La lista de intelectuales guatemaltecos que han vivido en París es exclusiva. Sin embargo, resulta curioso encontrar casos paradigmáticos en los que la Ciudad Luz ha servido, al menos, como escenario para el encuentro de la identidad estética de varios artistas.
Viaje a la semilla
Para comprender la realidad propia es conveniente tomar distancia de ella. Esto parece haber sucedido con varios de nuestros artistas, quienes pudieron comprender a cabalidad su realidad más profunda después de haber viajado a París y conocer los movimientos intelectuales de vanguardia en aquella ciudad. La estancia en la capital francesa les provocó, en lo más profundo de su ser, un viaje a la semilla de su identidad.
Así, encontramos a José Milla (1822-1882). El creador de la novela guatemalteca buscó refugio en la Ciudad Luz tras la caída del régimen conservador en Guatemala. Eran sus años maduros; sin embargo, fue ahí donde vio la luz primera su famoso Juan Chapín, personaje prototípico de su literatura. En esa ciudad escribió también una de sus obras más atrevidas e innovadoras: Viaje al otro mundo pasando por otras partes. Es una novela experimental, cargada de simbolismos en la que el escritor contrasta lo guatemalteco con lo universal.
El caso de Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) es el inverso: para su “refinado” sentido estético, Guatemala era apenas una aldea que no le permitía liberar su palabra cosmopolita. De ahí su temprana evasión hacia la ciudad universal por excelencia. El príncipe de los cronistas desarrolló su más importante actividad literaria en París, ciudad en donde conquistó fama de dimensiones universales.
Luis Cardoza y Aragón (1904-1992) también recibió en esta metrópoli el impulso creativo fundamental para su desarrollo artístico. En aquella ciudad conquistó la amistad y la admiración de los principales representantes del surrealismo: Bretón, Eluard y Arnaud. Como producto de ello, publicó los poemarios Luna Park y Maelstrom, ambos, los mejores ejemplos del surrealismo poético latinoamericano.
El caso más emblemático de la influencia parisina es el de Miguel Ángel Asturias (1889-1974). En esa ciudad maduró sus inclinaciones literarias y desarrolló una experimentación estética en las corrientes de vanguardia en boga. Se codeó con los círculos más prolíficos del surrealismo y buscó en lo onírico la fuente de su inspiración estética. Sin embargo, nunca encontró lo que buscaba; en cambio, descubrió lo que tanto anhelaba en el maravilloso mundo indígena guatemalteco. Se topó así con el Realismo Mágico, que a la postre se convertiría en el sello de identidad latinoamericana. Como producto de ello, concibió Leyendas de Guatemala, publicada en 1930 y prologada por el entonces más codiciado crítico literario: Paul Valéry. Ahí también dio forma a su novela más conocida: El señor presidente.
En el arte dramático también tenemos dos casos emblemáticos: Carlos Solórzano (1919-2011) es uno de los referentes del teatro latinoamericano y nacional. Realizó estudios de arte dramático en el Conservatorio Nacional de Francia y en la Sorbona. Ahí hizo amistad con grandes dramaturgos universales, como Albert Camus y Emmanuel Robles. La experiencia le permitió comprender a profundidad las manifestaciones dramáticas del teatro latinoamericano y desarrollar una estética personal cosmopolita.
Manuel José Arce (1935 -1985), a la vez poeta, dramaturgo y “escribiente”, encontró en esta metrópoli el refugio para sobrellevar su exilio. Desde 1980 tuvo que abandonar Guatemala, ante la represión generalizada de los regímenes militares. Fue en aquella ciudad donde se estrenó su obra Torotumbo, adaptación escénica de la obra homónima de Miguel Ángel Asturias. Desde París, también nos envió algunos de sus poemas más profundos y humanos.
La plástica guatemalteca también ha visto en París esa revelación de identidad profunda. Carlos Mérida (1891-1984), el gran muralista guatemalteco también estuvo en esa ciudad, donde buscó soluciones estéticas en las vanguardias francesas. Fue Pablo Picasso quien lo introdujo en los círculos intelectuales parisinos, lo que le permitió la amistad con artistas plásticos de la talla de Kandinsky, Klee y Miró. Fue así como encontró esa fusión de elementos del arte mesoamericano dentro de los cánones occidentales asociados con el abstraccionismo y el construccionismo.
Algo parecido ocurrió con Elmar René Rojas (1942), quien estudió en la Escuela de Bellas Artes de París. Aunque ya llevaba un buen camino recorrido en el arte, la experiencia en esta ciudad le ayudó a encontrar, como en el caso de Asturias, ese Realismo Mágico en el que logró una síntesis entre lo maravilloso de su realidad y el lenguaje universal de las vanguardias.
Roberto Ossaye (1927-1954) también radicó en París. A pesar de su corta vida, logró encontrar en el lenguaje cosmopolita un estilo de mucho ritmo, plasticidad y fuerza expresiva, plasmados en un arte de intensa preocupación social.
*Semiólogo