Así empieza la nueva historia del escritor checo Milan Kundera, quien, después de 14 años en silencio, vuelve a la palestra con La fiesta de la insignificancia, una novela “que no por breve rebosa menos de ideas iluminadas por un inteligentísimo sentido del humor”, destaca Beatriz de Moura, editora de Tusquets y traductora de la obra al español. “Es fácil de leer, pero difícil de comprender”, asegura.
La fiesta de la insignificancia es una desenfadada y espléndida composición en forma de fuga que se nutre de las más sutiles variaciones en torno al tema que da título al libro: “La insignificancia, amigo mío”, advierte, “es la esencia de la existencia. ( ) Está presente incluso allí donde nadie quiere verla”.
“Envidio a quienes a partir de ahora podrán leer esta novela por primera vez”, comenta Moura.
Invisible
Kundera, a sus 85 años, sigue siendo huraño. Imprevisible y libérrimo, insólito e inesperado. Siempre ha intentado pasar inadvertido, “tiene una vocación de autor invisible”, cita el periódico español El Mundo. Pese a las polémicas que lo han perseguido, sobre todo en su país de origen, donde fue acusado de ser colaborador del régimen comunista, el cual abandonó en 1975, los desencuentros han sido constantes.
Pero pese a un legado oscuro en busca de la luz —o del absurdo—, ha definido su obra desde El libro de los amores ridículos a La broma, de La vida está en otra parte a La insoportable levedad del ser —publicado en su país en el 2004, pero un clásico desde mediados de los ochenta—. También ha servido de guía a su cada vez más enigmático y polisémico estilo en libros como La inmortalidad.
Retiro en Francia
Milan Kundera nació el 1 de abril de 1929, en Brno (República Checa). Hijo de Milada Janiskova y Ludvik Kunderakuera, pianista y musicólogo.
Acudió al Carolinum de Praga y se instruyó en cine en el Instituto de Estudios Cinematográficos de la capital, por aquellos momentos checoslovaca. En el mismo centro, además de escribir y seguir tocando jazz, música que interpretó desde su adolescencia, Kundera impartió clases de Historia del Cine.
Tras la invasión rusa de 1968, el escritor, nacionalizado francés —François Mitterand le concedió la ciudadanía en 1981—, de amplísima proyección y fama internacional, perdió su puesto de profesor en el Instituto Cinematográfico de Praga, sus libros fueron retirados de la circulación y se exilió en Francia.
En la capital gala fue primero profesor en la Escuela de Ciencias Sociales y luego enseñó Literatura en la Universidad de Rennes.
El autor se fue recluyendo poco a poco desde mediados de los años 1980, cuando el éxito de La insoportable levedad del ser lo hizo mundialmente famoso, apartándose de la mirada pública y de la prensa, de lo que llama los “estragos de la sociedad de la transparencia”, un proceso que se ha profundizado desde que fue acusado, en el 2008, de haber sido un delator bajo la dictadura comunista, cargo que rechazó rotundamente.
Pero como cita el periódico español El País, en “La fiesta de la insignificancia hay algo de lo que Kundera nunca se ha olvidado: ni de la literatura, ni de los buenos chistes. “Aprendí a valorar el humor durante la época del terror estalinista”, aseguró en 1980, en una entrevista con el novelista Philip Roth, una de las últimas que concedió antes de desaparecer de la escena pública.
“Tenía 20 años. Para identificar a alguien que no fuera estalinista, al que no hubiera que tener miedo, bastaba con fijarse en su sonrisa. El sentido del humor era una señal de identificación muy fiable. Desde aquella época, me aterroriza la idea de que el mundo está perdiendo el sentido del humor”, dijo en esa ocasión.
“Hace décadas que no concede una entrevista y es una pena”, publica el rotativo español.
En 1983 ofreció una serie de entrevistas a Christian Salmon, que fueron publicadas por The Paris Review y que se han convertido en un clásico de los estudios literarios.
En 1985, The New York Times publicó una larga conversación con la escritora experta en el mundo soviético Olga
Carlisle, que describía su domicilio “como un pequeño apartamento con vistas a los tejados de Montparnasse”. “Lo que da personalidad a su salón son las pinturas modernas, surrealistas, que cuelgan de sus paredes. Algunas son de artistas checos, otras del propio Kundera”.
Describe a Vera, su esposa, música y compositora, como “una guapa morena con el pelo corto”, y asegura que la fama ha irrumpido en su vida en forma de constantes llamadas y peticiones de “televisiones europeas, directores de teatro y de cine”.
El matrimonio Kundera no se muestra huraño en ningún momento, más bien todo lo contrario. “La vida, cuando uno no puede esconderse de los demás, eso es el infierno y lo sabe cualquiera que haya vivido en un país totalitario”, confesó entonces en una frase que, desde su refugio, tiene mucho sentido. Aquella entrevista, junto a unas preciosas imágenes de Milan y Vera Kundera en ese mismo salón, tomadas por el fotógrafo siciliano de Magnum Fernando Scianna, fueron los últimos momentos públicos del escritor antes de reclamar su derecho a esfumarse.
Fuentes: elpaís.com/ elmundo.com/ peru.com/ biografiasyvidas.com/ usquetseditores.com