La mayoría hubiera elegido futbol, ciclismo o atletismo, ¿no cree?
Pues sí —ríe—. Déjeme contarle: de niño, me sentía insatisfecho conmigo mismo, pues era débil y enfermizo. Además, descuidado. A los tres o siete años, la verdad no recuerdo, me subí a una escalera y me resbalé, así que caí desde una altura de unos cuatro metros. Uno de mis tíos llegó corriendo y vio que mi lengua estaba enrollada y la jaló; si no lo hubiera hecho, habría muerto asfixiado. Asimismo, a los 7 y 8 años me operaron de la vista, por glaucoma —hasta la fecha, ha tenido cinco cirugías para corregir este problema—. En fin, era un niño enclenque. Por eso, cuando surgió la oportunidad de luchar lo hice sin vacilar, ya que creía firmemente en que esa disciplina me iba a dar aplomo y confianza. Me quería sentir fuerte.
¿Qué fue lo que hizo entonces?
Mire, empecé a hacer ejercicio a los 15 años; mi especialidad eran los mil 500 metros planos. Cierta vez, en un entrenamiento, estaba ayudando un cronometrista estadounidense llamado William Pat Shaw, que luego me indicaron que era preparador de lucha y boxeo. Cuando me enteré le fui a hablar y así empecé. Iba a la avenida Bolívar, en la zona 8 de la capital, donde ahora está el salón de baile Guatemala Musical. Ahí hacíamos lucha, boxeo, esgrima y levantamiento de pesas. Asistían Otto Slowing, quien luego se especializó en atletismo; Carlos Guzmán Böckler —renombrado sociólogo fallecido el 31 de enero de este año—; y Alejandro Albani, quien fue un destacado luchador.
Johnston hace una pausa y, de un folder puesto sobre su escritorio, saca varias fotografías relacionadas con su carrera profesional y vida personal. “Mire, esta imagen es del grupo de atletas que fuimos a Helsinki. Solo yo quedo vivo”, refiere.
¿Cuándo nació?
El 27 de marzo de 1930. Tengo 87 años y soy el último de una familia de 10 hermanos.
Su primer apellido, Johnston, no es usual en Guatemala.
Mi papá, Manuel Eusebio Johnston, era inglés y se vino para acá a finales del siglo XIX, pues había encontrado trabajo como maquinista en el ferrocarril; mi mamá, Beatriz Sánchez, era guatemalteca.
Entre las fotografías hay varias donde se le ve en diferentes partes del mundo. En Irán, Rusia Francia, Estados Unidos o México. Por ahí también aparecen las imágenes de dos bellas jovencitas.
¿Quiénes son ellas?
Es una historia muy curiosa. Fíjese que iba caminando por un parque en Luxor, Egipto, y en perfecto inglés y cada quien en su debido momento, me preguntaron si quería casarme con ellas. Lo que no sabía era que ahí, al menos en esa época, las jóvenes iban a conseguir marido y sus papás lo tomaban como negocio.
En la selección de fotografías que muestra predominan las de su etapa como luchador y como dirigente deportivo.
¿Qué se necesita para ser luchador?
Voluntad y disciplina. Nosotros nos juntábamos en el cine Popular a las cinco de la mañana, corríamos por una hora y de ahí regresábamos cada quien a su casa. Nos bañábamos, desayunábamos y tomábamos una pequeña siesta. Luego íbamos a nadar, después más ejercicio, sobre todo de cuello, piernas y abdomen. Hacíamos 500 sentadillas y 300 despechadas.
¿Usted en qué categoría de peso participaba?
En las 125 libras y media.
Johnston tiene el privilegio de haber participado en seis Juegos Olímpicos. En Helsinki 1952 como atleta, en Múnich 1972 como entrenador, y como dirigente y delegado en Moscú 1980, Los Ángeles 1984, Barcelona 1992 y Atlanta 1996.
Para los JJOO de Helsinki 1952 tan solo habían pasado siete años desde el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo estaba la infraestructura?
Bastante bien. Creo que fue porque Finlandia, de cierta forma, no sufrió tan duras consecuencias como otros países donde hubo ciudades que sí fueron destruidas por completo.
¿Qué momentos recuerda?
Me gustó bastante la forma como se le dio fuego al pebetero porque fue sencillo. El atleta Paavo Nurmi fue el encargado de hacerlo, quien solo tuvo que extender la mano para que la antorcha lo encendiera.
¿Cómo le fue en las competencias?
Le soy sincero: no íbamos preparados. El haber ido era una especie de premio luego de nuestra buena participación en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1950, organizados en Guatemala y en los que quedamos en segundo lugar en el medallero. En Helsinki perdí los cuatro combates, pero no lo considero un fracaso. Al contrario, es un orgullo haber enfrentado a algunos de los mejores atletas del mundo.
Entre ese montón de fotografías, muestra la de un joven con la oreja desfigurada.
¿Qué le pasó?
Tiene una “coliflor”, lo cual es bastante usual en lucha. Se forma cuando una persona es golpeada con dureza extrema y se hace un bulto hinchado en el cartílago y en el lóbulo de la oreja. Por eso, mis orejas están así.
¿Por cuánto tiempo se mantuvo activo en la lucha?
De forma profesional, diría que desde los 18 hasta los 42 años.
¿Sigue haciendo ejercicio?
Claro. Me levanto todos los días muy temprano, alrededor de las cinco de la mañana. Por lo menos hago 30 minutos de caminata y luego me alisto para ir a trabajar, desde las ocho hasta las 16 horas. Me duermo a eso de las 10.30 de la noche como máximo.
¿Qué hay de su dieta?
Como cualquier cosa, menos cerdo, porque soy alérgico. Si usted me pregunta cuál es el secreto para mantenerse bien a mi edad, le diría que es la vida ordenada y el ejercicio.
Ahora, Johnston Sánchez labora en la Unidad de libre acceso a la información pública de la Confederación Deportiva Autónoma de Guatemala (CDAG), luego de haber sido entrenador de lucha para Guatemala en diferentes etapas entre 1951 y 1982, con un ínterin para El Salvador de 1976 a 1979, así como haber sido campeón nacional entre 1948 y 1953. Asimismo, tiene pendiente graduarse de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Mariano Gálvez.
Así que sigue estudiando.
No importa la edad; siempre hay que estar en constante preparación.
¿Le costó adaptarse a las tecnologías de hoy?
Empecé a estudiar informática a los 73 años, porque me sentía analfabeta —ríe—. Así que pasé por la transición de la máquina de escribir mecánica y eléctrica hacia el procesador de palabras y la computadora.
¿Se piensa jubilar?
No creo que eso sea bueno porque, de lo contrario, uno se encierra, se deprime, se enferma y se muere.