Revista D

Escritoras que sobresalen en un mundo de hombres

Muchas son las escritoras que han tenido que enfrentar dificultades para ser reconocidas.

Escritora inglesa Virginia Woolf

Escritora inglesa Virginia Woolf

“A la literatura grande se entra con dolor y lágrimas”. Esta frase de la premio Cervantes catalana, Ana María Matute, puede ilustrar las dificultades que a lo largo de la historia tuvieron las mujeres que quisieron ser escritoras en un mundo dominado por la oligarquía masculina y en el que no había espacio para ellas, bien por prejuicios o por estar a la sombra de sus maridos.

Virginia Woolf, quien ya dijo que pasaría mucho tiempo antes de que una mujer se pusiera a escribir sin que surgiera el fantasma que debe asesinar Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán, Elsa Morante, Josefina Aldecoa, Silvia Plath, las hermanas Brönte, María Luisa Bombal o María Moliner son algunas de las muchas  a las que les costó hacerse un nombre para mostrar su faceta creadora.

Para conseguir su fin, muchas veces tuvieron que escribir a escondidas, otras con pseudónimo y otras muchas con grandes penurias, siempre relegadas a un segundo plano.

En la historia quedará ya como algo inédito la imagen de la inglesa Charlotte Brönte (1816-1855), escondiendo el manuscrito de Jane Eyre para ponerse a la tarea de pelar papas y, como ella, sus hermanas Emily (1818-1849) y Anne (1820-1849) tuvieron que esconderse bajo pseudónimos masculinos.
Prejuicios, vergüenza, discriminación, miedo, injusticia y ninguneo son solo algunas de las palabras que la sociedad impuso a las escritoras por su deseo vital de expresarse en la literatura.

La  española Rosalía de Castro (1837-1885) se quejaba de que no había momento en el que no la recordaran que debía dejar la pluma y dedicarse a zurcir los calcetines de su marido.  La también gallega Emilia Pardo Bazán (1851-1921), una de las mujeres más ilustradas, que abogó por la educación en la mujer, a pesar de su posición social —era descendiente de una familia noble—, fue relegada por su condición de mujer. Bazán se negó a escribir con pseudónimo, pero tuvo que sufrir la burla y el menosprecio de escritores y académicos. Fue rechazada para entrar en la Academia de la Lengua, al igual que  Concepción Arenal y Gertrudis Gómez de Avellaneda. 

Una injusticia de la Academia de la Lengua Española que arrancó, precisamente, con la escritora cubana Gertrudis Gómez de Avelladena, nacida en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en 1814, y muerta en Sevilla, en 1873. Ella fue una de las dramaturgas más importantes de su época, que se adelantó a su tiempo al reivindicar la independencia y capacidad de decisión de las mujeres. De educación liberal y, tras haberse negado a contraer matrimonio en Cuba, viajó con su familia a Europa, donde entró en contacto con la literatura romántica del momento, representada por Víctor Hugo, Chateaubriand y Lord Byron.

Con el pseudónimo de La Peregrina publicó sus primeros versos en diferentes periódicos y, en 1841, publicó su primer libro en Madrid, Poesías de la señorita Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. 

También a la zaragozana María Moliner (1900-1981), la creadora de uno de los mejores diccionarios de la Lengua, la Academia de Lengua le dio con la puerta en las narices.

Hostilidad hacia la fémina culta

   Mujeres que con una gran obra y capacidad han vivido también a la sombra de los hombres o de sus maridos escritores, como es el caso de la chilena María Luisa Bombal (1910-1980), injustamente olvidada por los miembros del denominado boom latinoamericano, quienes hoy no la recuerdan.

Entre las escritoras a la sombra de sus maridos destaca una de las grandes de la literatura europea, la italiana Elsa Morante (1912-1985), quien quedó eclipsada por la fama del escritor y periodista italiano Alberto Moravia. O la española Josefina Aldecoa (1926-2011), esposa de uno de los escritores más representativos de la generación de los 50 en la España de posguerra,  Ignacio Aldecoa, de quien tomó el apellido. Lista a la que habría que añadir a la poeta estadounidense Silvia Plath (Boston, 1932-Reino Unido, 1963), quien se suicidó metiendo la cabeza en el horno del gas, tras dar el desayuno a sus hijos. Plath no soportó el abandono de su marido, uno de los más grandes poetas  británicos, Ted Hughes.

Hoy, esta circunstancia ha cambiado. Se publican muchos libros escritos por mujeres, algunos de ellos ocupan los primeros lugares de las listas de los más vendidos. Las escritoras, según  las encuestas, son las que más leen, pero todavía están muy lejos de la igualdad en este terreno.
Su presencia en publicaciones, ventas o premios solo alcanzan el 20 o 25 por ciento, como recuerda Laura Freixas, la narradora y ensayista catalana  en su libro Literatura y mujeres.

En ese ensayo la escritora asegura que la hostilidad hacia la mujer culta es algo muy enraizado en la cultura occidental y en la hispana, en particular, siempre precedida por una historia de cultura patriarcal. Como ejemplo de ello, la autora cita el refranero histórico para mostrar esa adversidad: La mujer que sabe latín no tiene marido ni tiene buen fin, o lo escrito por autores tan totémicos y representativos, como Moliere en Las mujeres sabias o Las hembrilatinas, de Quevedo.

En la actualidad, las féminas leen y compran más libros, pero ¿qué libros? Las editoriales más comerciales están empeñadas en crear una legión de seguidoras de lo que ellas han dado en llamar estratégicamente “porno para mamás” o “sexo suave”. Queda en el aire saber qué espacio tiene en el mercado la literatura de verdad.

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