Revista D

Cronista del barrio de Candelaria 

Su vida la ha dedicado a la investigación y divulgación de la historia del arte religioso nacional.

Fernando Urquizú es un fiel devoto del Jesús Nazareno de Candelaria (Foto Esbin García)

Fernando Urquizú es un fiel devoto del Jesús Nazareno de Candelaria (Foto Esbin García)

En uno de los barrios más antiguos de la Ciudad de Guatemala, el de Candelaria, en la zona 1, creció el historiador Luis Fernando Urquizú Gómez (1959), en una “casona” donde aún reside y que está llena de imágenes de ángeles, retratos de Jesús Nazareno, colecciones de niños Dios y otras piezas que dan fe de su pasión por el estudio del arte y la imaginería.

En ese ambiente de devoción por los rezados, las procesiones de Jesús Nazareno de Candelaria y la música sacra, transcurrió la niñez de este cronista, quien con los años y la distancia, pues estudió en México y España, se convirtió en un especialista en historia del arte guatemalteco.

Urquizú acaba de escribir el libro Historia de las ideas y del arte en la Nueva Guatemala de la Asunción 1776-2015, el cual presentó la semana pasada, con el afán de enriquecer el discurso en esta rama de la historia.

En esta entrevista comparte su lucha por el rescate y conservación del patrimonio religioso del país.

¿Cómo transcurrió su infancia?

Nací en una vieja casona solariega con árboles centenarios sembrados para que florecieran al paso de Jesús de Candelaria. Desde muy joven tuve conexión con los santos y las iglesias. Mi padre, Héctor Urquizú, fue músico militar durante el gobierno de Jorge Ubico, por eso aprendí a ejecutar clarinete, acompañando a Jesús en la 13 avenida, así como a confeccionar alfombras y a tocar la marcha Cristo Rey, de Fabián Rojo.

Ese patrimonio se lo he transmitido a mi hijo Jorge, quien también interpreta el clarinete. Somos una familia de músicos; cada quien tiene una profesión, pero la música es parte nuestra.

Viví bajo la influencia de mi madre, Teodora Gómez Carrera, y mi madrina, Herlinda Paz García, vecina del barrio, de quien heredé el menaje de su Nacimiento. Los tres influyeron mucho en mí, en el amor por el arte y a vivir intensamente las fiestas tradicionales.

¿Cómo sociabilizaban los vecinos?

Era un barrio de músicos devotos integrado por un grupo de damas o “divas” a quienes admiraba por su dominio del canto. Las recuerdo acompañadas al piano por mi padre, entre ellas, Carolina Monterroso, Carmen Reyes y Blanca Estévez. También doña Alicia Bravatti, famosa por su novena a San Antonio de Padua.

El barrio de Candelaria es uno de los más tradicionales de la ciudad.

Desde el siglo XIX ha sido el segundo más poblado de la ciudad. Son cuatro los más antiguos: El Sagrario, El Calvario, San Sebastián y Candelaria. Hasta la primera mitad del siglo XX se conservaba un sentido ritual de vida.

¿Qué significa eso?

Tanto en la Antigua Guatemala como en la Nueva Guatemala se nos inculcó que uno viene al mundo para trabajar como una preparación para la vida eterna, no precisamente para disfrutarla.

Este pensamiento fue cambiando con el tiempo.

Estudié en el colegio Loyola, poco a poco fui descubriendo que había sacerdotes de una línea conservadora y popular, como también los de la teología de la liberación, quienes contradecían el discurso tradicional.

Ahí me percaté de cómo la religión ha sido usada como estrategia política, cómo dentro de la iglesia hay grupos simpatizantes del Papa, las líneas de pensamiento conservadoras y otros que proponían el despojo de los bienes para entregarlo a los demás.

¿Cuál es su postura sobre esto?

La Iglesia es la rectora del patrimonio y los valores del país. Ofrece un modelo perfecto de vida, el cual debemos conciliar con el mundo actual.

El barrio de Candelaria, al igual que muchos otros, se transformó por el ritmo de vida. ¿Qué sucedió en este?

