Gerardo Lissardy
BBC Mundo, Rio de Janeiro
Primero, fue asesinada una joven profesora de historia, hermana de una conocida tenista. Después, una quinceañera que salía de un club bailable. Y más tarde, una estudiante que desapareció rumbo al trabajo.
Las tres murieron sofocadas, entre el último día de 1991 y febrero de 1993.
En todos los casos, las víctimas habían sido vistas por última vez con vida en Carrasco, el barrio más acomodado de Montevideo.
La mezcla de misterio y pánico que causaron esos crímenes en una de las capitales más seguras de América Latina dio paso a la sorpresa cuando un universitario de 22 años, vecino del barrio, fue detenido y confesó ser el autor.
Su nombre: Pablo Goncálvez. La condena: 30 años de cárcel, el máximo previsto por la legislación de Uruguay.
Goncálvez es considerado desde entonces el primer y único asesino en serie de la historia moderna del país, un prototipo criollo de esos psycho killers que suelen verse en el cine o la TV.
Pero lejos de ser apenas un dato histórico, Goncálvez ha vuelto a causar temor y polémica en los últimos días, tras informarse que, con 46 años, quedará libre este jueves.
“Al haber cumplido la totalidad de la pena, no hay otra opción para el sistema de justicia que liberarlo”, dijo Raúl Oxandabarat, portavoz de la Suprema Corte de Justicia uruguaya, a BBC Mundo.
Explicó que, en base al trabajo y estudio que realizó mientras estuvo detenido, Goncálvez logró reducir la pena máxima a 23 años, cuatro meses y tres días.
Su liberación plantea una pregunta difícil para el país sudamericano de solo 3,3 millones de habitantes: ¿cómo se convive con un asesino en serie, suelto y famoso?
Viajes, estudios y motos
Muchas cosas eran diferentes en Uruguay a fines de 1991.
Luis Suárez tenía 4 años y estaba lejos de convertirse en el máximo goleador de la selección, José Mujica era un militante político que nadie imaginaba como presidente, y legalizar la marihuana era algo que apenas se oía en canciones de reggae.
El país tenía además tasas de homicidio más parecidas a las naciones de Europa occidental que a los vecinos latinoamericanos.
Goncálvez vivía entonces en una gran casa de Carrasco, hijo de un diplomático con dilatada carrera en el exterior y buen pasar económico.
Nacido en Bilbao (España) en 1970, realizó un periplo por varios países de niño acompañando a su padre hasta asentarse en Montevideo, donde pasó la adolescencia y tuvo una novia.
Se destacó con buenas calificaciones en los estudios y comenzó la carrera de Ciencias Económicas. Además arreglaba motos en el fondo de su casa.
Quienes lo conocían lo recuerdan como alguien normal, aunque poco sociable.
Su noviazgo se rompió en 1991, el mismo año en que la empleada de un hospital lo denunció por haberla violado tras amenazarla con un arma en su auto, esposarla y secuestrarla.
Goncálvez adujo ante la policía que se trató de una relación sexual de mutuo acuerdo. La mujer mostró como prueba el documento del agresor, pero éste argumentó que ella le robó la billetera. Y quedó libre sin cargos.
Faltaba poco para que ocurriera el primer asesinato.
“Mi madre tenia pánico”
Ana Luisa Miller fue sofocada a los 26 años de edad, en la noche de año nuevo de 1992. Su cadáver, con marcas de golpes en el rostro, fue arrojado por la mañana en una playa próxima a Carrasco. Su auto estaba a metros de la casa de Goncálvez.
Casi nueve meses después desapareció Andrea Castro. Salía de una discoteca de Carrasco frecuentada por Goncálvez. La quinceañera fue estrangulada y su cuerpo enterrado en una playa del lujoso balneario de Punta del Este, a unos 120 kilómetros de Montevideo.
Pasaron cinco meses y fue el turno de María Victoria Williams. El propio Goncálvez confesó que la vio cerca de su casa y le pidió que le ayudara con su abuela, fingiendo que sufría un ataque. Cuando la joven de 22 años entró a su casa, la golpeó y sofocó con una bolsa de nylon.
Escondió el cadáver tras un sofá por más de un día, hasta que lo llevó a un parque cercano. La serie de homicidios aterraba a los uruguayos.
“Mi madre tenía pánico, decía que (el asesino) buscaba a jóvenes de mi tipo, delgadas y morochas. Me llamaba cada noche para saber si había llegado bien a casa”, recuerda una mujer que en aquellos años estudiaba en Montevideo y prefiere mantener su nombre en reserva.
La policía interrogó a cientos de personas, sin resultados. Familiares de las víctimas cuestionaban a los investigadores. El gobierno sentía la presión.
De pronto surgió una pieza clave: un amigo de Goncálvez entregó a la policía unas esposas que éste le había dado.
Los investigadores recordaron la denuncia de violación, ataron cabos y lo detuvieron.
Después de confesar los homicidios, Goncálvez se desdijo, afirmando que había sido torturado por la policía.
Pero la justicia concluyó que su relato inicial y las pruebas halladas eran suficientes para enviarlo a prisión, ya que sólo el asesino podía saber algunos detalles.
“Llevar la escopeta”
En la cárcel Goncálvez fue atacado a puñaladas y casi muere. También se casó y hasta tuvo una hija con una mujer que lo visitaba, pero luego se divorciaron. Estudió derecho, economía y enseñó inglés a otros presos.
En los últimos tiempos estuvo recluido en un presidio de baja seguridad de una zona rural, al noreste de Montevideo.
Tuvo algunas salidas transitorias, sin lograr la libertad anticipada. Y ahora que finaliza la pena, hay un debate público sobre si volverá a matar.
El psiquiatra forense Yamandú Martínez sostuvo en el diario uruguayo El País que ” es poco probable” que cometa un nuevo crimen.
Pero el abogado y criminólogo argentino Claudio Stampalija indicó al diario uruguayo El Observador que, según la evidencia internacional, en casos de asesinos múltiples “cuanto más larga sea la condena más reincidencia existe”.
Un senador opositor propuso controlar a criminales reincidentes en delitos graves que salen en libertad, y una organización que combate la violencia contra las mujeres pidió que se divulgue una foto actual de Goncálvez y se aclare si está apto para vivir en sociedad.
Sin embargo, muchos creen que el propio liberado buscará alejarse del foco de atención. Hasta se ha especulado con que intente radicarse en otro país.
“El primer recaudo es que salga (de la cárcel) de la forma más desapercibida posible”, dijo el ministro uruguayo del Interior, Eduardo Bonomi, esta semana.
A Eduardo Castro, padre de una de las víctimas del homicida, algunos vecinos le comentan sobre la liberación de Goncálvez.
“Prácticamente me preguntan si voy a llevar la escopeta, como si tuviera afán de venganza”, relató en el sitio de información Montevideo Portal.
Descartó “tomar cartas en el asunto”, pero sostuvo que un informe psiquiátrico de 2012 negaba que Goncálvez mostrara signos de rehabilitación.
El portavoz de la Suprema Corte dijo que no puede confirmar ese dato sin haber leído el expediente, pero indicó que “evidentemente ésta es una persona que tiene alguna patología de orden psiquiátrico”.
De cualquier modo, Oxandabarat negó que hubiera una alternativa a la liberación de Goncálvez.
“Esta polémica tiene origen en un error conceptual: en nuestro derecho no existe la pena de prisión perpetua ni de destierro”, afirmó. “Tiene derecho a reintegrarse en la sociedad, si eso es posible”.