Revista D

Caligrafías de amor

En las cartas están las marcas del corazón y de la vida, decía el escritor Víctor Hugo.

María García Granados

María García Granados

Recibir una carta en estos días puede ser algo inusitado cuando ya casi nadie recuerda su código postal y los buzones son piezas de museo porque la tecnología sustituyó a la pluma.

Siglos atrás, el hoy tan polémico doble check azul del whatsApp —que infidente cuenta  del mensaje leído o no— no existía, pero en su lugar la ansiedad, el suspenso, la duda y  el cultivo de la paciencia eran parte del juego amoroso.

El género epistolar se nos vuelve ajeno ahora que nos comunicamos por Skype o Facebook. Lo que ganamos en velocidad  lo perdimos en profundidad”, comenta Philipe Hunziker, propietario de la librería Sophos, de la Ciudad de Guatemala.

Las epístolas, sin embargo, ofrecen una entretenida posibilidad de conocer la historia. Aquí y ahora, por ejemplo, condensa la correspondencia entre el escritor estadounidense Paul Auster y John Coetzee, Premio Nobel de Literatura. Cartas Memorables incluye las misivas en pro de la paz de Gandhi a Hitler, por ejemplo. Legajo anudado, de Rogelio Salazar, está basado en la correspondencia de Nietzsche, cita Hunziker.

“Cualquier lector de una carta que no es para él se convierte en destinatario. Ésa es la magia del género epistolar. Al estar escrita en un estilo directo, una carta implica siempre a quien la descifra”, dijo en una ocasión  Gérard Lhéritier, director del museo de Cartas y manuscritos de París.

Merodeando entre este tipo de documentos, la escritora argentina Valeria Cipolla  recopiló en el libro 108 cartas de amor la correspondencia de algunos reyes, filósofos, escritores, músicos políticos y  críticos de arte. Del ejemplar de Cipolla se extraen las siguientes historias.

Erotismo y pasión

 “Dios sabe que a una palabra tuya yo te habría seguido, te habría seguido sin dudar hasta la residencia misma de Vulcano”, escribió Eloisa a Pedro Abelardo, uno de los genios de la lógica.

Eloisa, sobrina de Fulberto, canónigo de la catedral de París, fue secuestrada por Abelardo cuando sus relaciones amorosas fueron descubiertas, alrededor del año 1124. La venganza del tío se consolidó cuando urdió castrar a Abelardo. Los amantes terminaron sus días recluidos en distintos conventos.

“Perdono todo lo que está inspirado por la pasión porque solo el placer nos saca de la nada”, redactó una de las puntas de lanza de la Ilustración, Deniss Diderott a Sofía. Él  estaba casado con una vendedora de lencería, pero  sostuvo un amantazgo desde 1755 hasta su muerte con Sofía Volland, cuenta María José Villaverde en su columna “Denis Diderot o la pasión”, publicada en el rotativo español El País.

Sofía se convirtió en la cómplice intelectual del coordinador de la enciclopedia francesa.

El erotismo también  está presente en las líneas que Manuela Sáenz escribió al libertador  Simón Bolívar, a quien conoció el 16 de junio de 1822. “Solo por la gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento… para saciarnos y amarnos en un beso suyo y mío, sin horarios, sin que importen el día y la noche”, le escribió Manuela, casada con un médico inglés 26 años mayor que ella. 

  En 1904, Nora Barnacle, inspiró los más encendidos versos a James Joyce, el  autor de Ulises.  Ella se vio reflejada en muchos de sus personajes femeninos.

El rechazo y el miedo al ridículo de igual forma están condensados en la correspondencia amorosa. “¿No hay algo esencialmente cómico en el amor?… Le juro que esta será la última vez que me exponga al ridículo, y, si mi ardiente amistad hacia usted se prolonga en el futuro tanto como ha durado en el pasado… ambos seremos ancianos”, le advirtió el crítico de arte Charles Baudelarie a Apolline Sabatier, en mayo de 1853.

Casi un siglo después, el escritor Julio Cortázar experimentó momentáneamente el rechazo de  Edith Aron. En una de sus cartas le advirtió: “Si usted está ya en orden satisfactorio de cosas, si no  necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos”. Ella se convirtió en la inspiración del personaje de la Maga, en Rayuela, la famosa novela del literato argentino. “¿Qué me vio Cortazar, ¡no sé! Yo era simplemente una chica buena y agradable”, respondió divertida en una entrevista que concedió en el 2004 al diario argentino La Nación.

