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El inexorable marcha del tiempo, según el punto de vista de varios expertos

A unos días de que comience el 2021, especialistas en diversas ramas reflexionan sobre el tiempo: su caminar incesante, su sentido a veces obviado y su valor siempre renovado.

El significado del paso del tiempo es analizado por expertos en diversas ramas. (Foto Prensa Libre, pixabay)

El significado del paso del tiempo es analizado por expertos en diversas ramas. (Foto Prensa Libre, pixabay)

Pensamos que vivimos sin ataduras, pero no es así. Dependemos de lo que el tiempo decida, demande, establezca, exija e imponga. Ese tic tac, tic tac, tic tac da vuelta por nuestra cabeza insistentemente, anhelando con ahínco detenerlo, apresurarlo o retenerlo. Somos sus esclavos y no hay manera de liberarnos.

¿Cuántas veces hemos cambiado de planes porque llegamos tarde o muy temprano a una cita? El tiempo no se moverá (o retrocederá) ni una milésima de segundo según nuestros deseos. Y solemos culparlo por su desdén. En muchas ocasiones nos engañamos al creer que lo desafiamos, lo provocamos o lo retamos, pero no es así. El tiempo no perdona nada, su implacable indiferencia nos asfixia y, para alguien inmerso en su resignación, reconforta.

“La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”, decía John Lennon, quien afirmaba no tenerle miedo a la muerte porque era como “salir de un automóvil para entrar a otro”. Según sus palabras, hay que vivir intensamente el tiempo terrenal, racional o espiritual (o ambos), sin preocupaciones, sin afanes, sin ansiedades. ¿Para qué hacer planes, si de todas maneras “todo llegará a su tiempo”?

Esas manecillas, minutera y segundera, no se derretirán como en la surrealista obra de Dalí, La persistencia de la memoria, donde el tiempo pareciera perder su poder, pero no se desvanece. Debilitado, pero hegemónico, aún marcará las horas que nos quedan por (sobre) vivir, porque el tiempo nos descuenta vida de nuestro cronómetro. Dejemos de seguir siendo ilusos de que esos continuos deja vú invocarán la indulgencia del tiempo.

Estructuremos nuestra vida como el vaivén circadiano en el Ulises de James Joyce (1922), un día entero de Bloom retomado en diferentes perspectivas y peripecias temporales, una épica fábula que podría reinterpretarse como la frase popular “vive este día como si fuera el último”. Nadie como Leopold Bloom vivió tan intensamente su odisea de 24 horas. “No hay pasado ni futuro, todo fluye en un eterno presente”, decía Joyce. Dentro de su nihilismo, vigente e introspectivo, tenía y tiene razón, y deberíamos ponerle un poco de atención.

“El tiempo está ligado al espacio”

TIEMPO

Por José Rodrigo Sacahuí*

El tiempo es uno de los conceptos más interesantes e importantes dentro del campo científico, en particular, el de la física, en la que se conocen como magnitudes físicas fundamentales, las cuales son propiedades que se pueden medir. Entre otras cantidades fundamentales se encuentran la masa, la temperatura y la longitud.

El tiempo es el que mide la separación entre dos eventos o la duración de los mismos, los ordena en secuencias y así se establece un pasado, al referirse a los eventos que ya acontecieron, y un futuro, que son los eventos que aún no acontecen. La unidad utilizada por el Sistema Internacional para el Tiempo es el segundo, el cual inicialmente fue definido como una fracción del año solar pero que posteriormente fue redefinido en base a transiciones atómicas, las cuales son mucho más precisas.

El concepto de tiempo tiene variantes entre la llamada mecánica clásica y la mecánica relativista. En la mecánica clásica, una de las teorías físicas más importantes, que representó un gran salto en nuestro entendimiento de las leyes de la física y cuyo mayor exponente ha sido Isaac Newton, es la rama de la física que estudia los cuerpos macroscópicos y en la cual el tiempo es absoluto, es una medida idéntica para todos los observadores, es decir, si acontece un evento, este tendrá la misma duración para alguien que esté quieto o para alguien que esté en movimiento.

