Revista D

Literatura infantil y juvenil

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La memoria de miles o quizá  millones de guatemaltecos aún tiene frescas oraciones como “¡Hola! ¡Hola! ¡Hola! soy Tifón, el gran marino”, o “¿Ves ese hombre tan alto?  Se llama Tragaleguas”, que leyeron con mucho gozo cuando cursaban el 2o. grado de primaria. Estas construcciones gramaticales se leen en el libro Barbuchín, escrito por el educador quetzalteco Daniel Armas.

 Armas es considerado como el pionero de la literatura infantil y juvenil en Guatemala, a partir de la publicación de Mi niño por el hogar, por la escuela (1929). “Salió a luz el 17 de julio y es considerado el primer libro para niños”, afirma la doctora en Literatura Infantil Frieda Morales Barco.

La obra infantil del educador fue profusa y de ella destaca: Indohispano, lectura y escritura iniciales (1928), Pepe y Polita, libro  primero de lectura inicial para primaria (1939),  Cascabel (1947) Lunita Redonda (1949), El mundo del ensueño (fantasía escénica) (1964), Mosaico (1970), Farsa (1971) y Álbum Lila (1975).

Desde muy joven, Armas tuvo predilección por la literatura para niños, por lo que  también escribió, además del género lírico, cuentos, comedias, fábulas y libros de lectura. Su trabajo influyó en otros escritores de su época como Adán Ramírez Flores y Ricardo Estrada.

En el Catálogo de Literatura Infanto-Juvenil Guatemalteca de la Dirección General de Investigación y la Facultad de Humanidades, Morales Barco  registra que durante los siglo XIX y XX se escribieron más de 600 títulos de literatura infantil y juvenil, “por lo que resulta imprescindible  investigar más este género en el país”.

Abrieron brecha

La investigadora Blanca Lidia Mendoza, en el libro Voces de la Literatura Infantil y Juvenil de Guatemala, editado por el Instituto de Estudios de la Literatura Nacional (Ineslin), de la Universidad de San Carlos, afirma que durante el gobierno de Juan José Arévalo (1944) se inició la reorganización estatal que permitió la publicación de libros escolares, científicos y pedagógicos, además de documentos informativos sobre diversos temas. También se imprimieron documentos escolares como folletos y pruebas objetivas, entre otros.

Gladys Tobar, directora de, Ineslin, indica que el género de la literatura infantil se empezó a abordar en Guatemala en las décadas de 1930 y 1940 y se popularizó a mediados del siglo, periodo durante el cual sobresalen el Prontuario de Literatura Infantil (1950), de  Armas, y Literatura Infantil: condiciones y posibilidades, del profesor Rubén Villagrán Paúl (1954). Ambos textos se convirtieron en los clásicos de teoría sobre este tema en el país.

En esa época también resalta la edición de revistas, entre las que sobresalen la  Revista del Maestro, pero sobre todo la infantil Alegría, cuya importancia radica en que fue la primera de su género con contenido verdaderamente infantil publicada en el país.

Para esta revista escribieron  autores como Luis Alfredo Balsells Tojo, Óscar de León Palacios, Angelina Acuña, Manuel Chavarría Flores y  Luz Valle. Fue dirigida por Marilena López  (1946 -1954)  y Matilde Montoya de Arce (1955 a 1962).

López, titiritera de corazón, también publicó Teatro de títeres (1959), Diez juguetes (1963), Nomeolvides (1961), Cuentos y cartas a los muchachitos (1967) y Nomeolvides edición póstuma (2010). También grabó el primer disco producido en Guatemala con canciones infantiles, con el título El pollito pobre, y en proyecto se quedó Rondas de primavera.

En esos años, la circulación de libros para niños era escasísima, al igual que ahora, por lo que Alegría se presentó como una propuesta innovadora para mostrar la literatura a los niños. “Para una mejor identificación, López creó el personaje Vellocinto, que servía como interlocutor entre ella y los niños”, explica Tobar.

La investigación Voces de la Literatura Infantil y Juvenil de Guatemala, de la Usac,  recoge que 10 escritores guatemaltecos sentaron las bases para la configuración formal de la literatura infantil y juvenil en el país.

El documento menciona a Armas, “por la diversidad de propuestas  sobre el tema, desde la parte teórica hasta la producción de poesías y cuentos”, y a López, por la proyección educativa y lúdica con el teatro de títeres.

También incluye a Ligia Bernal, “que se especializó en teatro para niños”; Pedro Adrián Ramírez Flores, por su “especial  recreación del Libro Sagrado de los Mayas en su propuesta de Junajpú e Ixbalanqué para el cuarto grado de primaria”; y Mario Álvarez Vásquez, “quien  incursionó en todos los géneros dirigidos a la niñez”.

