La premisa de Herra, que habla de una coexistencia entre lo positivo y lo negativo, ha sido comprendida fácilmente desde los orígenes del intelecto humano. La existencia del bien y del mal ha supuesto una lucha entre ambas partes e, irónicamente, ha sido de gran significado para la sociedad.
Herbert Zamora, también costarricense y especialista en Artes Plásticas, se refiere a esa importancia que genera la lucha de lo bueno y lo malo en su ensayo El bien y el mal como principio estructurador del entorno. Para Zamora, tanto el bien como el mal provocan comportamientos sociales que otorgan un entorno ético a cada persona y, a la vez, a la identidad de las comunidades.
Zamora explica que esas manifestaciones sociales se pueden comprobar con las religiones. Las primeras normas que regulan la relación entre el bien y el mal se enmarcan en aspectos religiosos como la obediencia, la confesión y la dirección de la conciencia. El especialista agrega en su escrito que dichas normas otorgan características a los grupos humanos y se manifiestan de distintas maneras.
Alejandro Flores, antropólogo y sociólogo guatemalteco, deduce que esas normas religiosas han funcionado para generar significaciones entre las personas y también para encontrar un sentido a la construcción de las relaciones comunitarias.
Flores añade que la fe (o la creencia religiosa) guarda una relación estrecha con lo positivo y lo negativo, ya que, como seres humanos, necesitamos fuentes socioculturales para dar sentido a nuestra existencia. El antropólogo no excluye que dichas fuentes puedan ser positivas o negativas.
Dualidad
Jorge Galindo, moderador gnóstico en el grupo espiritual Argos, explica que en todas las cosmovisiones está presente la comparación entre lo bueno y lo malo. Expone que se puede ver desde los denominados héroes y antihéroes. Esto, infiere, es un reflejo de la propia humanidad, puesto que, así como hay comportamientos buenos, hay otros perversos.
El moderador indica que lo importante es reconocer que tanto el bien como el mal pueden ser relativos en las distintas culturas, y que funcionan como un punto de referencia para quienes creen en sus expresiones.
A consideración del antropólogo y arqueólogo Diego Vásquez, la conciencia hacia lo negativo y lo positivo en las culturas es universal, porque la bondad es un sentimiento instintivo y básico, así como lo es la maldad, que resulta ser su oposición.
El antropólogo coincide con Galindo en que los conceptos de bondad y maldad pueden manifestarse de distintas maneras en cada cultura. Las personas han dado forma a estos aspectos desde la naturaleza. Ejemplo de ello es cuando los humanos asignan personalidad propia tanto a animales fuertes como débiles, porque se considera que estos representan características humanas.
Vásquez también hace referencia a la creencia de esas figuras divinas presentes en los imaginarios. Mientras que en las religiones como el judaísmo y el cristianismo se hace referencia a una distinción absoluta del bien y el mal, en algunas creencias politeístas la relación de esos aspectos es más amplia: en las deidades puede haber rasgos positivos y negativos a la vez.
Una deidad, como ha establecido el doctor en Filosofía por la Universidad de Los Andes, César García, “es una idea de la inteligencia humana que trata de universalizar todo aquello en que participan los dioses, de cualquier religión, bien sean creados por el hombre o revelados”. Además, también se destaca la presencia de otros seres como los ángeles y los demonios.
De esta cuenta, es pertinente mencionar algunas cosmovisiones y creencias que plantean la existencia de distintas deidades que, más allá de representar lo bueno, también tienen un cariz negativo. Esta dualidad se presenta en expresiones cercanas a Guatemala como la cultura maya, o en la religión, dentro del cristianismo.
Espíritus prehispánicos
En la historia antropológica y espiritual los mayas tienen un lugar significativo frente al planteamiento de las deidades. El vasto desarrollo de dicha cultura puede evidenciarse con la propuesta de su cosmovisión.
