Está casada con otro guatemalteco, tiene tiene dos hijos y vive desde hace una década en Chile. Se graduó de licenciada en Química por la Universidad Del Valle de Guatemala y obtuvo un doctorado en esa misma especialidad, en la casa de estudios donde ahora imparte clases.
Las investigaciones de esta científica, de 33 años, están enfocadas en procedimientos para erradicar más fácil los pesticidas; los efectos de la contaminación en el agua y las mutaciones que se producen en ciertas especies.
Después de contar un cuento, antes de dormir, a sus hijos, y entre los sobresaltos que causaron las réplicas de los últimos sismos, Giordano aceptó la entrevista vía telefónica.
Es modesta, al grado que remarca: “No sé por qué llaman para entrevistarme. Lo que hago no es extraordinario. Es solamente mi trabajo poooh”.
¿Cómo surgió la oportunidad de estudiar en Chile?
Me gradué en el 2004 en la Universidad del Valle de Guatemala, de licenciada en Química. Busqué dónde continuar mis estudios y vine sin mayor conocimiento a este país, y ya llevo acá 10 años. Me doctoré en la Pontificia Universidad Católica de Chile.
¿Usted desarrolló una metodología para la extracción de pesticidas?
Para determinar la presencia de pesticidas en el agua se debe realizar un proceso. Dentro de esa serie de investigaciones existe un procedimiento que se llama extracción, que consiste en pasar el pesticida del agua a un solvente orgánico (un compuesto como etanol), y eso puede medirse en un instrumento para establecer la cantidad de pesticida en una muestra determinada.
¿En qué centra sus investigaciones actualmente?
Se han extendido a otros campos como la determinación de hormonas y medicamentos de uso común en el agua. Las hormonas tienen un efecto en el metabolismo de las especies animales y por consiguiente los seres menores que viven en el agua pueden sufrir esos efectos. Los que han estudiado este fenómeno, por ejemplo, han determinado que hay mutaciones genéticas o tendencia al cambio de sexo en embriones, a causa de las altas concentraciones de hormonas.
¿Alguien más de su familia tiene gusto por las ciencias?
Mi madre es profesora de Enseñanza Media en Biología. Soy la segunda de cuatro hermanas. La mayor estudió Relaciones Internacionales, la tercera se dedicó a la Educación y la menor está por concluir la carrera de Psicología. Mi padre es abogado.
Platicamos con mi madre acerca de que con el paso de los años terminé dando clases de ciencias, igual que ella.
¿Qué significa para usted la docencia?
Cuando uno asume esta profesión en una universidad, debe estar consciente que esta acción involucra tanto la investigación como la transmisión del conocimiento. Al impartir una clase se debe expresar a los demás lo que a uno le llamó la atención y por qué puede llegar a trascender.
¿Cuál fue su experiencia en la Universidad de Valencia, España? ¿Viajó con su bebé de meses a una beca?
Como parte del programa de doctorado tenía que hacer una estadía en otra universidad. Trabajé una parte de mi investigación en la Universidad de Valencia, España. Esa es una pregunta recurrente en mi vida. Mi primera hija tenía 6 meses, cuando viajé. Me acompañó mi madre. Mi esposo estaba estudiando acá. Este año, también fui a Suiza en calidad de profesora, y volví a dejar a mis hijos con mi madre.
¿Cómo combina los roles de docente y madre?
Estoy casada con Francisco, él es ingeniero químico guatemalteco, estudió una maestría en Administración. Se dedica a la gestión de proyectos. Somos padres de Elisa, de 9 años, y Martín, de 2, ambos son chilenos.
Trabajo desde hace cuatro años como profesora en la Facultad de Química, en las carreras de Farmacia, Química y Bioquímica.
El apoyo de mi esposo ha sido muy importante. En el día a día somos nosotros, cada quien tiene sus tareas asignadas. Pasamos dejando a mi hija al colegio y a mi hijo al kínder. En la tarde nos turnamos para recogerlos. Algunas veces durante la semana suelo cocinar. En la escuela de mi hija, que tiene una jornada completa, no dejan tareas a menos que sean muy puntuales; las hacemos durante el fin de semana. Esa ha sido la generalidad de los últimos cuatro años.
Ustedes son padres migrantes con dos hijos chilenos. ¿Cómo mantienen el vínculo con Guatemala?
¡Los frijoles negros no faltan! Así que enseñamos a los niños a comerlos (risas). Hago fiambre para el 1 de noviembre y tamales para Navidad. De vez en cuando comemos un pepián o un jocón. La diferencia de ingredientes, a veces, es difícil suplir. Cuando nos visitan familiares traen tostadas, chicharrones y dulces de leche para mi hija. Los niños tienen un traje típico que llevan a algunas actividades. Al menos una vez al año nos invitan al colegio para que hablemos de las bellezas del país donde nacimos.
¿Cómo cambió su vida después de una década en Chile?
Trabajo a tiempo completo en la Universidad. Nuestra familia la empezamos a formar acá. Estos 10 años puede decirse que han sido “normales” El hecho de que nuestros hijos no convivan con nuestras familias es un tema recurrente en la vida. A pesar de que siempre nos visitan las abuelas, extrañamos mucho el tiempo que compartíamos allá.
No creo que yo haga algo extraordinario. Trabajo en lo que me gusta y he tenido la suerte, de encontrar un lugar donde ponerlo en práctica.
¿Qué planes tiene para el futuro?
Nos estamos postulando para un nuevo proyecto que consiste en diseñar dispositivos portátiles que midan contaminantes para no tener que llevar muestras a los laboratorios. Así vamos, paso a paso.