Además se menciona a Óscar de León Palacios, “con su poesía patriótica, familiar y escolar”, entre otros temas; Amanda Espinoza, quien “ha laborado con una gran proyección educativa y su poesía para niños”; Héctor Felipe Cruz Corzo, por el manejo diferente del lenguaje y la forma “especialmente lúdica de su propuesta literaria infantil, que incluye refranes, adivinanzas, poesía, cuento y leyenda”. La decena de escritores la complementa Luz Pilar Natareno, que destaca su obra “con la teoría y la realidad del país”.

Años recientes

Durante las últimas décadas, gran cantidad de maestros de las escuelas normales se han dedicado a escribir textos para niños, pero la mayoría no ha logrado publicar, por falta de apoyo y promoción. Entre ellos despuntan Mario Álvarez, Natareno y Espinoza.

Natareno, quien es maestra jubilada del Instituto Rafael Landívar, en Suchitepéquez, desde 1995, ha escrito 26 libros, entre ellos Regalito infantil, Un regalo para Rosario, Teoría de la literatura infantil guatemalteca y Antología de autores guatemaltecos, así como algunas monografías.

La escritora reconoce que hay poca producción, debido a las dificultades que enfrentan para promocionar y vender sus libros, y que  además, el Gobierno no los toma en cuenta cuando organiza los  paquetes de libros que se entregan a las escuelas oficiales.  “Para poder publicar debo  buscar el  apoyo de algunas empresas que me permiten pagarles poco a poco, conforme voy vendiendo”, refiere. 

A mediados de la década de 1980 surgieron algunos escritores que de manera independiente editaron sus libros, como Luis de Lión, Francisco Morales Santos, Mario Payeras, Marco Augusto Quiroa, Mario Monteforte, William Lemus, Delia Quiñónez, Violeta de León Benítez y Gloria Hernández. Por medio de las antologías se ha podido conservar gran parte de la producción infanto-juvenil nacional y han permitido la sobrevivencia del género.

Sin construir Identidad

La literatura infantil se puede considerar como la disciplina fundamental que permite construir una identidad nacional, ayudando a la niñez a descubrir sus orígenes por medio de la tradición oral; sin embargo, en Guatemala este proceso no se aplica porque ese tipo de literatura nació con un perfil nacional e ideológico  “que tendió a la formación de una identidad nacional particular: la del ladino”, opina Tobar.

 “En el país empezamos al revés: primero fue la literatura de autor y después la de tradición oral y popular, que debería ser la fuente primaria,   pero esto tiene que ver con aspectos políticos en que el indígena va por un lado y el ladino por el otro”, afirma Morales Barco.

Tobar afirma que los primeros libros que salieron al mercado con características de literatura oral son los que componen la colección ,Colorín Colorado de la Editorial Piedra Santa, en 1984. “Las oenegés también han editado algunos libros mayas, garífuna y xinca, aunque  no circulan en forma masiva ni continua”, señala.

Antecedentes

 Antes de la literatura de Armas, esta modalidad se remonta, según Morales Barco, a la Revolución Liberal de 1871, cuando se crea el Ministerio Especial de Instrucción Pública. Es en este momento cuando se proponen los libros de texto y de lectura porque se fundan las primeras escuelas. “Miguel García Granados vuelve a proclamar la escuela primaria como gratuita, laica y obligatoria, que ya  había promulgado Mariano Gálvez”, comenta.

Debido a que no encuentran nada, se recurre a implementar las prácticas de lectura con el Catecismo Político Constitucional de México, que se  había empleado durante el periodo de Benito Juárez. Este documento contenía preceptos generales de lo que es la ética, los valores y las responsabilidades de un  ciudadano.  “Básicamente, era una constitución que pretendía introducir a los ciudadanos los deberes, derechos y obligaciones que los guatemalteco deberían conocer para ejercer la ciudadanía”, afirma.

 En 1892, agrega Morales Barco, surge el primer periódico infantil, el cual se llamó  Los niños, donde se publicaba la producción de escritores nacionales y  extranjeros.

En 1895, José María Reyna Barrios manda a imprimir libros especiales de literatura centroamericana contemporánea, y es ahí, según Morales Barco, donde  se marca el primer canon de la Literatura Centroamericana, para darlo a las escuelas primarias. “Se editan  cuatro tomos, pero  no incluyen la visión pluricultural y multilingüe. Básicamente eran escritos de Pedro Molina, Juan Diéguez Olaverri y  Joaquín Palma, entre otros escritores”, señala.

 Con estos libros empiezan a recibir una formación  literaria los niños, pero se interrumpe el proceso con el asesinato de Reyna Barrios. En su lugar toma posesión Manuel Estrada Cabrera e impone las Minervalias, con lo que la lectura se vuelve moralista, con tratados de Rafael Espínola (1899), el ideólogo de esas fiestas.

Cuando toma el poder Lázaro Chacón, se convoca a un congreso centroamericano de educación y se otorgan becas al exterior. Entre los beneficiados está Juan José Arévalo, que se fue a Argentina, pero antes había escrito El método nacional de lectura, para enseñar a leer y escribir.

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