Revista D

Desde el Acatenango

Los estudios arqueológicos en esta región son escasos debido a que hay casas y fincas privadas.

Objetos de Iximché. Arriba, diadema y collar con aleación de oro y cobre. Abajo, brazalete tallado en hueso (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

Objetos de Iximché. Arriba, diadema y collar con aleación de oro y cobre. Abajo, brazalete tallado en hueso (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

El volcán Acatenango es colosal. Es un gigante que se levanta tres mil 976 metros sobre el nivel del mar —es solo un poco más alto que su gemelo, el de Fuego, que alcanza los tres mil 763 metros—.

En sus faldas se encuentra un pequeño municipio que lleva el mismo nombre y que pertenece a Chimaltenango. En ese lugar habitaron los kaqchikeles, sobre todo alrededor del 300 a. C., hasta decaer entre el 800 y el 900 d. C.

Los estudios arqueológicos de la región, que en realidad son escasos, indican que la población resurgió en el 1200 d. C., aunque ya no fue tan grande como en períodos anteriores.

“Los antiguos se fijaron en esa zona porque el suelo es muy rico. Por eso se cultivó mucho maíz y frijol”, refiere José Benítez, arqueólogo de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Hoy, el cultivo principal es el café, el cual tiene prestigio mundial.

Ruta de comercio

Acatenango está localizado en la ribera norte del riachuelo El Caracol, afluente del río Quiquiyá. Es un gran valle que comunicaba el altiplano central con la Costa Sur.

Las evidencias arqueológicas indican que ese punto tuvo grandes relaciones comerciales con Iximché —antigua capital kaqchikel—, San Pedro Yepocapa, San Andrés Itzapa y Parramos —todos los anteriores hoy pertenecientes a Chimaltenango—, así como con Santa Lucía Cotzumalguapa —actual municipio escuintleco— y San Miguel Dueñas, San Juan Alotenango y el Valle de Almolonga, en Sacatepéquez.

Según Benítez, esta ruta de comercio fue bastante transitada durante el Posclásico tardío (1200-1524 d. C.).

Una investigación efectuada en el 2006 logró determinar algunos sitios de importancia. Uno de ellos es la finca Los Cerritos, donde hay una plaza rodeada por tres promontorios que datan del Clásico (200 d.C. – 900 d. C.). Este ya había sido reportado por el explorador Chris Behrhorst, en 1976.

Hace siete años, en el patio de una casa, se descubrió un altar de dos metros por uno. En uno de sus extremos están talladas dos cabezas de serpiente y en el otro un cuerpo humano. Alrededor también se hallaron utensilios mayas. Algunos expertos refieren que la escultura podría datar de hace mil 200 años.

En el caserío Pacacay, asimismo, se identificó un montículo de 18 metros de altura, el cual, presumiblemente, tuvo una función ceremonial o bien fue un observatorio astronómico. Cerca de ahí se encontraron media docena de piedras redondeadas que parecen ser proyectiles.

En la finca Santa Felisa y en la aldea San Antonio Nejapa también se han detectado otros promontorios. El caso de este último es interesante, ya que donde está la iglesia católica actual se cree que hubo una acrópolis maya, la cual fue demolida en el siglo XVI por los españoles, para construir un primer templo, cuyos cimientos aún se observan.

Cerámica

Entre los campesinos de Acatenango, sobre todo en las aldeas Pacacay y Los Pajales, existe la creencia de que los restos de cerámica prehispánica que están sin descubrirse contienen oro, pero que “hay que saberlas abrir y no decir nada”, pues, de lo contrario, “el tesoro se vuelve ceniza”.

Muchos de esos vestigios, de hecho, son descubiertos por agricultores al momento de trabajar la tierra. También cuando se emplea maquinaria pesada.

Una gran cantidad de esas piezas, asegura una fuente anónima de la Municipalidad de Acatenango, son guardadas por los dueños de las fincas sin ser reportadas al Instituto de Antropología e Historia de Guatemala o, en el peor de los casos, son vendidas en el mercado negro. De esa cuenta, pocas han podido ser analizadas por los arqueólogos. “La investigación en la zona es especialmente difícil, porque hay casas o fincas privadas”, comenta Raúl Martínez, del Museo Nacional de Arqueología y Etnología.

Algunos de esos objetos son ollas pequeñas con paredes delgadas y barnizadas de negro. También vasijas con soportes mamiformes de colores naranja y otros entre café y corinto.

Ciertas piezas del Posclásico, refiere Benítez, se caracterizan por haber sido fabricados con mica. Se detectaron, por ejemplo, ocho estilos decorativos.

También se han encontrado objetos de obsidiana, navajas prismáticas, estelas lisas, esculturas de espiga zoomorfa y antropomorfa, así como columnas basálticas y talladas.

Actualidad

Hoy, Acatenango luce como cualquier otro pueblo. Es pequeño y bastante tranquilo.

En su bosque nuboso hay especies como el quetzal o el pavo cornudo. Habitan, además, armadillos, ardillas, coyotes, mazacuatas, venados y coches de monte.

No se pueden ver las ruinas, pues hoy están en forma de montículos y están cubiertos de cultivos. Los únicos que han sido plenamente explorados son Iximché y Mixco Viejo, de donde se ha obtenido una rica variedad de objetos, algunos presentados en las vitrinas de los museos nacionales.

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