Escenario

Cinco poemas para recordar el legado literario de Mario Benedetti, a diez años de su muerte

Mario Orlando Hardy Hamlet Brembo Benedetti Farrugia, quien fuera mejor conocido como Mario Benedetti, murió el 17 de mayo en el 2009, pero su legado permanece vigente gracias a sus versos inmortales.

El escritor de origen uruguayo fue un destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico literario, que se convirtió en una de las figuras más relevantes de las letras hispanoamericanas de la segunda mitad del siglo XX.

Benedetti es uno de los escritores más leídos del español gracias a su estilo característico en el que alterna la imagen de un objeto con la voz del sujeto que lo contempla, algo que acostumbraba hacer mucho su obra.

El escritor nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, Uruguay. A los cuatro años se trasladó junto a su familia a Montevideo, lugar que fue escenario recurrente de su literatura y parte esencial de su vida.

Durante su trayectoria recibió muchos reconocimientos como la Orden Félix Varela por parte del Consejo de Estado de Cuba en 1982; la medalla Gabriela Mistral en Chile en 1995 y un Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Valladolid y de Alicante en España, en 1997, entre otros; así cómo el Premio Iberoamericano José Martí en reconocimiento a toda su obra en marzo del 2001.

El literato falleció en su casa de Montevideo poco después de las 18 horas. Tenía 82 años y su sepelio se llevó a cabo en el Palacio Legislativo de Uruguay.

El gobierno de su país decretó duelo nacional y su cortejo fúnebre fue encabezado por integrantes de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y la Central de Trabajadores.

Su extensa obra abarca más de ochenta libros, algunos de ellos traducidos en más de veinte idiomas, y a continuación le presentaos una selección de lo más destacado de su obra con cinco poemas y cinco frases célebres de este autor.

Elegir mi paisaje

Si pudiera elegir mi paisaje

de cosas memorables, mi paisaje

de otoño desolado,

elegiría, robaría esta calle

que es anterior a mí y a todos.

 

Ella devuelve mi mirada inservible,

la de hace apenas quince o veinte años

cuando la casa verde envenenaba el cielo.

Por eso es cruel dejarla recién atardecida

con tantos balcones como nidos a solas

y tantos pasos como nunca esperados.

 

Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,

los espías aleves de la soledad,

las piernas de mujer que arrastran amis ojos

lejos de la ecuación dedos incógnitas.

 

Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,

hojas secas, bocinas y nombres desolados,

nubes que van creciendo en mi ventana

mientras la humedad trae lamentos y moscas.

 

Sin embargo existe también el pasado

con sus súbitas rosas y modestos escándalos

con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera

y su insignificante comezón de recuerdos.

 

Ah si pudiera elegir mi paisaje

elegiría, robaría esta calle,

esta calle recién atardecida

en la que encarnizadamente revivo

y de la que sé con estricta nostalgia

el número y el nombre de sus setenta árboles.

Ausencia de Dios

Digamos que te alejas definitivamente

hacia el pozo de olvido que prefieres,

pero la mejor parte de tu espacio,

en realidad la única constante de tu espacio,

quedará para siempre en mí, doliente,

persuadida, frustrada, silenciosa,

quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,

tu corazón de una promesa única

en mí que estoy enteramente solo

sobreviviéndote.

 

Después de ese dolor redondo y eficaz,

pacientemente agrio, de invencible ternura,

ya no importa que use tu insoportable ausencia

ni que me atreva a preguntar si cabes

como siempre en una palabra.

 

Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche

desgarradoramente idéntica a las otras

que repetí buscándote, rodeándote.

Hay solamente un eco irremediable

de mi voz como niño, esa que no sabía.

 

Ahora que miedo inútil, qué vergüenza

no tener oración para morder,

no tener fe para clavar las uñas,

no tener nada más que la noche,

saber que Dios se muere, se resbala,

que Dios retrocede con los brazos cerrados,

con los labios cerrados, con la niebla,

como un campanario atrozmente en ruinas

que desandara siglos de ceniza.

 

Es tarde. Sin embargo yo daría

todos los juramentos y las lluvias,

las paredes con insultos y mimos,

las ventanas de invierno, el mar a veces,

por no tener tu corazón en mí,

tu corazón inevitable y doloroso

en mí que estoy enteramente solo

sobreviviéndote.

Asunción de ti

1

 

Quién hubiera creído que se hallaba

sola en el aire, oculta,

tu mirada.

