Escenario

Armando Cáceres, científico de amplio expectro

Convencido de que la ciencia y la tecnología deben servir para promover la riqueza de un país y generar todavía más, el químico biólogo Armando Cáceres tiene varias décadas de trabajar en beneficio de Guatemala, desde un enfoque participativo, multidisciplinario e intersectorial.

Armando Cáceres

Armando Cáceres

El optimismo, liderazgo y capacidad de prospección que posee Cáceres le han permitido incursionar en distintos campos del saber, por lo que se considera un “químico biólogo de amplio espectro, bastante crítico, que todavía le hace a todo”, expresa riendo.

La curiosidad, con disciplina, que lo ha llevado a alcanzar sus metas, se la debe a sus padres, ya fallecidos: Octavio Cáceres Lara, un metódico abogado, y Olga Estrada Bosch, maestra de profesión, que tenía dotes de artista. También reconoce el apoyo de sus maestros y actualmente, el de sus estudiantes.

Los aportes científicos de Cáceres a la sociedad guatemalteca incluyen el área de epidemiología y control de enfermedades infecciosas, el sector académico —desde 1971 es catedrático de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia, de la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde ha desempeñado varios puestos administrativos—, el desarrollo rural y saneamiento ambiental, hasta la identificación, cultivo, validación, procesamiento y comercialización de plantas medicinales y derivados, con el objetivo de diseñar, formular y preparar productos fitofarmacéuticos.

Es autor de más de 90 artículos científicos, manuales técnicos y populares, del Vademécum Nacional de Plantas Medicinales, y próximamente, del Vademécum Centroamericano. Además de español, habla francés y portugués. Su trayectoria es tan amplia como su visión de la vida.

¿Cuál es el secreto de su éxito profesional?

Los conocimientos se adquieren; las habilidades, el tiempo las perfecciona, pero la actitud con que se hagan las cosas determina la superación de cada etapa en la vida personal y profesional. Otro motor que me ha llevado a alcanzar mis metas es el optimismo, porque este valor, al igual que la felicidad, no debe buscarse afuera, sino en nuestro interior, y luego, hay que compartirlo.

En el área epidemiológica y de inmunología, ¿cuáles fueron sus mayores logros?

Siendo aún estudiante universitario (1967-1972), trabajé medio tiempo en el laboratorio de serología del Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá. Integré un equipo multidisciplinario, liderado por el doctor Leonardo Mata, que estudiaba el impacto de la nutrición y de las infecciones en el desarrollo de los niños. Esta experiencia me sirvió en el campo de la inmunología, que también practiqué como director docente del laboratorio clínico de la Usac y del Hospital General San Juan de Dios. Allí fui pionero en desarrollar técnicas para diagnosticar procesos infecciosos, particularmente sífilis y otras enfermedades que si se adquieren durante el embarazo, afectan al bebé, tales como toxoplasmosis, rubeóla, citomegalovirus y herpes. Al paquete de detección desarrollado se le denominó Torch —cada letra es la inicial de las enfermedades citadas—.

Luego implementé técnicas para el diagnóstico de la hepatitis y del virus de inmunodeficiencia humana.

La segunda etapa de su quehacer científico comienza después del terremoto de 1976. ¿Qué retos plantea un momento de emergencia como ese?

Fue una oportunidad de cambio y de trabajar en equipo con estudiantes y voluntarios. Cuando ocurrió el terremoto, era jefe del Laboratorio Clínico del Hospital San Juan de Dios, y me tocó trasladarlo al área donde actualmente está el Parque de la Industria. Recuerdo que el presidente de turno llegó a felicitarnos porque el lunes siguiente al evento ya estábamos instalados. Luego, en abril, y durante una reunión para festejar el aniversario de boda de mis padres, con mis dos hermanos y algunos amigos decidimos fundar el Centro Mesoamericano de Estudios sobre Tecnología Apropiada. El objetivo fue la búsqueda de tecnología adecuada a las condiciones del país. Muchas veces en la universidad a uno lo entrenan solo en la problemática, y nuestro interés era conocer la “soluciomática”, así que desarrollamos casi 25 tecnologías, entre las más famosas: la estufa Lorena, que economiza leña; la letrina abonera seca familiar, los digestores de biogas, los secadores solares y también comenzó mi interés por las plantas medicinales y derivados.

¿A qué se debe esa conciencia de pasar del diagnóstico a la resolución?

Es algo familiar. Mis hermanos y yo cursamos la primaria en Sudamérica, porque mi padre era embajador. Esto nos expuso desde muy niños a otras ideas, idiomas, alimentos, culturas… Y bueno, al llegar a la adolescencia teníamos una actitud más abierta, producto de otros niveles de aprendizaje, lo cual nos ayudó a plantearnos que también es importante saber cómo actuar y resolver situaciones.

¿Y el interés ecológico?

Fue gracias a mi madre, que tenía una actitud constante de valoración de la diversidad de Guatemala. Además, ella se dedicó a vender telas típicas en el aeropuerto. Viajábamos por todo el país para comprarles a los artesanos. Cuando íbamos a los mercados, nos enseñaba sobre las hierbas, los textiles, las frutas… Mi abuelo materno también era finquero de la bocacosta, así que desde pequeños mis hermanos y yo estuvimos expuestos a la realidad del país y en contacto con sus recursos naturales.

¿Ha logrado influir para que en la Universidad ocurra ese salto de la problemática a la “soluciomática”?

Podría decir que he sido persistente para no dejarme envolver por el acomodamiento convencional de los profesores. Soy crítico, y a algunos les caigo mal por eso. Asesoro a estudiantes para que hagan su tesis y ellos saben que tendrán que trabajar duro, y les llevará como mínimo tres años graduarse.

A lo largo de ese tiempo, considero influir en los estudiantes, para que piensen en la “soluciomática”, pero creo que en la academia todavía falta.

¿Algún remedio casero que le dieron de pequeño lo alentó a estudiar las propiedades de las plantas medicinales?

Fíjese que al principio no era tan fanático de las plantas medicinales como podría ser ahora, aunque tomo medicamentos químicos si los necesito. No es una disyuntiva, sino una opción. A o B, o A y B.

Mi trabajo consiste en generar una gama de productos fitofarmacéuticos que aumenten la disponibilidad de medicamentos, ampliar la cobertura de salud en áreas rurales, disminuir la dependencia externa y aumentar la identidad nacional.

Usted señala que no hay ciencia sin ideología. ¿Cuál es la suya?

Aportar los elementos necesarios para que la tecnificación requerida en un área del conocimiento ocurra, pero sin que caiga exclusivamente en manos de quienes ostentan el poder económico, político o social.

Por eso no soy amigo de las patentes. Estas son soluciones capitalistas del conocimiento. En mi caso, mi opción de vida fue publicar, porque si ya está publicado un trabajo, no se puede patentar.

A mí, pídanme artículos publicados, porque esta es la forma de evidenciar mi trabajo, pero sin darle exclusividad de uso.

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