La tripulación lleva media hora en el mar, luego de haber zarpado del muelle de Lívingston, Izabal, rumbo al Río Sarstún, límite entre Guatemala y el sur de Belice, declarada como área protegida.
A punto de iniciar la ruta, por el río, se divisan los lomos de un grupo de delfines que juguetean en las calmadas aguas del mar Caribe. El motor de la embarcación se detiene para observar de mejor manera el espectáculo que brindan estos nobles mamíferos.
La región del río Sarstún fue declarada Área de Uso Múltiple por el Congreso de la República en el 2005. Comprende un territorio de 35 mil 310 hectáreas, sin incluir las zonas de amortiguamiento.
Desde esa fecha, los pobladores de las 22 comunidades que durante más de nueve décadas han vivido en la zona, luchan por armonizar la necesidad de conservar los recursos naturales con el desarrollo económico.
Por esta razón, el manejo del área responde a un sistema único en el país, en donde la organización ambientalista Fundaeco y la Asociación Indígena Amantes de la Tierra integran un consorcio para administrar este territorio único e inexplorado.
Rodeados de mangle
Después de observar a los cetáceos, la embarcación continúa su viaje. El bosque tupido de mangle serpentea en las márgenes de ambos lados del río, de unos 500 metros de ancho, cuyo recorrido de 55 kilómetros se inicia con ese nombre en la aldea Modesto Méndez, Izabal, hasta desembocar en la Bahía de Amatique.
Cuando el sol empieza a calentar, se observan las primeras gaviotas y garzas, que reposan sobre viejos troncos, arrastrados por las turbulentas aguas del río en la época lluviosa.
A lo lejos se divisa un pequeño muelle en el cual se encuentra apostado un grupo de soldados guatemaltecos, quienes son los responsables de cuidar el puesto fronterizo entre Guatemala y Belice. Al pasar frente a ellos uno de los compañeros del viaje les grita: “Somos de Fundaeco”, frase que equivale a un pasaporte para continuar el viaje. A pocos metros se asoman los primeros ranchos de la comunidad Barra Sarstún.
Después se llega a la comunidad de Cerro Blanco, que forma parte del área protegida. De pronto las aguas del gigante azul se distribuyen en varios canales tupidos de mangle, tan continuos que la lancha debe avanzar en zigzag para tratar de esquivarlos.
Cuatro tripulantes, de nueve en total, descienden de la lancha para adentrarse en la selva y llegar al corazón de la aldea. Para lograrlo deben escalar una montaña, lo cual logran en una hora y media, aproximadamente, por un camino lleno de piedras y lodo. Los aullidos de los monos saraguates dan la bienvenida en la verde selva.
Los que bajan de la embarcación son dos albañiles que construirán un puesto de Salud y dos trabajadoras de Fundaeco.
En tanto la embarcación continúa su viaje, Julio Montenegro, director del Área Protegida del Río Sarstún, resalta la riqueza biológica de la zona.
Por su abundante explicación se nota que conoce muy bien la zona. Con énfasis destaca que es un área binacional protegida, puesto que del lado de Belice se encuentra el parque nacional Sarstoon Temash, y a escala local integra el Corredor Biológico del Caribe de Guatemala, que se une con las áreas protegidas del parque nacional Río Dulce, Biotopo Chocón Machacas, Sierra Santa Cruz y el parque beliceño.
Montenegro agrega que a escala regional forma parte del Sistema de Arrecifes de Mesoamérica y el Caribe y del proyecto trinacional del Golfo de Honduras. En lo que concierne al plano internacional, fue declarado sitio Ramsar —Convención para la Conservación de los Humedales— en el 2007. “Aquí es posible identificar cuatro tipos de mangle: pantanoso, lacustre, marino y de río, tanto enano como alto”, afirma.
Escasa vigilancia
El área del Sarstún es protegida por apenas ocho guardabosques distribuidos en distantes puntos a lo largo de la ribera. En Laguna Grande, el responsable es Ricardo Coc, quien cuenta que vigila la zona para evitar formas de pesca inadecuadas. Cada mañana, Coc camina desde la aldea Blue Creek para luego remar en su cayuco y llegar a su punto de trabajo.
Después de explicar paso a paso el trabajo que realiza, Coc se une a la tripulación río abajo. En el camino se ve a varios comunitarios trepados en los mangles. Ellos toman medidas y monitorean el estado de estos humedales.
Para conocer un poco más sobre su trabajo, nos acercamos a los aldeanos. Cleopatra Méndez, una de las trabajadoras de Fundaeco, explica que la idea es promover zonas de restauración pesquera con la participación de los pobladores. “Hacemos monitoreo de arrecifes, pasto marino y manglares, puesto que estos últimos son un vivero para las principales especies“, sostiene.