La desolación

Aunque la considera un “romance platónico”, el escritor cubano Ramiro Valdés Galarraga, autor de Tres mujeres en la vida de José Martí,  incluye a María García Granados junto a   Leonor Pérez y Carmen Zayas Bazán —con quien estuvo casado 13 años— entre las personalidades influyentes en la vida del creador del Partido Revolucionario Cubano.

“Hace seis días que llegaste a Guatemala y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita (Carmen) Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto”, redactó María  a Martí al saber que había vuelto casado de México.  Los historiadores, entre ellos,  José María Izaguirre, la describen como una mujer inteligente, adelantada a su época y afín a los valores de Martí. 

En su artículo “Viejos datos reverdecen la leyenda: Martí y la Niña”, su autora, la cubana Mayra Beatriz Martínez, recoge las líneas escritas años después por Martí a un amigo en donde refleja su desolación. “Y pensar que sacrifiqué a la pobrecita, a María, por Carmen, que ha subido las escaleras del consulado español para pedir protección de mí”.

En 1891 Martí era cónsul de Paraguay y Argentina en Nueva York y la relación con su esposa terminó por deteriorarse cuando ella se embarcó para ir a La Habana y pidió ayuda a las autoridades españolas, reseñó Martínez.

El poema de La niña de Guatemala inspiró  la novela Las largas horas de la noche, escrita por Antonio Álvarez Gil, ganador del premio Vargas Llosa.

   En la literatura guatemalteca también cabe destacar las misivas que el premio Nobel Miguel Ángel Asturias escribió a su segunda esposa Blanca Mora y Araujo en la década del 50, durante su exilio, resalta Gladys Tobar, directora del Instituto de Estudios de la Literatura Nacional de la Universidad de San Carlos.

“Ya no queda en mí nada que no sea la certidumbre de tu bondad”, escribió Virginia Woolf a su esposo Leonard  en una carta fechada el 28 de marzo de 1941. Antes de que su cuerpo apareciera flotando en un río,  le explicó  su presentimiento acerca de otra de sus crisis depresivas. 

 Líneas como las de Jorge Luis Borges a Estela Canto representan, al contrario, la esperanza, la fe vertida en el otro: “Hasta el día de hoy he engendrado fantasmas; unos mis cuentos me han ayudado a vivir;  otros, mis obsesiones, me han dado muerte. A estas las venceré, si me ayudas”.

Las misivas de Chopin a Konstancia o las que intercambiaron George Sand y Alfred de Mussett, las del poeta mexicano Manuel Acuña a su amante,  resaltan un sentimiento que se resume en devoción.

Con razón Juan Rulfo  le decía a su amada Clara: “No, no es fácil querer mucho”.

Enrique VIII a Ana Bolena

 (1528)

Enrique VIII fue rey de Inglaterra. Contrajo matrimonio en seis ocasiones.  Su boda con Ana Bolena provocó el enfrentamiento del Parlamento con la Iglesia católica romana, con la que rompió relaciones.  Años después, la hizo arrestar por cargos de brujería y la acusó de conspirar para su asesinato. Bolena fue decapitada.

Enrique en una ocasión le escribió: “Recuerda una máxima de la astronomía que dice que cuando el Sol está más lejos, los días son más largos y calientes; lo mismo ocurre con nuestro amor, que, a pesar de la distancia, conserva todo su fuego, al menos por mi parte.

  Espero que sientas lo mismo que yo y te aseguro que el dolor de la ausencia es demasiado cruel para mí”.

María Alcoforado al marqués de Chamilly

 (1668)

Las cartas de esta monja portuguesa están consideradas como obras de la literatura universal. Su destinatario es Noel Bouton de Chamilly, un oficial de las tropas de Luis XIV, quien incumplió la promesa de enviar por ella y se marchó a Francia.

“Os conjuro a que me digáis por qué pusisteis tanto empeño en fascinarme, cuando sabíais muy bien que teníais que abandonarme. ¿Por qué habéis buscado mi desgracia de un modo tan despiadado? ¿Por qué no me dejasteis tranquila en mi claustro? Os había hecho acaso algún daño? Pero, perdonadme, no os acuso de nada. En mi estado no se puede pensar en venganzas y solo acuso a la crueldad de mi destino”.

