Escenario

El nacimiento visto por un poeta

Transcribo partes del texto de César Brañas El indígena en los nacimientos tradicionales de Guatemala.

Lo escribió en 1955 y hoy sigue vigente. En estas líneas se refleja la personalidad de don César Brañas; lo escribió con mesura, con ternura y el cariño que profesaba por su tierra. Es una lección del buen escribir de uno de nuestros grandes poetas. “Justo es estremecerse de cándida nostalgia por los días de tanta infancia distante, que esplendieron en el goce de la hechura laboriosa y la contemplación extasiada de los antiguos nacimientos, jardines de maravilla cual bazares de toda concebible irrealidad. Las nuevas costumbres, los nuevos gustos, el frenesí de avidez de las industrias extranjeras y su propaganda delirante, destierran los nacimientos. Aunque seguirán existiendo tímidamente”.

Los nacimientos asoman su presencia modestamente, como el que no fue invitado a la fiesta, bajo la frondosa sombra triunfante del árbol de Navidad. En las esquemáticas casas modernas, ya no hay espacio para estos, poco a poco se le han reducido sus aditamentos. Talvez no van a desaparecer del todo, pero cada vez serán más parcos y de peor gusto. ¿Cómo podríamos comparar un ángel salido de las manos don Florencio Rodenas con uno de plástico hecho por millones y millones en la China?

Decaerán de más en más si el nacionalismo que surge con nuestro niños no los rescata y defiende. “Porque a la verdad, con ser originariamente exóticos, como tantos ingredientes de nuestra cultura por consabidos hechos de la historia, los nacimientos tomaron legítima carta guatemalteca desde los remotos días de la colonia y tuvieron la virtud de incorporar sin escándalo, sin distorsión y casi sin notoria incongruencia, a su mundo jubiloso nada menos que al indígena y al paisaje nacional, con todas sus consecuencias, cosa que solo la poesía pudo haberlo hecho, y que no es extraño, porque el nacimiento es, en última instancia, poesía figurada, plástica expresión que ignora toda disciplina y retórica”.

“El indígena de Guatemala, con sus diferentes y sorprendentes variantes somáticas, su variada indumentaria, usos y costumbres, vive en el nacimiento con perfecta adecuación y holgura; pez en su agua habitual. Nuestros nacimientos recuerdan, claro es, la tierra nazarena con esas palmas y aquellos pastores. Los peregrinantes reyes guiados por la estrella betlemita, así tal cual, son figuras hebreas y poco más. Lo más es la extraordinaria exuberancia del trópico, reconstruida por la fantasía mestiza. ¿Qué hacen en Palestina el pie de gallo, la toronja, las ristras de manzanilla y las florales ondulaciones de los quiebracajetes de papel de lustre? Recrean con papel embreado lagunas de cristal y talco; la tierra guatemalteca está representada con sus montañas, sus bosques, sus ríos y cascadas hechas de tiras de papel celofán. El indígena y su paisaje nativo con gusto absorbieron al nacimiento guatemalteco; y es de imaginar la extraña emoción que sintieron los primeros indígenas que se vieron representados tan realístamente en la vida de los nacimientos.

“La sonrisa ladina con que comentarían esa nueva explotación feudal… Los silenciosos indígenas de Guatemala debieron experimentar ciertamente una impresión de agrado y extrañeza en su propia desconfianza. El indígena intuyó probablemente que no todo era hiel en el difícil proceso de arraigo de la civilización que España trasplantaba”.

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