El principal medio de vida de estas comunidades es la pesca, por lo que el reto está en armonizar la protección de las diversas especies con esta práctica tradicional.
Méndez no duda que la clave está en que ellos se involucren en la conservación de los recursos, por lo que se tienen asignadas parcelas de mangle para su cuidado. Como parte de la dinámica, se les capacita. Algunos de ellos incluso toman cursos de buceo.
Turismo comunitario
El hambre aprieta, por lo que la siguiente parada se hace en el centro de atención a visitantes, el cual cuenta con un edificio de dos pisos con comodidades básicas.”Hay capacidad de atender hasta unas 40 personas, incluso quienes desean acampar. El precio por persona es de Q100, lo cual incluye visita al cenote y un paseo en cayuco”, comenta Montenegro.
En los ranchos, un grupo de mujeres de Barra Sarstún administra la cocina, un molino y panadería. La encargada de preparar el almuerzo es la lideresa comunitaria Sonia Tiul. La comida consiste en un delicioso tapado, acompañado de un refresco de naranja agria y tortillas calientes.
Tiul dirige a 24 mujeres de Barra Sarstún, es la encargada de hacer las compras para la comida de los visitantes y las organiza en pequeños grupos, según las necesidades.
“Este año ha venido poca gente”, afirma. Por esa razón, y para equilibrar la falta de turismo, utilizan el horno para preparar pan cada sábado, y luego lo venden para repartirse las ganancias entre todas.
El cenote
La travesía continúa hacia uno de los atractivos turísticos de Laguna Grande. Este es un pequeño recodo tupido de jungla, con aguas cristalinas, ideal para darse un chapuzón.
Justo al lado hay una colina, que hay que escalar para poder observar el cenote, por lo que es necesario bajar de la lancha y caminar. Escondida y profunda se divisa desafiante la gran cavidad en medio del bosque. “El área está identificada con la mayor diversidad de especies de murciélagos del país“, informa Montenegro.
El grupo de exploradores continúa la marcha más arriba, hacia un mirador del área. Hay que sortear troncos, piedras filudas, ramales, espinas y zancudos. El sudor corre, mientras, al fin, Montenegro encuentra el camino. “La vegetación cambia rápido”, afirma. Pero al llegar a la cima, la cantidad de árboles no permite apreciar el horizonte con claridad.
La lancha espera aparcada en la laguna donde Olga Ba Caal describe cómo es su trabajo con las mujeres. El manejo del área se concibe en forma integral, por lo que no solo se cuida la conservación del ecosistema, sino también aspectos socioculturales donde conviven las culturas garífuna, qeqchí y ladina, además de las actividades económico-productivas.
Por esa razón el consorcio ha incluido un componente de salud para mejorar las condiciones de vida de la mujer en zonas tan lejanas. “La mayoría de mujeres en las aldeas tiene entre 10 y 11 hijos, se dan casos de niñas de 13 años que resultan embarazadas y hay mortalidad materna”, asegura Ba Caal, asistente de participación social y género.
Ba Caal dice que el objetivo del programa es apoyar para detener esa problemática. El consorcio capacita a comadronas y enfermeras, se llevan a cabo jornadas de salud donde informan y aplican métodos de planificación familiar, y por último se construyen clínicas con un botiquín básico administrado por los pobladores.
Centro de negocios
Al final de la tarde, llegamos a la última parada del recorrido, en el centro de compra y venta de productos hidrobiológicos, un pequeño puesto a la orilla del río que el Comité, integrado por 33 pescadores del río Sarstún, utiliza para comprar y vender pescado y camarón, sin intermediarios.
Domingo Cuz Maas, de 49 años, sala varios pescados mientras cuenta que tiene 30 años de vivir en Barra Sarstún. “Hace dos años no había ganancia. Ahora nos repartimos esta dos veces al año”, explica.
Félix Vega, contador del Comité, refiere que ahora se encargan de repartir su producción en Lívingston, Puerto Barrios, Río Dulce y Belice. Uno de sus proyectos es mejorar el procesamiento, para entregar un producto de calidad ya empacado.
Dejamos el Sarstún para enfilar hacia la desembocadura de la Bahía de Amatique. El mar está más crispado y la lancha golpea con fuerza las olas a medida que regresamos a Lívingston.
Atrás queda una serie de desafíos para los pobladores de esta zona lejana, como la falta de certeza jurídica en la tenencia de la tierra, el avance de la frontera agrícola y ganadera y el narcotráfico, sin dejar de mencionar la situación de pobreza, escasa educación de sus habitantes y la autorización de posibles concesiones de exploración y explotación petrolera.