Auguste Comte a Clotilde de Vaux

(1845)

Matemático y fundador del Positivismo.  Este gnóstico por definición se enamoró de  Cleotilde de Vaux, partidaria del divorcio, quien no le correspondió y le confesó sentirse “impotente para lo que sobrepasara los límites del afecto”.    

Él, no obstante le escribió: “Expreso a usted el sentimiento de mi corazón tal como es naturalmente el pensamiento es el único artista que puede tornar estas bagatelas. Mi ganancia es complacerla a usted y penetrarme de la sinceridad de su adhesión, que para mí tiene tanto valor.. Yo no he encontrado más que en usted la equidad unida al amplio deseo del corazón”.

Oscar Wilde a Lord Alfred Douglas

(1893)

El amor entre el novelista Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas, un noble escocés, inspiró obras como las de Luis Antonio de Villena , “el charlatan crepuscular”. 

“Niño mío; tu soneto es bastante bueno, y es una maravilla que esos labios de pétalo de rosa rojos tuyos sirvan igual para la música del canto que para la locura del besar. Tu fina alma dorada se pasea entre la pasión y la poesía. Sé que tú eras Jacinto, a quien Apolo amaba tan perdidamente, en el tiempo de los griegos”.

 

Manuel José Izaguirre a Gonzalo de Quesada

(1909)

Manuel José Izaguirre escribió una carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui en la que cuenta del encuentro entre José Martí y María García Granados recopilada por la escritora cubana Mayra Beatriz Martínez.

“Era una joven interesantísima. Llevé a Martí a un baile de trajes, que se daba en casa de los García Granados, a los dos días de haber llegado por primera vez a Guatemala; estábamos los dos de pie, en uno de los hermosos salones, viendo desfilar las parejas cuando vimos venir del brazo a dos hermanas señoritas. Me preguntó Martí, “¿Quién es esa niña vestida de egipcia?”—”Es María, hija de la casa”, le contesté. La detuve y le presenté a mi amigo y paisano Martí, y se encendió la chispa eléctrica”.

Zelda Fitzgerald a Francis Scott Fitzgerald

 (1934)

Zelda fue escritora y  esposa del novelista estadounidense Scott Fitzgerald. Fue diagnosticada con esquizofrenia en 1932. Permaneció recluida en un sanatorio  hasta que murió durante un incendio en 1947.   

“No tienes ningún motivo real de pesimismo. Tus cuadros han sido un éxito, tu salud ha mejorado mucho, según tus médicos y la única tristeza es vivir sin ti, sin oír los tonos de tu voz con sus pecualiares intimidades de inflexión…

 Cisne flota suavemente porque eres un cisne, porque con la exquisita curva de tu cuello los dioses te concedieron un don especial, y aunque te lo fracturaras tropezando con algún puente construido por el hombre, se curaría y seguirías avanzando. Olvida el pasado, lo que puedas, y da la vuelta y nada de nuevo”.

Eva Perón a Juan Perón (1947)

Se casó en 1945 con Juan Domingo Perón, presidente de Argentina, fue presidenta del partido peronista femenino. Luchó contra el cáncer y el año que escribió esta carta logró la sanción del sufragio femenino. Murió en 1952.

“Juancito, cariño, perdóname por estas confesiones, pero tienes que saber esto ahora que me voy y estoy en manos de Dios y no sé si me ocurrirá algo… tú me has purificado a mí,  tu esposa con todas sus faltas, porque yo vivo en ti, siento por ti y pienso por ti; cuídate del gobierno, tienes razón de que no compensa, si Dios nos deja que acabemos bien todo esto, nos retiraremos y viviremos nuestra propia vida e intentaré hacerte todo lo feliz que yo pueda porque tu felicidad es la mía”.

Nelson Algren a Simone Beauovoir

(1952)

Nelson Algren fue escritor y amante de Simone,  considerada uno de los pilares de feminismo y la compañera de vida del filósofo Jean Paul Sartre.

“Uno todavía puede tener los mismos sentimientos hacia alguien y no permitirles que gobiernen o trastornen su vida. Amar a una mujer que no te pertenece, que antepone otras cosas y a otras personas, sin que ni siquiera haya una posibilidad de que tú ocupes el primer lugar, es algo que resulta simplemente inaceptable. No me arrespiento de ninguno de los instantes que pasamos juntos. Pero quiero un tipo diferente de vida… La decepción que sentí hace tres años, cuando empecé a darme cuenta de que tu vida pertenecía a París y a Sartre

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