Para la mecánica relativista, desarrollada por Albert Einstein, la cual describe el comportamiento de los cuerpos que viajan a velocidades cercanas a la luz así como de objetos masivos, en particular, es importante en el estudio de objetos como los agujeros negros y estrellas de neutrones. El tiempo depende del observador, tanto de dónde está ubicado, así como de su velocidad de movimiento, haciendo que dos observadores en diferentes sistemas de referencia, miden diferentes separaciones temporales entre dos eventos que están conectados entre sí.

Además, en la teoría de la relatividad el concepto de tiempo está ligado al espacio. Así, el espacio-tiempo se entiende como un espacio de cuatro dimensiones: tres espaciales y una temporal. Esta concepción de espacio-tiempo, así como la teoría de la relatividad se consideran los mayores avances de la física. Es gracias a la teoría de la relatividad que existe el GPS, pues debido a la comprensión del espacio-tiempo, se pudieron hacer las correcciones de la dilatación del tiempo por el campo gravitacional de la Tierra y así se alcanza la precisión necesaria para su funcionamiento adecuado.

Otro hecho interesante, es que debido a que la luz tiene una velocidad finita de alrededor 300 mil km/s y la cual es constante en el vacío, vemos a los astros como eran en el pasado; por ejemplo, la luz del Sol tarda unos ocho minutos en llegar a la Tierra, por lo que lo vemos como era hace ocho minutos.

Con las estrellas esto es aún más marcado. La luz de la estrella más cercana, Alfa Centauri, tarda unos cuatro años en llegar a nosotros. Mientras que el objeto más lejano observado hasta ahora, el cual es una galaxia, cuya luz ha demorado 13 mil 100 millones de años en llegar a nosotros, la vemos como era hace 13 mil 100 millones de años, es decir vemos el pasado.

La comprensión del concepto de tiempo ha cambiado con el desarrollo de la física, ha permitido una mejor comprensión de las leyes físicas que rigen el Universo y cómo ha llevado a grandes desarrollos tecnológicos muy útiles a la humanidad.

*Doctor en Astrofísica, investigador y catedrático de la Universidad de San Carlos de Guatemala

“El porvenir anima a la vida”

TIEMPO

Por Amílcar Dávila E.*

Fácil se nos olvida que el tiempo no es una cosa. Solemos hablar de él y pensarlo como sustantivo, como algo que se posee (“¿cuándo tenés tiempo?”), se da o se quita (“dame cinco minutos” o “eso cómo quita tiempo”), incluso, como algo que tiene vida propia (“el tiempo lo dirá”). Poco o nada usamos los verbos “temporizar” o “temporalizar”, o los usamos como referencia a algo que existe por sí mismo, algo vago o misterioso que, como quiera que sea, podemos computar y contabilizar.

“Es una dimensión”, decimos, pensando mejor el asunto, relacionándolo con el espacio, lo medible y lo medido por excelencia. Tal relación suele ser, sin embargo, una reducción. Reducimos el tiempo a espacio. Como en los relojes de aguja, los sesenta segundos y los sesenta minutos tienen cada cual un espacio idéntico. También las horas, los días, las semanas, los meses, los años. Funcionan como los mojones —señales— en la carretera, marcando una distancia recorrida y ayudando a calcular una por recorrer.

¿Y qué hay del porvenir? ¡Vaya si no nos obsesiona desde tiempos inmemoriales el porvenir! Para su adivinación conjuramos cuerpos celestes y partes de nuestro propio cuerpo, tzités, hojas de té, naipes, pruebas de aptitudes, hojas de vida o análisis prospectivos.

Para asegurarnos de que sea feliz, oramos, hacemos rituales y penitencias, pagamos primas de seguro, emprendemos un negocio o estudiamos tal o cual carrera; también, desde luego, nos portamos bien, correctamente, de acuerdo con preceptos que, igual que la adivinación, consideramos divinos, sagrados. Como el dios aristotélico, que mueve por atracción, el poder del porvenir es el motor remoto que anima ese dinamismo que llamamos vida, la propia y la colectiva.

