En tiempos prehispánicos, el asentamiento situado en las planicies de Patzac era el segundo en importancia en el señorío quiché. Su nombre, Chuimequená: “lugar sobre el agua caliente”.
Los mexicas que acompañaron a Pedro de Alvarado en la conquista, lo cambiaron a Totonicapán, derivado del vocablo náhuatl totonilco —”lugar de agua caliente”—, pues a lo largo de los riscos de Momostenango hay fuentes termales.
Toto es ciudad prócer. Allí nació Atanasio Tzul, quien en 1820, harto de los leoninos impuestos eclesiásticos y el agobiante tributo a la Corona, encabezó una revuelta contra los españoles.
Al tener dominio de la situación se le nombró rey de los quichés y le pusieron la corona de San José. A su esposa, Felipa Soc, la de Santa Cecilia. Veintinueve días duró el reinado. Ocho días lo azotaron los españoles. Luego lo mandaron amarrado a Xela. Un año después, 1821, lo soltaron.
El teatro
En ese precioso departamento, en el centro de su cabecera, hay un teatro que es una belleza. Su construcción comenzó en 1911, durante el gobierno de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920).
El arquitecto, según dicen, fue Enrique Jones, el mismo que diseñó el de Xela. Y los constructores: el maestro Agatón Boj y sus hijos. Algo pasó. Cayeron en desgracia con el señor presidente, y el trabajo se paró.
Fue en 1924, después del final del tirano, que el teatro encendió luces, acomodó público y abrió el telón.
El terremoto de 1976 lo dañó. Tuvo que esperar al gobierno de Portillo para que lo reconstruyeran. Curiosamente hicieron un buen trabajo; lo dejaron como nuevo. Don Mariano Tax Tzic lo cuida desde entonces.
Gracias por la vida
El martes recién pasado, el grupo local Las Hormigas estrenó su obra Gracias a la vida, en el Teatro Municipal de Totonicapán. Estos son unos solidarios jóvenes, maestros y estudiantes universitarios que llevan 10 años compartiendo teatro por los caminos del altiplano.
Preocupados por las posibles secuelas del malhadado incidente de la Cumbre de Alaska, decidieron compartir escénicamente lo que sus corazones les decían… Tengan cuidado, en cualquier conflicto armado los más lastimados serán siempre los niños. Y con la ayuda de cuatro títeres articulados de tamaño natural, que ellos mismos elaboraron con pino blanco y pino rojo, sin decir una palabra y privilegiando el arte en su presentación, contaron la historia.
Es teatro para adultos, es fuerte, cuesta digerir el sufrir de un niño. La actuación es muy buena. La música marca la acción. Violines cuando lloran, marimba cuando juegan.
La escenografía es minimalista: tres tallos de milpa seca, con hojas. Una olla al fuego, un poncho y una gallina, amarilla. Los protagonistas son cuatro hermanitos que se quedaron sin padres.
Los actores son Edwin Puac, Jesús Puac, Camilo Ramos Yax y José Juan Cua.
Los apoyaron los del grupo Hélvetas y Guillermo Santillana de Armadillo, admirables todos.
Buen teatro. Buena idea la ecuanimidad. Ojalá un día tuvieran la facilidad de presentar su propuesta en otros lugares.