Escenario

Atmósfera colonial

La iglesia de San Juan del Obispo es uno de los primeros templos católicos construidos en el país. Su magnífico retablo sirvió de marco para el recital de música barroca que la noche del sábado 1 de diciembre interpretó el Ensamble Antigua.

LAS VOCES del orfeón se lucieron con gran energía en el Paraninfo Universitario. (Foto Prensa Libre: Armando Bendaña)

LAS VOCES del orfeón se lucieron con gran energía en el Paraninfo Universitario. (Foto Prensa Libre: Armando Bendaña)

El templo, junto a un palacio de recreo, fue mandado a construir —con mano de obra barata— por el obispo Francisco Marroquín, en las faldas del Volcán de Agua, en 1547. Fue dedicada a San Juan Bautista. Su apariencia es modesta; su estilo, barroco temprano; su fachada, sobria, un poco rústica. Tiene una sola nave, muy bien conservada. Desde su construcción, ningún terremoto ha alterado su estructura.

Los habitantes de San Juan del Obispo —San Juan, por el Bautista, y del Obispo, en honor de Marroquín—, son en buen número descendientes de los tlaxcaltecas que acompañaron a Pedro de Alvarado durante la conquista de Guatemala, en 1524.

Los artistas

El Ensamble Antigua, especializado en música barroca, está radicado en la ciudad colonial del Valle de Panchoy.

Los integrantes: Carolina Palomo, en el clavecín; Nadir Aslam, violín barroco; Lourdes López, chelo; y la soprano lírica Diana Ramírez.

En esta ocasión fueron acompañados por dos músicos huéspedes: Kristin Hayes, con una flauta picuda, de voz casi humana, y Eric Peterson, percusión, con un piccolo triángulo de cristalino trino y un animoso pandero, de chispeantes voces altas.

El concierto, que incluyó música de Bach, Haendel, Quantz y varios autores renacentistas y barrocos italianos, es parte del programa Música en las Aldeas, patrocinado por el mecenas de las artes, Jorge Castañeda, de Casa Santo Domingo y también del fondo Aporte para la descentralización cultural (Adesca).

Su meta es compartir la cultura de la cabecera con los habitantes de las aldeas que forman el municipio.

No en balde la ciudad, Monumento de América, es poderoso faro de atracción para el turismo cultural.

despedida

Durante esta velada, el público, atento, intenso, alcanzó para llenar tres cuartos de la nave de la iglesia. Fue notoria la asistencia y la admiración en los rostros de muchos extranjeros.

Los aplausos fueron fuertes y sostenidos. Carolina, y los demás, correspondieron con sonrisas y un corto encore, que reavivó las palmas.

Voces y bodas de oro

Con  un concierto de lujo en el antiguo Paraninfo —salón de actos académicos— de la Universidad de San Carlos, se celebraron los primeros 50 años del pequeño coro de voces mixtas masculinas conocido como Orfeón Iximché. Y fue apropiado que allí se hiciese, ya que  en esa universidad estudiaban, en el agitado año de 1962, los jóvenes que lo fundaron.

En esos tiempos, ser universitario no era un derecho para todo el mundo, era honor de unos pocos. Entonces sólo existía una universidad en Guatemala, la de San Carlos. En sus aulas  interactuaban los mejores estudiantes de  provincia de la capital y unos cuantos centroamericanos. Era un crisol de nacionalidad a donde, sin más vestidura que la del talento, asistían muchachos de diferentes estratos sociales y de diferentes etnias.

En esa universidad había un coro, grande y prometedor, como sol de amanecer a la orilla del mar. De sus integrantes nació la idea de formar un pequeño coro de cámara, que fuese más fácil de mover. Escogieron para ello, una forma de octeto; duplicación del cuarteto mixto básico, primer tenor, segundo tenor, barítono y bajo.

Los fundadores del Orfeón fueron Adolfo Guillén, Marcio Martínez, Amílcar Acevedo, Eduardo Bocaletti, Eddy Herrera, Juan Francisco Paredes, Nery Rodríguez y Guillermo Zeigssig. De ellos, los dos primeros ya trascendieron, los otros siguen cantando.

La noche del homenaje fue de nervios, notas y armonías. Trece piezas interpretaron. Iniciaron con Domine non sum dignus y concluyeron con el segundo himno nacional, Luna de Xelajú. Compartieron escenario con el Coro Universitario, su alma mater, su raíz germinal.

Ana Frank  

En 1958 el director teatral Domingo Tessier decidió poner en escena una obra recientemente estrenada, sobre la vida de una adolescente judía, Ana Frank, que escondida en una buhardilla, con su familia y unos amigos, trató de escapar del exterminio nazi.

El material original, escrito en forma de diario, le dio dimensión humana al holocausto. Le puso cara, lo vio con unos intensos ojos negros, de mirada triste.

Tessier contaba con excelentes actores para los personajes adultos:. Mildred Chávez, Luis Herrera, Herbert Meneses, Consuelo Miranda, Norma Padilla y  Ernesto Sapper.

Para reclutar a las actrices adolescentes, Prensa Libre organizó un concurso. Tres plazas: Ana Frank, su suplente y Margoth, su hermana. Ochenta y tres jóvenes participaron.

En primer lugar quedó Graciela, la Chiqui Barrios. Suplente, Ana María Solís, y como Margoth, Uberlinda Castillo. Graciela para ese entonces llevaba siete años trabajando en radio teatro infantil con doña Marta Bolaños de Prado.  Estrenaron el 5 de noviembre, en el Conservatorio, un éxito. Se mantuvieron en cartelera más de seis meses. Las funciones nocturnas las actuaba Graciela, las de matiné, Ana María. Admisión: 50 centavos.

Graciela participó en un par de obras más, pero Julio y las niñas que vinieron, la  separaron de las tablas.

Setenta años después de haber trabajado toda su vida y dejar encaminados a sus hijos, regresa al escenario. Hace tres años se inscribió en la Escuela Superior de Arte de la Usac. Y ahora, pocos días antes de cumplir 70, le da vida, junto a sus compañeros de estudio, a una afortunada versión contemporánea de la Barca sin Pescador, de Casona.

El trabajo está muy bien, es atractivo. Graciela se posesiona con garra y conocimiento de su personaje, la abuela. Y se gana los aplausos, por actriz, y por mujer.

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