En la publicación Entidades sagradas del universo maya, Rafael Flores propone que para los mayas el mundo se componía de espacios diversos, entre ellos el terrestre, el cielo y el ámbito del inframundo. Es ahí donde surge la importancia de los dioses: seres que se constituyen de “materia sutil y que habitan en el tiempo-espacio-sagrado”.
La diversidad de estos explica a la vez la del mundo, destaca Flores. Al mismo tiempo son entidades que cuentan con personalidad, razón, voluntad, pasiones y facultad de comunicación entre ellos, así como con la humanidad. El autor plantea que los dioses fueron creados por los hombres para explicar los factores incomprensibles.
Hunab Ku, el más representativo de ellos, es una entidad viva y duradera de la que nace todo. Es una figura que carece de forma o representación. También comprendido como creador y centro de la galaxia, es invocado a través del Sol. Chaac es otra de las figuras principales; es asociado al agua, a la lluvia, lo cual lo convierte en un referente divino para encomendar las cosechas. De él se destaca también su sabiduría.
Zamná (o Itzamná) representa esa sabiduría, pero en él radican los conocimientos y la ciencia. Guarda una estrecha relación con períodos astronómicos como el día y la noche. Su representación alude al trabajo y el esfuerzo de las personas. Por otro lado, Ixchel, una de las más insignes de la mayanidad, es la diosa de la gestación, el amor, la luna, la medicina y los trabajos textiles. Se dice que también estaba casada con Itzamná.
Kinich Ahau, uno de los dioses más poderosos, tenía la función de solucionar los problemas entre distintas divinidades, así como distribuir las tierras entre los pueblos. Otro de los más venerados es Yum Kaax, dios de la agricultura. Su presencia dentro de la cosmovisión es representada como un hombre joven que siempre realiza varias labores a la vez.
Otra de las divinidades más relevantes, a propósito de las cosechas, es Kauil, quien también es el dios del fuego. Es considerado uno de los creadores de la humanidad y se le atribuye el título de madre y padre de la especie humana.
Las deidades mencionadas representan bondades que pueden percibirse como reflejos de la virtud humana, entendida como la fertilidad, el trabajo, la mediación o la justicia, y que a su vez conviven con dioses que simbolizan lo indeseado.
En el mundo de la mitología maya Xibalbá es el inframundo y en él coexisten la muerte y la enfermedad. Es resguardado por Yum Kimil, también conocido como Ah Puch o Kisín, cuyos nombres hacen referencia al señor de los muertos o el hediondo.
Es representado como una figura esquelética que se acompaña de una cuerda que quita la vida a los humanos y carga una lechuza cuyo significado es la mala fortuna.
Buluc Chabtan, a la par de Ah Puch, es otra de las deidades malignas. Es conocido como el dios de la destrucción y los sacrificios humanos.
Xtabay también figura dentro de la antítesis de la bondad. Entendida como un demonio y no como una deidad, provocaba que los hombres se perdieran, se volvieran locos o murieran, luego de ser seducidos.
Bien y mal en los aztecas
Próxima a la cultura maya, la azteca también ha tenido distintas representaciones divinas. Dentro de su cosmovisión confluyen el bien y el mal. Se trata, al igual que expresiones como en la maya, de una mitología donde “el hombre tiene el poder de crear a los dioses. Los hace con sus virtudes y defectos, con su bondad y maldad, con su vida y su muerte”, como ha establecido el arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma.
En el imaginario divino azteca destaca el insigne Quetzalcóatl, dios de la vida, la sabiduría y el conocimiento. Nación de Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl. Es representado como una serpiente y conserva plumas. Coatlicue, cuyo nombre significa “falda de serpientes” es la diosa terrestre de la vida y la muerte. En ella radican las nociones de fertilidad y vida.
Yacatecuhtli, otra de las principales divinidades, es un dios anciano que porta bastones de luz. Se caracteriza por ser el dios de los mercaderes, del comercio y los intercambios. Xochipilli, cuyo nombre se compone de la palabra flor y príncipe, es otra de las principales deidades y se relaciona los buenos placeres: al amor, los juegos, la belleza, la danza, las canciones, la ebriedad sagrada, entre otros.
