Revista D

Leder: “Arte es una tristeza”

El sacerdote Dennis Leder habla de sus convicciones espirituales y artísticas.

(Foto Prensa Libre: Paulo Raquec)

(Foto Prensa Libre: Paulo Raquec)

El sacerdote jesuita, pintor y escultor Dennis Leder (New Jersey, 1946) comparte su tiempo como director de Ice/Cefas, un centro de formación espiritual y social de la Compañía de Jesús, y como artista plástico. Entre esos dos mundos ha sabido armonizar la religiosidad y su búsqueda constante  de respuestas entre el orden de las cosas y el caos.

Reside en Guatemala desde 1991, cuando llegó para estudiar español, y le gustó tanto el paisaje y la gente que decidió quedarse. Con el tiempo se integró al movimiento plástico nacional. Ha participado en varias exposiciones colectivas y privadas, y su obra se encuentra en la colección del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York.

En esta entrevista, Leder analiza, entre otros temas, la participación de la Iglesia Católica en el arte, y comparte con entusiasmo sus proyectos artísticos para este año.

¿Cuál de las dos vocaciones nació primero, la artística o el sacerdocio?
Desde pequeño dibujaba, aunque no tenía idea de lo que era ser artista. Hacía dibujos de casas modernas y de barrancos, y no sabía que había artistas ni arquitectos. Nunca fui a un museo.
Mi padre y mi abuela pintaban, y mi tío era escultor. Fue hasta que ingresé al noviciado de la Compañía de Jesús y que alguien dijo que los jesuitas podían ser artistas cuando me interesé. Un día que tuve libre fui al Museo Metropolitano. Tenía 18 años.

¿Qué significó ese encuentro?
Fui al salón del siglo XX y vi la obra de Willem de Kooning: Lunes de Pascua, y otra de Jackson Pollock. Fue la felicidad, como reconocer algo familiar. Aunque no sabía nada de arte, siempre pensaba: si tuviera un tiempo para dedicarme a esto podría hacer algo.
Me costó años encontrar tiempo para dedicarme al arte, y más todavía identificar el tipo de arte que respondiera a mi personalidad.

¿Cuándo arribó a Guatemala?
En 1985 viajé a Colomoncagua, Honduras, para trabajar con refugiados salvadoreños. Luego, en 1991, me trasladé a estudiar español a Antigua Guatemala. Me fascinaron varias cosas: el paisaje, la gente y el ambiente. Me dio la sensación de que en Guatemala había un ambiente místico y eso compaginaba mucho con mi temperamento. Me gustó bastante y por eso me radiqué acá.

¿Cómo comparte su tiempo entre el sacerdocio y las artes plásticas?
Es un conflicto constante. Soy ordenado en el sentido de querer apartar las mañanas para el arte, por ejemplo, pero no puedo hacerlo. De repente me buscan para algo relacionado con el Instituto o asisto a talleres. Es difícil cortar y comenzar. Tal vez por eso me fascinan las imágenes que tienen cortes, pero a la vez hay ritmos encontrados de nuevo.

¿Es parte de lo que usted trata de comunicar?
Nace espontáneamente. No puedo representarme en las obras que hago. Estas son como una síntesis de todas las creencias, experiencias y conflictos que vivo. En la colocación de formas me interesa algo que tenga cierta semejanza con lo que experimento en la vida. Me gusta crear algo que a primera vista muestre cierta confusión visual, y si la persona tiene interés empieza a ver que esta confusión no es el punto principal, sino crear un ambiente de armonía. Cuando logro algo que visualmente me convence, es suficiente.

¿Considera necesario que el arte deba transmitir un mensaje?
El mensaje nace de la interrelación entre el artista y quien contempla la obra y le interesa.

¿Cuál es su lectura sobre la enseñanza del arte en el país?
El interés y el conocimiento, así como el argumento de que el arte siempre es para las élites, tiene algo de razón, pues por lo general son las personas con amplitud de visión, que han viajado mucho y tienen apertura. El sistema educativo y la forma de impartir clases de arte es muy superficial, y no me refiero en términos de creatividad, sino de copiar. Es algo más parecido a la artesanía que a la investigación. A veces los mismos compañeros jesuitas no entran muy al fondo.

