El pueblo de Mururata, de 400 habitantes, está situado en los Yungas, una región del departamento de La Paz, cubierta de bosque tropical andino. Se llega por una pista de grava que huele a coca, que crece aquí en todas partes.
En Bolivia está permitido el mascado tradicional de la planta, y por eso se autoriza la siembra de unas 12 mil hectáreas, aunque la superficie cultivada es en realidad del doble, y el excedente se destina, quizás, a la producción de cocaína.
La casa real
En la puerta de la casa de Pinedo se lee: “Se vende helados”. La habitación sirve a la vez de negocio de la reina Angélica, su esposa.
Una empinada escalera sube hasta el dormitorio donde en una vitrina de cristal se ve la corona del rey.
Hay bananas por todas partes y tres paquetes de huevos junto a la vieja balanza; las paredes están descascarilladas en algunas partes.
Además de helados, se pueden comprar ajos, aceite de cocina y Cola Quinua.
De forma muy discreta cuelga de la pared el certificado con el nombramiento de Pinedo como “rey de los afrobolivianos”.
Fue coronado el 3 de diciembre del 2007, tras el reconocimiento de las autoridades de La Paz, aunque en la comunidad ya era el monarca desde 1992.
Reconocido
En esta extraña constelación es el único rey de Sudamérica y un símbolo del proceso promovido por el presidente Evo Morales para que las decenas de etnias que conviven en Bolivia lo hagan de manera igualitaria.
El Estado se califica a sí mismo actualmente como plurinacional, pero el portavoz de los afrobolivianos, Jorge Medina, subraya que el racismo sigue vivo.
Cleofé Pinedo, hermana de la reina, critica el trato desigual. “No tenemos ayuda del Estado, todo lo reciben los indígenas, los aymaras y los quechuas”, se queja. Y realmente la situación de Mururata es desoladora. La mayoría de las casas no tienen baño, hay solamente uno comunal.
Pinedo, de 74 años, es descendiente del príncipe Uchicho, que fue uno de los esclavos traídos a Bolivia en uno de los últimos barcos en 1820.
El actual rey mezcla por tanto sus orígenes en Senegal con los de la cultura indígena, que ha creado en Bolivia el caso excepcional de las cholitas negras.
Los primeros esclavos llegaron en el siglo XVI y eran llevados a trabajar en las minas de plata de Potosí. Debido a que la mortalidad era altísima, muchos fueron destinados más tarde a las haciendas de los terratenientes de los Yungas.
Cuando Uchicho se estaba bañando en un río, otros esclavos reconocieron en su torso desnudo las figuras y símbolos que lo señalaban como hijo del rey. Y le ofrecieron trabajar todos los días media hora más para liberarlo de la carga. Según esta versión de la historia, el padre envió antes de su muerte a Uchicho su corona y su manto y en 1832 el príncipe fue coronado. Así surgió en Bolivia el linaje monárquico.
Uchicho adoptó entonces el apellido de su señor, Pinedo. “Todos tenemos sangre senegalesa”, dice Pinedo, aunque jamás ha estado en África. Se calcula que hoy hay unos 23 mil 300 afrobolivianos.
Si se interpretara al pie de la letra su nombramiento, Pinedo también sería rey de los restos de su clan en Senegal. No fue hasta 1952 con la Revolución boliviana y la reforma agraria que los esclavos fueron liberados en el país sudamericano.
Antes de Pinedo el rey fue Bonifacio hasta 1954, pero después el trono estuvo vacante hasta el nombramiento del actual monarca. Julio Pinedo es nieto de Bonifacio, que solamente tuvo hijas y está enterrado en el cementerio de Mururata.
Para Pinedo todo parece ser más bien una carga más, tras las horas en los campos de coca cuyo precio ha caído mucho debido a la sobreproducción: la libra, en torno a medio kilo, le permite ganar apenas 12 bolivianos (US$1.60).
Sus objetivos como monarca son conseguir un centro de salud para el pueblo y mas ayudas para la comunidad. Su sucesor ya está designado, es su sobrino Rolando Pinedo, de 21 años, que estudia —y trabaja— en La Paz. Losy reyes lo adoptaron porque no tienen hijos propios.
“Quiero que estemos más unidos”, dice Rolando sobre las comunidades afrobolivianas. Su sueño es visitar algún día Senegal. El cambio generacional podría revitalizar el cargo, la comunidad y las costumbres.
En su campo de coca es donde el rey se siente más cómodo, y solo se pone la corona en ocasiones muy señaladas. Mientras trabaja en el campo, su mujer, con quien está casado desde hace 50 años, abre el “palacio real”, junto a la iglesia.
Frente a la construcción hay un montón de ladrillos en el suelo y la ventana está rota. Hay seis sillas, una mesa marrón y nada más.
En las paredes carteles cuentan la historia de la monarquía, hay fotos de la coronación y del rey Bonifacio. Lo más llamativo es el escudo: un sol rojo, un barco negro, un rey negro y una llama: el viejo y el nuevo mundo reunidos.
Por la tarde la reina Angélica se sienta durante horas frente a su casa, y a las 17 horas empieza a pelar papas para la cena mientras de fondo está encendido el televisor. A las 19:30 vuelve Pinedo y ambos apenas intercambian palabras.
Se le pregunta al monarca si no se anima a bajar la corona y mostrarla. Julio está sentado en una silla, completamente exhausto.
“No, hoy no, quizás en otra ocasión”. Un rey que no parece entusiasmado de ser el rey.