En cierta forma, como ha escrito Martín Heidegger, del porvenir viene hasta la proveniencia. Porvenir es propósito y proyecto, interés y deseo —propulsión—. El porvenir y la proveniencia propulsan desde un no espacio y una no sustancia: desde la posibilidad, potente nada que constantemente reitera que siempre hemos sido más de lo que fuimos y somos más de lo que estamos siendo. He aquí otro sentido del transcurrir de la vida, que siempre se escurre y que, por tanto, es imposible asir alguna vez por completo, como no sea tan solo formal, conceptualmente. He ahí su única sustancia: su insustancialidad.

Todo esto, claro, contraría cierta devoción al presente y su concepción como lo único que importa o lo único desde lo cual se concibe y se debe pensar el provenir (presente ido) y el porvenir (todavía no presente). “Lo pasado ya pasó; el futuro no existe; el presente es lo único que hay”, se suele decir y repetir en un paradójico eco cuya historia se ignora precisamente como resultado del desdén al pasado que implica, pero cuya formulación escrita puede, no obstante, remontarse por lo menos hasta el primer siglo antes de nuestra era, al primer libro de las Odas de Horacio: Carpe diem, quam minimum credula postero —goza la plenitud del día, confía lo mínimo en el futuro—. Aquello era un consejo de sabiduría vital acerca de la brevedad de la vida y su ineluctable, casi inminente expiración.

Por ello se le suele asociar con otra sentencia: memento mori (recuerda que morirás). El contraste con la versión contemporánea es que esta invita a olvidar de dónde venimos y a dónde vamos, mientras que la sabiduría poética estoica y popular romana también llama a atender el presente, sí, pero desde el recuerdo del futuro, esto es, la memoria del porvenir más personal y al tiempo más común que podamos “tener”: la muerte. Es esta, una cierta nada, un cierto hacerse nada, medida y fuente del presente, cuya plenitud es entonces derivada e inestable —otra vez, insustancial—. Vivir el momento es concentrarse en la plenitud instantánea, momentánea. Implica olvidarse de que “momento” es contracción de “movimiento”, que tiempo es, en fin, desde el fin, devenir.

* Profesor de Filosofía, Universidad Rafael Landívar

“El tiempo es un cambio cósmico”

Por Estuardo del Águila*

En el recorrido de la historia, el ser humano ha ligado el tiempo a procesos de cambio o de transformación. También, todas las culturas se han enfocado en perpetuarse y, por tal motivo, han creado esculturas, monumentos o construcciones para trascender a través del tiempo.

La temporalidad, como evidencia del movimiento, el cambio y la muerte, ha sido una de las preocupaciones del ser humano. Antes de la postulación de las ciencias exactas actuales, la preocupación por el tiempo se manifestó, principalmente, en las reflexiones filosóficas y en las creencias religiosas, que buscaban entender el cambio a través de la razón, así como de mitos y ritos, con el fin de mitigar la inseguridad y el miedo al devenir inexorable y a la muerte.

En la historia del pensamiento filosófico occidental ha habido múltiples ideas sobre el tiempo, entre las que destacan las que lo consideran “el orden mensurable del movimiento”. Esta concepción aparece desde los orígenes del pensamiento filosófico griego. En el siglo VI a. C., Anaximandro afirmó: Los contrarios “se hacen justicia unos a otros, según el orden del tiempo” y Heráclito de Éfeso advirtió que el tiempo es el cambio del cosmos, movimiento racional sustentado en la armonía de los contrarios, y que ese movimiento es eterno y racional: el mundo es “eternamente viviente” y “se enciende y se apaga, según medidas”.