Con el capitalismo comenzaron a instalarse una serie de fábricas en el vecindario. A la par, por ejemplo, estuvo la de chicles Peter Pan, con más de mil trabajadores. Mi padrino tuvo la fábrica de calcetines Nueva York con 500 empleados; los tejidos Princesa y el aserradero Jiménez, entre otros, se instalaron en el barrio.

Con la industrialización se rompió ese sentido de convivencia, alrededor de 1967.

Luego vino el terremoto de 1976, unido al comienzo urbano del conflicto armado interno.

Algunos vecinos migraron y las viejas casas contrastaron con los edificios modernos. En ese tiempo tuve la suerte de salir del país. De los siete hermanos que somos, solo yo decidí regresar al país.

Después de la industrialización, ahora resulta que somos muchos en la capital. Las grandes fábricas quebraron y abandonan los edificios, mientras tanto se construyen nuevos y ahora el barrio es repoblado.

¿Qué lo decidió volver a Guatemala?

Alguien debía cuidar a mi padre y poner en valor todo lo que aquí estaba guardado en cajas: turnos, fotografías y libros que eran vistos como una cuestión de cosas viejas; pero les construí un discurso propio.

Fue una labor de rescate y puesta en valor de las costumbres y tradiciones de su barrio.

Exacto. Nadie le daba mérito. Ordené la colección familiar de los turnos de Jesús de Candelaria desde 1903 hasta la fecha. Los enmarqué y presenté en un discurso historiográfico, por lo que ahora valen mucho. Se conoce como patrimonio industrial, porque son objetos producidos en serie, que la misma sociedad destruyó y del cual se conservan pocas piezas.

Esto lo aprendí en la Universidad de Valencia, con los cursos de archivo y catalogación.

¿Tomar distancia le hizo apreciar el valor de estos recuerdos?

No, me permitió salir del círculo de los historiadores nacionales y apreciar el patrimonio industrial.

El maestro Aurelio de los Reyes García Rojas me hizo comprender el valor de las cosas guardadas en cajas y el espíritu del barrio de Candelaria.

Otra maestra de quien recibí grandes consejos fue Miriam Cabrera Mérida, ella me transmitió que no se trabaja por la paga, sino por amor al arte.

¿Cuál es su especialidad en la historia del arte?

Conozco el arte guatemalteco y un poco del colonial hispánico nacional.

En Antigua Guatemala tenemos identificados los monumentos, pero no encuentro la lectura ritual de estos templos y su relación con los siete dolores y gozos de la Virgen, por ejemplo.

La urbe se concibió como un preparación para la vida eterna; pero nos quedamos en el discurso de la ciudad romántica colonial o en el levantamiento frívolo de los monumentos.

Tenemos el registro de sus inmuebles, pero falta la concatenación lógica de la ideología que llevó a construir todos estos monumentos religiosos.

¿Este mismo concepto se trasladó a la Nueva Guatemala?

Sí, cada barrio contaba con su imagen, fiesta, novenario. Cada una ha servido para cohesionar a la sociedad desde las procesiones, los rezados y novenarios. Pero esa memoria histórica se está perdiendo. Esa ha sido la esencia del barrio de Candelaria.

De manera que las imágenes procesionales cumplen una función social.

Dentro del imaginario colectivo, estas esculturas tienen diferente utilidad a cada uno. Para algunos será un medio de devoción, para otros político y otros más lo verán como un bien económico.

De manera que un imaginario colectivo tiene diferente acepción en los particulares. Todo depende de dónde yo me coloque para contemplar la imagen milagrosa.

Perfil 

Doctor en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Cursos de especialización en Historia del arte en las universidades Francisco Marroquín, Guatemala y Valencia, España.

Licenciado en Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala.

Ha publicado más de 200 escritos, entre artículos, ensayos y libros relacionados con la historia social del arte e historiografía religiosa tradicional de Guatemala. Destacan: La mujer en el Arte Guatemalteco, Nuevas notas para el estudio de las marchas fúnebres en Guatemala.

Coordinador académico de la publicación El arte Guatemalteco Expresiones a través del tiempo.

Funge como director de post-grado en la Escuela de Historia de la Usac y es miembro de la comisión de investigación de arte del Ministerio de Cultura y Deportes.

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