Escenario

VIDA BREVEEl libro de mi vida

En las memorias siempre se olvida algo como mi primera desilusión amorosa en Guatemala

Salió a la vida mi autobiografía la semana pasada y en su entrega me dijeron que debía hablar unas palabras en esta ocasión.

Yo sé mejor escribirlas que hablarlas ante un auditorio numeroso como aquel día. Además, es más fácil decir muchas palabras hablando, que decir unas pocas escribiendo.

El tiempo no cesa de ocurrir y en las memorias siempre se olvida algo como mi primera desilusión amorosa en Guatemala.

Fue cuando unos doce jinetes hemos salido del Campo Marte para llegar a la cumbre de una montaña. Detrás de mi montaba un joven oficial de buen ver, quien siempre me saludaba muy eufóricamente.

Ese día bajábamos por unos abruptos barrancos y subíamos por una peligrosa pendiente. Algunos jinetes ya se habían caído y un caballo me mordía mi bota de montar puesto que venía solo.

Escuché que el joven oficial estaba diciendo “Sube mi reina, sube mi corazón, sube amor mío, ya casi estamos arriba”.

Llegando a la cumbre de la montaña, sosteniéndome de la crin de mi caballo, miré sorprendida al flamante oficial que creí que con sus palabras estaba declarándose, y éste dijo: “Sí no le hablo a la yegua, no sube”, produciéndome una suave desilusión.

De más está decir que las desilusiones nunca faltan mientras el tiempo no cesa de ocurrir. Cierto día de fuerte lluvia, manejando mi automóvil, vi caminando con gran paraguas negro a mi amigo Polito Castellanos.

Le ofrecí darle un jalón y el hombre se subió rápidamente a mi carro y casi se sentó en mi regazo, aunque aquel auto era muy ancho. Le pregunté ¿qué pasa? y él me declaró inocentemente que ?detestaba ir pegado a un paraguas mojado??.

Un joven llegó a mi casa, se sentó en mi sala y me confesó que se había enamorado y quería casarse, pero no sabía si su amor estaba correspondido y no se atrevía a declararse.

Después de mucho titubeo y casi tartamudeando me pidió que hablara con mi amiga Lolita y averiguara si sus sentimientos eran correspondidos.

“Lolita está en el Brasil”, le contesté muerta de risa, ya que no era yo sino aquella su adorada.

El joven se marchó al Brasil y volvió ignorando los sentimientos de ella, pues cada vez que abría la boca para decirle que la amaba, ella le metía una galleta entre los dientes. Y así, dulcemente, ignoró lo que le iba a decir su tímido enamorado.

Otro día, en mi juventud, bailando con un tipo distraído me preguntó ¿si creía que él se llegaría a enamorar de mí? Le dije “esto sólo usted lo sabe”. Entonces me aclaró que lo que él quiso haber preguntado era que si yo llegaría a enamorarme de él y como esto ya era otra cosa, no seguimos bailando.

Aquello es tan cierto, como la historia del flamante teniente que hablaba con su yegua y no conmigo y, al que al correr de los años, ascendieron a general.

Yo escribí el libro de mi vida donde he caído en el placer morboso de los recuerdos, pero no me he desnudado, aunque un amigo me había recomendado hacerlo, pues sólo así se venden los libros, según él.

Talvez me desnudé a otro nivel en ese espacio íntimo, donde se puede nadar sin quitarse la ropa.

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