De acuerdo con esta referencia, hacemos una reseña sobre la concepción del tiempo para la cosmovisión maya. Decían los mayas que la temporalidad no es algo abstracto, sino que está concebida como el cambio cósmico producido por el movimiento de un ser sagrado, el Sol, (K’in, palabra que también significa día y tiempo). Esto confirma el pensamiento mágico religioso de la humanidad y la necesidad de atribuir simbolismo y significado a los acontecimientos que no se entienden desde la capacidad intelectual.

En el pensamiento maya, el trayecto aparente del Sol determina los cambios que en la Tierra ocurren (día y noche, fertilidad y sequía, frío y calor); por eso, el tiempo se concibió como movimiento cíclico y brinda sentido a la vida del ser humano, da orden y permite descubrir cualidades y significaciones múltiples de los acontecimientos.

En los últimos 20 años han acontecido dos eventos a nivel mundial que han colocado a la humanidad en caos, otra cualidad del tiempo. Al llegar el año 2000, se creía que todo el sistema mundial colapsaría. El otro acontecimiento fue en diciembre del 2012, puesto que los mayas registraron la historia empleando otro ciclo calendárico, que aparece desde el periodo clásico y que no solo estuvo vigente hasta la invasión española, sino también durante la época colonial.

La “Rueda de los k’atunes”, conocida hoy como Cuenta Corta se compone de un ciclo de 256 años, ya que cada k’atún tenía 20 años o 7 mil 200 días, y eran 13. El ciclo se reiniciaba cuando volvía un k’atún del mismo nombre. En el periodo clásico los mayas celebraban la terminación de esos ciclos mediante complejos ritos que incluían la erección de estelas y otros monumentos.

Pero lo que la cosmovisión maya realmente planteó, es que el tiempo debía ser cíclico porque el retorno al origen del Universo significaba una nueva creación que garantizaba la regeneración de la vida en general. Así, la muerte no era sino un tránsito a otra forma de existencia o un renacimiento, como el ocaso y orto —salida— de los astros y la renovación de la naturaleza.

*Psicólogo, director del Centro Psicológico Integral.

“Atrapados en la rueda del Samsara”

Por Armando Castañón*

La palabra gnosis se deriva de una raíz griega que significa conocimiento, pero no se refiere a un conocimiento simple, sino a uno iluminado de los misterios divinos.

Desde un punto de vista gnóstico, existe el tiempo cronológico y el tiempo psicológico. El tiempo cronológico se mide por una sucesión de eventos, como el movimiento de la Tierra que gira alrededor del Sol, con una duración de un año terrestre de 12 meses por año, 30 días por mes, 24 horas por día y 60 minutos por hora. En otra dimensión de medida cronológica, también tenemos el año sideral, que es el tiempo que tarda nuestro Sistema Solar en dar la vuelta alrededor del cinturón zodiacal, en 25 mil 920 años, divididos en 12 eras, de 2 mil 160 años cada una.

Estas eras están representadas por las constelaciones del zodiaco; cada ciclo inicia su recorrido en la constelación de Acuario y finaliza al llegar a su punto de partida original, habiendo pasado por todas las eras —esto sucedió el 4 de febrero de 1962, fecha en que comenzó un nuevo año sideral—. Se cree que cuando esto ocurre, se produce un gran cataclismo final; por eso dicen que estamos viviendo los tiempos finales, pero, sin ánimo de asustar a nadie, esto lo han confirmado los mayas, quienes, de manera coincidente, clasifican el tiempo cronológico de una era que dura 26 mil años, divididos en baktún y katunes, donde al concluir este ciclo de tiempo han predicho el fin de la humanidad, si el hombre no se corrige.
En el tiempo psicológico es el pensamiento el que establece un futuro reducido, al dividir el tiempo en dolor, engaño y sufrimiento, extendiéndose a una serie de reencarnaciones. Decían los gnósticos primitivos que el hombre es prisionero del tiempo, atrapado en la rueda del Samsara de la cual debe salir.