Quién hubiera creído esa terrible

ocasión de nacer puesta al alcance

de mi suerte y mis ojos,

y que tú y yo iríamos, despojados

de todo bien, de todo mal, de todo,

a aherrojarnos en el mismo silencio,

a inclinarnos sobre la misma fuente

para vernos y vernos

mutuamente espiados en el fondo,

temblando desde el agua,

descubriendo, pretendiendo alcanzar

quién eras tú detrás de esa cortina,

quién era yo detrás de mí.

Y todavía no hemos visto nada.

Espero que alguien venga, inexorable,

siempre temo y espero,

y acabe por nombrarnos en un signo,

por situarnos en alguna estación

por dejarnos allí, como dos gritos

de asombro.

Pero nunca será. Tú no eres ésa,

yo no soy ése, ésos, los que fuimos

antes de ser nosotros.

Eras sí pero ahora

suenas un poco a mí.

Era sí pero ahora

vengo un poco a ti.

No demasiado, solamente un toque,

acaso un leve rasgo familiar,

pero que fuerce a todos a abarcarnos

a ti y a mí cuando nos piensen solos.

 

2

 

Hemos llegado al crepúsculo neutro

donde el día y la noche se funden y se igualan.

Nadie podrá olvidar este descanso.

Pasa sobre mis párpados el cielo fácil

a dejarme los ojos vacíos de ciudad.

No pienses ahora en el tiempo de agujas,

en el tiempo de pobres desesperaciones.

Ahora sólo existe el anhelo desnudo,

el sol que se desprende de sus nubes de llanto,

tu rostro que se interna noche adentro

hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa.

 

3

 

Puedes querer el alba

cuando ames.

Puedes

venir a reclamarte como eras.

He conservado intacto tu paisaje.

Lo dejaré en tus manos

cuando éstas lleguen, como siempre,

anunciándote.

Puedes

venir a reclamarte como eras.

Aunque ya no seas tú.

Aunque mi voz te espere

sola en su azar

quemando

y tu dueño sea eso y mucho más.

Puedes amar el alba

cuando quieras.

Mi soledad ha aprendido a ostentarte.

Esta noche, otra noche

tú estarás

y volverá a gemir el tiempo giratorio

y los labios dirán

esta paz ahora esta paz ahora.

Ahora puedes venir a reclamarte,

penetrar en tus sábanas de alegre angustia,

reconocer tu tibio corazón sin excusas,

los cuadros persuadidos,

saberte aquí.

Habrá para vivir cualquier huida

y el momento de la espuma y el sol

que aquí permanecieron.

Habrá para aprender otra piedad

y el momento del sueño y el amor

que aquí permanecieron.

Esta noche, otra noche

tú estarás,

tibia estarás al alcance de mis ojos,

lejos ya de la ausencia que no nos pertenece.

He conservado intacto tu paisaje

pero no sé hasta dónde está intacto sin ti,

sin que tú le prometas horizontes de niebla,

sin que tú le reclames su ventana de arena.

Puedes querer el alba cuando ames.

Debes venir a reclamarte como eras.

Aunque ya no seas tú,

aunque contigo traigas

dolor y otros milagros.

Aunque seas otro rostro

de tu cielo hacia mí.

Sueldo

Aquella esperanza que cabía en un dedal,

Aquella alta vereda junto al barro,

aquel ir y venir del sueño,

aquel horóscopo de un larguísimo viaje

y el largísimo viaje con adioses y gente

y países de nieve y corazones

donde cada kilómetro es un cielo distinto,

aquella confianza desde no sé cuándo,

aquel juramento hasta no sé dónde

aquella cruzada hacia no sé qué,

ese aquel que uno hubiera podido ser

con otro ritmo y alguna lotería,

en fin, para decirlo de una vez por todas,

aquella esperanza que cabía en un dedal

evidentemente no cabe en este sobre

con sucios papeles de tantas manos sucias

que me pagan, es lógico, en cada veintinueve

por tener los libros rubricados al día

y dejar que la vida transcurra,

gotee simplemente

como un aceite rancio.

Angelus

Quién me iba a decir que el destino era esto

 

Ver la lluvia a través de letras invertidas,

Un paredón con manchas que parecen prohombres,

El techo de los ómnibus brillantes como peces

Y esa melancolía que impregna las bocinas.

 

Aquí no hay cielo,

Aquí no hay horizonte.

 

Hay una mesa grande para todos los brazos

Y una silla que gira cuando quiero escaparme.

Otro día se acaba y el destino era esto.

 

Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:

Siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,

Y claro, está prohibido llorar sobre los libros

Porque no queda bien que la tinta se corra.

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ESCRITO POR:

Pablo Juárez

Periodista de Prensa Libre y Guatevisión multiplataforma especializado en arte, cultura y producción audiovisual con 11 años de experiencia. Productor de la emisión comunitaria de Noticiero Guatevisión.

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