Revista D

La era de la trivialidad

Las redes sociales han puesto de moda lo  “frívolo sobre lo serio”, según Mario Vargas Llosa. 

Ya lo dijo  el escritor Mario Vargas Llosa: vivimos en la civilización del espectáculo, de lo banal, de la frivolidad, de lo absurdo. Este es el mundo de lo cantinflesco, de lo light y del meme, donde la noticia importante ya no es la corrupción estatal, ni tampoco la problemática en salud, seguridad o educación, y menos lo científico, cultural o filosófico. En cambio, la prioridad se la llevan las notas del corazón o de las burlas. Los llamados virales, por supuesto, tienen su buena tajada.
Esta propensión al entretenimiento burdo empezó luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa y el Norte de América tuvieron una intensa movilidad social y que produjo “una notable apertura de los parámetros morales”, así como una sensación de “bienestar y libertad de costumbres” que, a su vez, empujó al desarrollo de la industria del entretenimiento y la publicidad; esta última, “madre y maestra mágica de nuestro tiempo”, expone Vargas Llosa en su extenso ensayo.
Esta banalización es perceptible en distintos ámbitos. En la literatura, por ejemplo, diversos autores se han inclinado por escribir obras con el puro afán de divertir o, como en el caso de Paulo Coelho, hacer creer al lector que está ante un magno libro. “En nuestra época no se emprenden aventuras literarias tan osadas como las de Joyce, Mann, Faulkner o Proust”, sentencia el Premio Nobel de Literatura 2010.
Esta trivialización está presente no solo en los países desarrollados, sino en todo el mundo.
Es perceptible, como no, en el campo político, donde cuenta más la parafernalia que las propuestas.
En Guatemala se vio, en la pasada campaña política, a los futbolistas Carlos el Pescadito Ruiz y a Juan José Paredes apoyando a Manuel Baldizón y al partido Líder. En Venezuela, que atraviesa una de las peores crisis políticas y económicas de su historia, está el caso del presidente Nicolás Maduro siendo apoyado por Diego Maradona, antigua gloria del futbol mundial y gran admirador de Fidel Castro y de Hugo Chávez, cabecilla de la llamada Revolución Bolivariana.
Esto sucede, claro, por “su presencia mediática y a sus aptitudes histriónicas”, dice Vargas Llosa, quien, además, pone en la palestra a Ronald Reagan y Arnold Schwarzenegger, quienes han ocupado altísimos cargos como la presidencia de Estados Unidos y la gobernación de California. “En la civilización del espectáculo, el cómico es el rey”, insiste Vargas Llosa. Hoy, en nuestro país, idéntico resultado está a la vista.

¿Qué ha pasado?

Una de las grandes razones por las que ha habido empobrecimiento intelectual se debe al fenómeno tecnológico. Hoy, por eso, priman las imágenes sobre las ideas, el ingenio sobre la inteligencia, el humor sobre la gravedad, la banalidad sobre lo profundo y lo frívolo sobre lo serio.
El 2 de junio pasado, el Ministerio Público y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala destaparon otro caso de corrupción que involucra a altos exfuncionarios públicos, empresarios y hasta un exfutbolista. Pese a la seriedad del tema, los memes no se hicieron esperar.
La gente empezó a tomárselo medio en serio y medio en broma. Lo banal se viralizó.
Así sucede constantemente. Se ven las cruentas escenas en Siria, las muertes en las calles de nuestra patria, los busazos por el exceso de velocidad, para luego pasar a ver los memes sobre la rivalidad entre Messi y Cristiano o las curvas desnudas de Kim Kardashian.
“Los memes tienen la capacidad de encerrar en una sola pieza el sentimiento colectivo”, refiere Eswin Quiñónez, editor web de Prensa Libre y catedrático de Comunicación. “Son las reacciones a un hecho noticioso y, como tal, caben en contenidos periodísticos como complemento”, agrega.
“Los espectadores no tienen memoria; por eso tampoco tienen remordimiento ni verdadera consciencia”, apunta el escritor mexicano Octavio Paz, Nobel de Literatura (1990).
“Este periodismo sigue esforzándose por convertir a las víctimas en piezas de un espectáculo que se presenta como información necesaria, pero cuya única función es saciar la curiosidad perversa de los consumidores del escándalo”, escribió el comunicador argentino Tomás Eloy Martínez, fallecido en el 2010.
Pero lo cierto, ahora, es que a la gente le entretiene la catástrofe. Mejor aún si va acompañado de sátira o aunque sea un meme.
Ha habido una especie de deformación noticiosa —al menos desde el punto de vista de Vargas Llosa— en que lo prioritario pasa no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular.
De esa cuenta, indica Quiñónez, los periódicos serios de hoy deben tener una curaduría informativa aún más cuidadosa, con más análisis y responsabilidad. Esto se logra a través de la publicación de noticias segmentadas en distintas plataformas. “Hay que alinearse para sobrevivir, pero siempre manteniendo la seriedad, objetividad, rigor y fidelidad a la verdad”, comenta.
Vargas Llosa concluye con una visión un tanto pesimista: “No está en poder del periodismo por sí solo cambiar la civilización del espectáculo, a la que ha contribuido parcialmente a forjar”.

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