El tiempo es una parte de un todo en el cual estamos inmersos; nuestra capacidad de percepción es a través del movimiento, así vemos que hay actividad en el mundo que nos rodea y de esta manera la medimos, pero deberíamos hacerlo desde el átomo hasta el cosmos. Todo es vibración, movimiento, frecuencia y energía, de los cuales percibimos lo que nuestros sentidos físicos permiten como el espectro de colores o las vibraciones del sonido, como cuando una piedra al chocar en un lago tranquilo su movimiento se expande en ondas. Todo parte de un circulo el cual puede ser grande o pequeño de acuerdo al tiempo que vive una persona.

Mas allá del tiempo está la eternidad, que se puede manifestar aquí y ahora, con el cese de la actividad física, mental o emocional; por ejemplo, al entrar a una meditación se puede llegar a un estado superior llamado Samadi, cuando se entra en contacto con la eternidad porque no hay polarización ni tiempo.

Todo es creado desde un punto de partida para la vida material o espiritual y cada vez que estamos en ese punto, podemos crear de ahí la oportunidad de crecer. Podríamos decir que ese es el punto matemático del “aquí y ahora”, donde se expresa el ser y todo lo que vemos y escuchamos está fuera de eso, pero eso solo se entiende estando en ese punto, así que el tiempo solo tiene que ver con el pasado o el futuro nunca con ese punto.

No está de más enfatizar la idea trascendental de que no es posible llegar a la gran realidad mientras estemos girando en la rueda del Samsara. Para salirse del movimiento continuo de la rueda del Samsara debe uno seguir la senda de la revolución de la conciencia, con el propósito de evitar el descenso a los mundos inferiores de la naturaleza.

Las leyes de la evolución y de la involución constituyen el eje mecánico de toda naturaleza de la rueda del Samsara. El fin primordial de la gnosis es el despertar de la conciencia y eso se logra aplicando una psicología revolucionaria, es decir, revolucionarnos a nosotros mismos para eliminar de nuestro interior los distintos elementos que constituyen el ego y sus agregados psicológicos. Solo así llegaremos a conocernos a nosotros mismos.

*Director del Movimiento Gnóstico Cristiano Guatemalteco

“El tiempo mide nuestras vidas”

Por René Grimaldi*

¿Qué es el tiempo para una piedra? ¿qué es el tiempo para los animales? Hace más de 25 siglos, el gran Sócrates nos enseñó a relacionar el tiempo humano con el “fin” de la propia vida: “Me dedico a pensar en cómo me presentaré ante el juez con el alma lo más sana posible… Y exhorto a todos… y, concretamente, a ti… a buscar esa vida y a poner la atención en ese juicio que, según creo, vale por todos los de la tierra juntos” (Platón, Diálogo Gorgias o De la Retórica).

Esta frase de Sócrates, recogida por su discípulo Platón, puede servirnos para preguntarnos “qué es el tiempo para los seres humanos”. Es verdad que, después de Sócrates, el genio de Aristóteles definió el tiempo como “la medida del cambio”, señalando que el tiempo solo existe para nosotros (Física, Libro IV); pero en pleno siglo XXI, donde muchos experimentamos, quizá, grandes carencias de tiempo, es importante precisar o delinear qué “cambio” nos importa más.

Ante estas afirmaciones de Sócrates, podemos afirmar que el tiempo es un “don” del cual tendremos que “rendir cuentas” al final de nuestra vida; un “don” que se nos ha dado para tender hacia el bien (lo que nos perfecciona).

¿Y para los cristianos, para la Teología, qué es el tiempo? Ya que la Teología es una reflexión o profundización racional sobre la Luz de la Fe en Jesucristo, las palabras de Sócrates pueden servir de base o ser elevadas a un nivel superior.

Llegados a este punto, nos puede servir leer unas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por San Juan Pablo II en 1992: “Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida.

La fe cristiana, en la que se basa dicho “Catecismo”, es la fe en el único Dios que entró en el “tiempo humano”, tal que lo partió en dos, y por esto —para gran parte de la familia humana— los años se enumeran a partir del gran acontecimiento que ocurrió hace casi 2 mil años: la Muerte y Resurrección de Jesús de Nazareth.