En el caso de las figuras que eluden los males aparece Mictlantecuhtli, el señor de los muertos o del inframundo. Es considerado una “divinidad” de las sombras y señor de Mictlán, donde rondaban las almas de los muertos. Atlacoya, por su parte, representa el agua triste y es patrona de la sequía, así como de las aguas negras.
Visión cristiana
Tratándose de la religión más practicada en el mundo —31.5% de la población mundial, según el Pew Research Center—, el cristianismo tiene un influjo histórico inigualable. Su legado se evidencia en lo recogido dentro de la Biblia, el libro sagrado que, a su vez, habla de la dualidad del bien y del mal. Dentro de él se puede constatar la presencia de ángeles y demonios.
En el libro escrito por San Agustín, La ciudad de Dios contra los paganos, se afirma que los ángeles fueron creados el mismo día que Dios creó el Universo. La publicación Seres fantásticos, ángeles y demonios, del historiador Vladimir Atahualpa Martínez, indica que estas criaturas son un conjunto de seres diferenciados regidos por una jerarquía celestial.
En la publicación Acerca de la jerarquía celeste, escrita a inicios del siglo VI, se establecen coros angélicos distribuidos en tres órdenes: consejeros (serafines, querubines y tronos), gobernadores (dominaciones, principados y potestades) y ministros (virtudes, arcángeles y ángeles).
Se dice que la palabra ángel proviene del griego aggelos cuyo significado es mensajero. El concepto, aun así, es genérico para hacer referencia a cualquier ser que forma parte del coro angelical de Dios. Estos seres tienen dos misiones: asistir (transmitir la palabra de Dios) y adorar (glorificar su divinidad).
La investigación de Atahualpa Martínez propone que la representación de los ángeles toma elementos de las nikes (victorias) griegas y los cupidos romanos, cuya característica más notoria eran sus alas. Desde la Edad Media se han representado como hombres jóvenes, rubios, luminosos e imberbes. Los ángeles femeninos aparecieron en el siglo XIV.
Como antítesis de los seres angelicales, están los demonios. Estos forman el reino dominado por el Diablo o Satanás, que solía ser un ángel y cuya función era ejecutar la justicia, según las escrituras de Job en la Biblia. Satán a la vez es el “príncipe de todos los espíritus caídos”.
Según las tradiciones hebraicas, establece la publicación del historiador, estos son nocivos, atacan a las criaturas del mundo humano, provocan enfermedades y son temibles de noche. Se ocultan en espacios lúgubres como cavernas, ciénagas, colinas y en la maleza, puesto que Dios los expulsó ahí, en el margen de la civilización.
En otras culturas
Más allá del cristianismo, la figura de los seres con alas y llenos de luz también han encontrado un lugar en el imaginario de otras culturas.
- Islamismo: De igual manera que en el cristianismo, son entendidos como mensajeros de Dios. En este caso Gabriel es el más representativo.
- Hinduismo: Son representados a partir de una figura de olas musicales que se mueven y llevan su sabiduría. Llevan el nombre de gandharvas.
- Judaísmo: Tienen distintas funciones como la protección, la sanación y la enseñanza. Así como en el islamismo y el cristianismo, son considerados mensajeros.
- Zoroastrismo: Se identifican distintos arcángeles y querubines.
- Egipcios: Se proponía la existencia de algunos humanos con alas que aluden a la figura que deviene de las nikes griegas. En la cultura egipcia eran propuestos con la palabra Hunmanit, cuya figura estaba conectada con el Sol y que se asemejaba a un coro angelical como en el cristianismo.
- Griegos: Acá, la palabra ángelos alude al mensajero. A partir de la figura de Nike (la diosa de la victoria) que se representa con dos alas, empezó a usarse como referencia en otras culturas.