Ahora que usted lo menciona. ¿Se siente comprendido por la comunidad jesuita en cuanto a su vocación como artista?
Como persona sí. Creo que el estereotipo del artista es de alguien bohemio, fuera de la norma y temperamental. No sé si mi formación en la Compañía de Jesús, en cierta forma, me ha pulido estos elementos o mi temperamento es tranquilo. Ahora, lo que hago no entra mucho en discusión. Lo respetan, pero no lo comprenden, y es peor cuando es una obra no figurativa, parece que tiene mucho menos valor.

¿Cómo ha evolucionado la relación entre el arte y la Iglesia Católica?
Cuando uno recorre el arte religioso de las grandes épocas como el Renacimiento y el Barroco descubre que la Iglesia fue el gran patrón del arte para promover los misterios de la fe. Pero luego de la Revolución francesa, la Iglesia vio este movimiento de libertad de expresión e igualdad como una gran amenaza.

Esto marcó un rompimiento.
Los artistas, que regularmente son novedosos, empezaron otras investigaciones y los patrones jerárquicos que mantenía la Iglesia cambiaron y pasaron a los nobles. Fue hasta el siglo XX cuando el arte empezó a tomar otro giro, con la máquina y la fotografía.
Cuando uno observa las representaciones religiosas artísticas que surgen en la actualidad, da suficiente tristeza como para perder la fe, porque son terribles. Hoy el arte religioso es una tristeza.

¿No evolucionaron?
No, pero además de quedar en el pasado, la interpretación moderna suele ser muy sentimentalista. Entonces, en lugar del rigor de las grandes pinturas del Barroco, donde hay un espíritu y energía en sus figuras, se repiten sin la técnica ni el espíritu.
En cierta manera, el arte religioso moderno se vuelve o muy popular o muy sentimental, y la Iglesia no tiene interés en contratar mejores artistas.
Ha sido distinto con la música, pues cuenta con compositores interesantes. Escucho, por ejemplo, una emisora por internet de New York, y algunas piezas tienen semejanza a las de los siglos XII y XIII.

¿Todavía encuentra pasión en la Geometría,como lo comentó en su oportunidad la crítica Lucrecia Méndez?
El único curso que perdí en toda mi vida fue Matemática, y ahora estoy fascinado con las medidas para poder trasladar un dibujo de un lado a otro. La Geometría revela esa armonía en el Universo.

Hay una época —de 1985 a 1995— en que casi no produjo arte.
Fue cuando estuve en un campamento en Honduras. Han sido de los años más fuertes que me han tocado vivir. De los 38 a los 48 años, los más productivos. Esta etapa la imagino como un sueño de pinceles en la calle 57 de Nueva York, en un armario bajo llave. Una tristeza. Al venir a Guatemala pasé un año en una parroquia indígena. Me gustaba, pero me sentía como tonto…

¿Alguien lo sacó de ahí y fue su salvación?
Miriam de Castañeda me invitó a trabajar en la restauración de imágenes en la iglesia La Merced. Era como entrar otra vez a un ambiente de arte.

¿Cuáles son sus proyectos más recientes?
En Vía Siete tengo una escultura de cinco metros de altura, pintada en rojo. Pasé casi todo el 2013 en movimiento con arquitectos, ingenieros y herreros, que son mi apoyo.
Para junio de este año preparo una muestra de cinco artistas en Galería Sol del Río, donde me incluyo y participo en la curaduría. Vienen artistas de New York, de quienes admiro sus obras, pues tienen algo de místico y contemplativo.

¿Cómo ve el movimiento de los artistas plásticos en el país?
En los últimos tres años me he alejado del movimiento, por falta de tiempo.
Hay mucho talento en Guatemala. Tal vez con toda la tecnología y el internet los artistas están más y mejor vinculados con el movimiento mundial. Y la tentación es tomar lo contemporáneo. Creo que es un peligro, porque puede perderse la integridad que uno necesita descubrir poco a poco.
Admiro a los artistas que comenzaron su carrera pública a los 40 o 50 años, como Willem De Kooning, Mark Rothko y Arshile Gorky. Entre los escultores, Julio González y David Smith. Su manera era mucho menos comercial, no había dónde mostrar las obras. Ahora veo que los artistas suelen mostrar sus obras más temprano, están en búsqueda de cierto reconocimiento, en vez de considerar esta actividad como una investigación filosófica. Pero me considero privilegiado, pues no dependo del arte para vivir.

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