Por esto, para los cristianos, el día domingo (del latín dominus, Señor), en el que se recuerda y hace presente esa Resurrección de Jesucristo, proporciona el auténtico sentido al tiempo, y les permite encarar con alegría y esperanza cada nueva semana. Es decir, en la Luz que proporciona Jesucristo “no hay equivalencia con los ciclos cósmicos, según los cuales, la religión natural y la cultura humana tienden a marcar el tiempo, induciendo, tal vez, al mito del eterno retorno. ¡El domingo cristiano es otra cosa! Brotando de la Resurrección, atraviesa los tiempos del hombre, los meses, los años, los siglos como una flecha recta que los penetra orientándolos hacia la segunda venida de Cristo (San Juan Pablo II, Carta Dies Domini).

Sí, el tiempo humano está constantemente atravesado por esa “flecha” que llena de esperanza a quienes la perciben, que es como una gran “explosión atómica” de energía espiritual, una especie de “fisión nuclear acaecida en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo” (Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 2005).

A modo de conclusión, “verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno” (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios).

*Profesor de Teología de la Universidad del Istmo.

“El tiempo es una institución social”

Por Sandra E. Herrera Ruiz*

El tiempo es una de las fascinaciones con que el ser humano ha querido asir los momentos que texturizan su existencia; por lo tanto, es un sistema central en todas las culturas. Generalmente, asumimos que todas las personas perciben el tiempo de la misma manera y como algo natural a su experiencia cotidiana. Sin embargo, el tiempo es profundamente social. Es quizá, por ello, que la antropología, a través de la etnografía, ha registrado las múltiples formas en las que el tiempo puede ser vivido, entendido e, incluso, ignorado por las sociedades.

Para Gonzalo Iparraguirre en su Antropología del tiempo (2011), una cosa es el fenómeno del tiempo y otra es la temporalidad, o sea, vivirlo e interpretarlo. Al respecto, Edmund Leach (1963) decía “imaginando que no tuviéramos relojes, ni astronomía científica, ¿cómo pensaríamos el tiempo?”. En parte, la respuesta fue dada por Émile Durkheim (1995) cuando propuso que el tiempo es una institución social que permite colocar la experiencia individual dentro de las costumbres y acuerdos sociales del grupo; por lo tanto, distinguir entre “presente” y “pasado” no es suficiente para describir la noción del tiempo. Él decía “no es mi tiempo el que está así organizado; es el tiempo tal como es pensado de manera objetiva para todos los hombres de una misma civilización”.

Durkheim reconocía que “las divisiones en días, semanas, meses o años, corresponden a la periodicidad de los ritos, fiestas y ceremonias públicas… Un calendario da cuenta del ritmo de la actividad colectiva, al mismo tiempo que tiene por función asegurar su regularidad”.

Desde nuestros rituales de seres modernos, nos damos cuenta que más allá de la temporalidad hegemónica, existen formas de interpretar nuestros momentos cotidianos y extraordinarios. Eliseu Carbonell en el libro Debates acerca de la antropología del tiempo (2004) remarca que el tiempo es una construcción cultural y que culturas diferentes conceptualizan el tiempo de formas diferentes.

Pero la antropología también ha logrado distinguir otras formas de comprender el tiempo; por ejemplo, el de la vida cotidiana de las personas; el tiempo del pasado en el que sucedieron eventos extraordinarios y significativos; el de las generaciones, o sea, el tiempo que tiene que ver con los grupos de edad de las personas; el tiempo de cercanía o distancia de los ancestros comunes en la línea de sucesión por parentesco de abuelo, padre, hijo, nieto y bisnieto, y el tiempo local acorde a los ciclos anuales del “tiempo ecológico” o el tiempo ambiental.

