Están inmiscuidos en la religión, en la política, en los círculos de amigos, en el sector privado o en el deporte.
El más célebre de estos ingratos, por decirlo de alguna forma, es Judas Iscariote, quien entregó a Jesucristo a cambio de 30 monedas de plata. El escritor Jorge Luis Borges ofrece una relectura de aquel personaje en su obra Tres versiones de Judas (1944).
En la política abundan los ejemplos, entre ellos los diputados tránsfugas —el pueblo vota por la planilla de un partido político y ellos, a su antojo, se saltan de uno a otro—. Algunos, además, ya en sus curules, se dedican a enriquecerse ilícitamente, olvidando y dándole la espalda a sus electores. Ya lo decía el revolucionario mexicano Emiliano Zapata: “Muchos de ellos, por complacer a tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o soborno están traicionando y derramando la sangre de sus hermanos”.
A lo largo de la historia han aparecido otros políticos de la misma calaña. Entre ellos están Marco Junio Brutus (ca. 85 a.C.-42 a.C.), quien participó en una emboscada que los senadores romanos habían preparado contra el emperador Julio César —su padre—. Dante Alighieri calificó este suceso como traición a la familia y a la patria.
Otro caso emblemático de traición lo protagonizó Malinalli Tenépatl la Malinche (ca.1502- ca.1529), una mujer nahua que sirvió de intérprete, consejera e intermediaria de los nativos mesoamericanos con los conquistadores españoles al mando de Hernán Cortés, de quien fue amante. Precisamente esa unión fue clave para la caída del imperio azteca, entonces gobernado por Moctezuma.
Para unos, la Malinche entregó el destino de su gente al poder extranjero. De hecho, hoy la Real Academia Española define como “malinche” a aquella “persona, movimiento o institución que comete traición”, mientras que “malinchista” es quien “muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”.
Entre los asuntos de traición también aparece Napoleón Bonaparte. Su caso se remonta a 1808, con la firma del Tratado de Fontainebleau, en el cual pidió permiso a España únicamente para entrar a su territorio para llegar hasta Portugal, país aliado de los ingleses. Sin embargo, una vez conquistado el territorio portugués, Napoleón decidió que España formara parte de su botín y traicionó a la corona española deponiéndola y nombrando en su lugar a su hermano, José Bonaparte, conocido despectivamente como Pepe Botella.
Guy Fawkes (1570-1606) no se queda atrás. Este personaje formó parte de la conocida Conspiración de la pólvora, la cual planeaba volar el parlamento británico —el Palacio de Westminster— y asesinar al rey Jacobo I. Se suponía que así lograría poner fin a la persecución religiosa. Al fracasar, los conspiradores fueron ejecutados acusados de traición.
Otro caso surgió durante la ocupación nazi en la extinta Checoslovaquia, que entonces estaba bajo el mandato del despiadado Reinhard Heydrich.
A finales de mayo de 1942, comandos de la resistencia lograron herirlo de muerte y se refugiaron en las catacumbas de la Iglesia de San Cirilo. El soldado checoslovaco Karel Curda, sin embargo, delató la ubicación de los comandos y estos se suicidaron dentro del recinto luego de dar una valiente batalla. Al terminar la guerra, Curda fue sentenciado a muerte por traición.
Amigos bandoleros
Jessie James y Robert Ford fueron unos temibles bandidos estadounidenses del siglo XIX.
En 1882, James cedió un espacio de su casa para que Ford viviera con su familia, mientras preparaban un robo en Platte City, Misuri. Este, sin embargo, había acordado con el gobernador Thomas T. Critteden matar a su amigo a cambio del indulto y una recompensa de US$10 mil.
Así que, el 3 de abril de ese año, Ford dio muerte a James tras dispararle a sus espaldas, por lo que sus contemporáneos lo tacharon de traidor y cobarde.
El bandolero se entregó a las autoridades pero solo le dieron una fracción de la suma prometida.
Diez años después, Ford fue asesinado por Edward O’Kelly, un admirador de James.