De esa cuenta logró encabezar la investigación del medicamento Cross PVP, efectivo en el tratamiento contra diarrea por cólera”, dice Marcia, su hija.

Docente Innovador

“Tenía el don de transmitir de muy buena manera conceptos que tenían una terminología muy técnica”, asegura Cecilia, su hija mayor.

El médico Édgar López recuerda que “el doctor Rodolfo Herrera Llerandi, fundador de la Facultad de Medicina de la Universidad Francisco Marroquín, se refería a él como un excelente clínico, un hombre que, a su juicio, era quien más conocimiento tenía de la farmacología en Guatemala, en aquella época”.

“Yo tuve la oportunidad de conocerlo cuando era estudiante del segundo año de la carrera de Medicina. Su cátedra vino a ser una revolución en la enseñanza de la farmacología”, agrega López.

El médico Rolando Girón, quien fue alumno de Vargas y después también su médico tratante en la enfermedad que lo aquejaba, manifiesta: “Con él aprendimos que el mejor instrumento de diagnóstico era la silla, para tener una entrevista con el paciente, escucharlo, examinarlo y pedir laboratorios congruentes. Con base en eso establecíamos un diagnóstico con fármacos que tuvieran la menor cantidad de reacciones posibles”.

Ambos especialistas tienen presente la ética que Vargas siempre transmitió con su ejemplo. Hoy, sus seis nietas y un nieto recuerdan con alegría las enseñanzas y anécdotas de su abuelo, un hombre que siempre tenía una sonrisa sincera para atenderlos y que vivirá en sus corazones por la eternidad.

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