Cuando decimos “ya es tiempo de que nazca”, “es tiempo de que se case”, “no he tenido tiempo”, “el tiempo es oro”, “en tiempos de Ubico…”, “¡ah! ya lleva tiempo” y cuantas expresiones de temporalidad nos vengan a la mente, nos encontramos asignando múltiples significados al tiempo, ya sea como medición, como experiencia, o como institución social. Al usar las metáforas, los dichos populares, los lenguajes de las sociedades y la comunicación intercultural, vemos que el tiempo no puede ser representado únicamente de manera lineal y progresiva.

En medio de la nueva normalidad pandémica, estamos acoplando nuestros tiempos personales a los familiares y a los colectivos. Ya en 1989 David Harvey usaba el término de la “comprensión espacio-temporal” para referirse a las nuevas formas en que el espacio se acorta en el tiempo. En las últimas dos décadas, de manera sucesiva, la temporalidad convive con la simultaneidad como en el caso de las comunidades transnacionales en Estados Unidos en chateo con familiares de Todos Santos Cuchumatán, por ejemplo.

Pero también ha sucedido que, de la noche a la mañana, con rapidez estremecedora, hemos visto a seres queridos afectados por el covid-19 conectados en tiempo real, mujeres cuidadoras en multitasking, implantación del just in time en precarios mercados laborales y una larga lista de formas de reconceptualizar el tiempo que aparecen desde ya como las nuevas preocupaciones de la antropología.

*Doctora en Antropología, coordinadora del Programa Universitario de Investigación de Historia de Guatemala, de la Dirección General de Investigación (Digi), de la Usac

“El tiempo es el primero y el último”

Alí Lemus*

Antes no había nada, ni tiempo ni espacio, ni luz ni oscuridad, ni amor ni odio, hasta que nació el tiempo y permitió que todo lo demás se formara. Estamos tan acostumbrados a él que ni lo apreciamos. Pero bien lo decía mi padre “el tiempo es inexorable y a su paso todo lo destruye”.

En computación, las instrucciones son secuenciales, una luego de la otra, exactas y precisas. El tiempo es quien lo regula todo, tanto así que hablamos de hertz. Un hertz es un ciclo por segundo; un megahertz es un millón de ciclos por segundo. Tu computadora, seguramente, anda por los gigahertz, que son millones de millones de ciclos por segundo. Obviamente, nuestros cerebros procesan de manera paralela. Nuestras mentes trabajan a unos 13 hertz y a pesar de las miles de millones de instrucciones por segundo de las computadoras, aún no nos superan —es importante recordar que en 30 años, las computadoras han elevado su nivel millones de veces—.

Primero no había nada en el principio y, de repente, se dio la singularidad, no es nada más que algo que sucede como un milagro, aunque los científicos no usamos ese tipo de palabras. De repente, apareció el tiempo que permitió que se creara la materia. Los científicos tenemos conocimiento de los primeros instantes del Universo de cuyas subpartículas atómicas se crea todo, comienza el tiempo-espacio y el espacio-tiempo: los dos nacieron al mismo tiempo.

La partícula más elemental, el átomo básico, es el hidrógeno, que es un protón y un electrón. El tiempo y el espacio permitieron la explosión del Big Bang. Surgen los neutrones, los electrones y los protones. Se empiezan a formar las estrellas, que son las únicas en todo el Universo que pueden hacer la fusión nuclear o la unión de dos átomos. Por ejemplo, el átomo del hidrógeno se une con otros átomos para hacer elementos más grandes, como el oxígeno. El más interesante de todos es el carbono. Todos los elementos orgánicos que tienen vida están basados en el carbono, que únicamente se puede crear en el corazón de una estrella. Se requirió de tiempo para ocurriera el Big Bang, para que los átomos de hidrógeno se formaran, para que las estrellas fusionaran los átomos y después los átomos más grandes formaran oxígeno, nitrógeno y carbono y cuando esas estrellas, las madres iniciales explotaron, nacieron los planetas y los sistemas solares. En la segunda generación de estrellas surgió nuestro planeta.

