Revista D

Símbolos muy guatemaltecos

La identidad se saborea con un kak’ik, se siente en el chipi chipi que refresca en Alta Verapaz y cuando se canta Luna de Xelajú. Las representaciones que definen a los chapines abundan.

Se calcula que hay un millón de artesanos indígenas el 70 por ciento son tejedoras.

Se calcula que hay un millón de artesanos indígenas el 70 por ciento son tejedoras.

Atitlán es el nombre que aparece en Google cada vez que se teclea “El lago más bello del mundo” y la melodía Luna de Xelajú ganó tanta popularidad que se considera el segundo himno nacional, por el sentimiento de identidad que despierta.
La cultura guatemalteca es tan rica que está poblada de símbolos. Se encuentra por ejemplo, en el sabor de las comidas, los colores de las alfombras, el olor del pino y el corozo, en las notas de Soy de Zacapa, en la expresión del Cristo Negro, en el sonido de una chicharra alentada por un niño y en el sabor de un ponche.

La ruta sacra

El lenguaje simbólico se expresa en los rituales católicos durante todo el año. Está presente, por ejemplo, en las tradiciones de Semana Santa, en el dulce de ayote y el fiambre, típicos del 1 de noviembre, y en las posadas decembrinas.

“Cada elemento se manifiesta en algo que nos caracteriza, y se expresa en una totalidad artística, en el aroma, el tacto y la vista. Esos valores se enseñan a través de la plástica”, explica Fernando Urquizú, director de posgrado de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos.

La Semana Santa es prolija en símbolos. La marcha fúnebre más antigua que acompañó una procesión, de la que se tiene noticia, fue compuesta para el Cristo de los Reyes de la Catedral de Santiago de Guatemala, en 1595, según el historiador Celso Lara.

La partitura, incompleta, aún existe, aunque se desconoce su autor.

Las primeras marchas de este tipo fueron compuestas por los maestros de capilla de los templos asentados en la capital de Santiago de los Caballeros.

Estas composiciones musicales, junto con las alfombras, las andas, el pino mezclado con el corozo, especialmente en Antigua Guatemala, identifican al país en cualquier parte del mundo.

También son referentes Tikal, en Petén y Quiriguá, en Izabal, pobladas de pirámides y vestigios de la civilización maya, que junto con la ciudad colonial están catalogadas como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Sabores y colores

Las representaciones guatemaltecas, como explica Urquizú, tienen olor y sabor, están presentes en los plátanos en mole, el kak’ik, el pepián y el jocón, declarados patrimonio cultural intangible, en el 2007.

Estos cuentan con ingredientes de la cocina precolombina y otros de procedencia europea, explica Ericka Sagastume, investigadora del área de Gastronomía Tradicional, del Centro de Estudios Folclóricos (Cefol).

Los tejidos, sensibles al tacto y a la vista, propios de los indígenas, también gozan de fama mundial.

En relación a esta riqueza, desde su exilio, el escritor Luis Cardoza y Aragón vio a Guatemala como una mujer. “Deseé que luzca, como todos los días, rebozo de colores y trenzas con tocoyales, dibujándola sin que ella lo advierta”, describió.

Variedad de prendas de uso cotidiano y ceremonial como huipiles, cortes, su'ts, perrajes, cintas, tocoyales, velos, ponchos, capixayes, pantalones y manteles son exportados.

Esta identidad también se manifiesta, en los católicos, en el culto a la imagen del Cristo Negro de Esquipulas, que ha sido venerada durante más de cuatro siglos y se ha convertido en un ícono de la religiosidad guatemalteca, explica David Molina, investigador sobre religiosidad tradicional del Cefol.

Bailes y sonidos

Los bailes tradicionales están presentes en los cuatro puntos cardinales en forma variada, refiere el antropólogo Carlos García.

En el país las danzas del Torito (Jacaltenango, Huehuetenango), del Venado, de Moros y cristianos, y de la Conquista, fueron declaradas patrimonio cultural intangible en el 2012.

Ocho años antes, en el 2004, el Rabinal Achí — el baile más antiguo que todavía se representa— recibió la misma distinción. La obra se divide en cuatro actos y relata el conflicto entre los Rabinaleb’ y los K’iche’s.

El sonido de un chinchín de Rabinal, Baja Verapaz, hecho con el fruto del morro o la caparazón de la tortuga anuncian la llegada de la Navidad. Es tan tradicional como el vals Un día de amor, de José María Girón, que suelen bailar los novios, el día de su boda.

¿Jugamos?

¿Quién no jugó de niño con un trompo o regresó a casa con un sonoro ron ron o chicharrra después de haber seguido un cortejo procesional? Los juguetes también forman parte de ese inventario que refuerza la identidad, indica el historiador del arte, Haroldo Rodas.

El uso de estos entretenimientos tradicionales varía según la época, es por eso que tantos niños esperan el viento de noviembre para hacer volar un barrilete.

Los resistentes camiones de madera elaborados en San Juan Comalapa y Sumpango, Chimaltenango, pintados con tintes naturales son capaces de resistir el peso que un niño pueda imaginar.

Los saltimbanquis movidos por hilos, tan populares en las ferias, se suman a la lista.

Expresiones propias

os guatemaltecos viajan en cicle. Cuando pasean dan un colazo y juegan a los cincos, no a las canicas.

Los refranes y expresiones locales además, de ser una muestra de la riqueza del español en Guatemala, exploran “ese mundo fascinante y colorido que es la guatemalidad”, afirma Sergio Morales Pellecer autor del Diccionario de Guatemaltequismos.

Si un guatemalteco tiene un padecimiento grave es porque le dio el patatush. Si quiere repartir algo entre un grupo de amigos y no saben a quién, es usual escuchar: “¡Chinchilete!” y recibir por respuesta: “Yo, machete”.

“Es como los de Cobán, que solo comen y se van”, es la frase con la que se describe al comensal que se apresura a despedirse. “Es del tiempo de Tatalapo”, para afirmar que algo es muy antiguo.

“¡Qué tiznada estás, le dijo el comal a la olla!”, es una expresión usual en una conversación o cháchara.

Las expresiones propias de los guatemaltecos incluyen “términos relacionados con la historia, la geografía, las tradiciones y la cultura del país”, agrega en su obra Morales.

Entonces, ¿qué es la identidad? ¿La define una frontera? Cardoza y Aragón lo respondió así: “En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto”.

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