Todos los seres vivos tenemos ADN, que se cree que proviene de afuera de nuestro planeta. Todo el agua que existe en la Tierra, al que llamamos “planeta azul”, vino del espacio, porque la Tierra no tiene capacidad de crear nada, solo las estrellas son capaces de crear átomos complejos, según lo explicado anteriormente. Todo este proceso representa tiempo. Es la evolución del tiempo. Los humanos pronto nos extinguiremos, la vida en el planeta se extinguirá, y el Sol va a seguir creciendo hasta que nos consuma. Si existiéramos cuando eso suceda, nos mataría el calor y la gravedad. Morirá la Tierra y nuestro Sol, pero queda gran cantidad de soles y de planetas. El Universo se está expandiendo y va a llegar a un punto en el que se quedará sin movimiento.

El tiempo fue el primero, sin él no existe nada y cuando las estrellas se apaguen, los planetas sean absorbidos por agujeros negros y todo movimiento cese, allí se aburrirá el tiempo, que vio pasar a dioses, estrellas y planetas. Allí, cuando no haya movimiento, se acabará el tiempo también, que fue el primero y será el último.

*Ingeniero en Sistemas, Informática y Ciencias de la Computación, director de Investigación y Desarrollo de la carrera de Sistemas de Universidad Galileo

Reloj sin manecillas

*Por Gloria Hernández

“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. La historia de dos ciudades, Charles Dickens.

Una vez más, me siento a escribir las últimas líneas del año. Como el año pasado. Y el año anterior a ese. Cerrando una ventana un tanto averiada, pero habitual. Abriendo otra nueva y desconocida, con las fuerzas que me quedan, y animada por una curiosidad irreverente. Porque, como afirma Kavafis del futuro, “quién sabe qué paisajes nuevos traerá”. Regreso también, como cada año, a Dickens, a su concepto cíclico del tiempo y a su esperanza en la vida. Esa que nos impulsa, impasible, hacia un destino del cual no podemos evadirnos. El tiempo que sobraba ya no está.

Cada fin de calendario, los rituales se suceden con la precisión de la condena de Sísifo. Continuamos luchando por similares sueños, anhelando amores parecidos, persiguiendo ideales inmutables. En estos días de peste y frío, en que todo se queda en silencio, a veces, se logra la libertad de un instante. Un paréntesis en el cual se ha terminado de empujar el peñasco del año cuesta arriba y aún no se comienza de nuevo desde abajo. Esta libertad nos permite la claridad del paisaje humano y vital. Del horizonte, a pesar de nuestra ceguera. De la perspectiva para quien quiera intuirla. A algunos, como a Sísifo, esta conciencia les da fuerzas para continuar montaña abajo a volver a subir una roca más. A otros, los libera el salto de la fe y continúan la vida, aceptándola sin cuestionar. El tiempo que sobraba ya no está.

Como primaveras, volvemos a florecer a las mismas plazas. Como veranos, nos sumergimos en las mismas playas. Como otoños, dejamos las hojas de nuestros pasos en los mismos caminos. Y como inviernos, nos fugamos de los nuestros con el mismo ímpetu del viento. Porque al final somos cosecha, fruto y mies del Padre Tiempo y de su galanteo con la Madre Vida.

La existencia se detuvo para mí aquella madrugada en que el Padre Tiempo me vio por la última vez y yo cerré sus ojos. Su partida trastocó relojes, estaciones, horarios, agendas, calendarios. Su muerte le marcó el ritmo a un año letal y destructor. Y de pie, frente a su tumba, comprendí al fin a McCullers y su reloj sin manecillas. El tiempo que sobraba ya no está, para decirle. Me toca marcar el ritmo a la espera del leudado del pan, del guiño de una flor o del vuelo de una golondrina. Me queda guarecer el alma en la gaveta de los murmullos lejanos y reiniciar mi espíritu a fuerza de suspiros. Es tiempo de comprender mi tiempo. Es hora de cobijarme con la niebla dulce de la Madre Vida”.

*Escritora, catedrática universitaria y miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua

 

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.